¿Nacionalizar…?

image Entre paréntesis….Cayetano Llobet T.

Y es que en el diccionario boliviano, las palabras no siempre significan lo que parecen. Aquí, nacionalizar había sido apoderarse de un bien para poder hacer favores a amigos y compañeros. Desde luego, para que haya suficiente  -porque son muchos los amigos y compañeros- tiene que ser algo que valga la pena. Y, no tengan la menor de las dudas, ¡YPFB vale la pena!

¿Se acuerdan de ese gran 1º de Mayo, nacionalizador y patriota? Enormes discursos, gran despliegue de seguridad, lucimiento de cascos  -civiles y de los otros-, recuperación de la dignidad nacional, fin de la explotación y el sometimiento, promesa de grandes inversiones y proyección de una empresa modelo que sería envidia de propios y extraños. Hasta ahí, la película.



Y llegó el carnaval de los presidentes petroleros. Descubrieron la veta de contratos que YPFB podía firmar… ¡y a aprovechar se dijo! Que no me cuenten muchos cuentos sobre las intenciones transparentes ni las macanas del “caiga quien caiga”, porque el primero de los carnavaleros terminó premiado en cargo diplomático. Otro, nombrado “por trayectoria familiar” decidió, pensando en amiguitos y amiguitas, darles especialidad hidrocarburífera en bikini y nada menos que en playas de Varadero, donde no es obligatorio el uso de casco en la exploración de pozos.

Pero YPFB es mucho premio para segundones. Y cuando entró un peso pesado, el carnaval se volvió drama. Primero, por los montos: además de más concesiones y más coimas, jugoso préstamo de mil millones de dólares, ¡qué premio al rendimiento! Segundo, por la inmensa estupidez de supuestos contratistas titulares de supuestas empresas. Y tercero, porque se colaron  -¡la plata llama!- los loquitos que no tienen ni cálculo ni límite, que igual pueden traficar influencias desde oficinas subterráneas, ser dueños o manejadores de putas y puteros, o pegarle un tiro al que ya estorba.  YPFB, ¡la gran empresa que iba a salvar a Bolivia!

Que la nacionalización ha sido real, no hay duda, porque, por lo menos hasta ahora, no ha aparecido ningún extranjero en toda la trama. Que tengo mis dudas sobre esos cuentos de que “vamos a llegar hasta el final”, claro que las tengo. Y que si cae un pez gordo es  porque otro pez gordo de la misma pecera lo está hundiendo, no me cabe la menor de las dudas. En los regímenes sin oposición, las tormentas vienen de adentro.

Pero tengo que hacer un reconocimiento muy especial a esa señora: Doña Corrupción  tiene un concepto maravilloso y envidiable de la igualdad y de la democracia. No actúa con prejuicio: llega igual, sin preguntar color, clase social y sin averiguar si es blanco o es originario. No le importa si sus agentes son reaccionarios o revolucionarios, se ríe de la izquierda y la derecha. Actúa sin prejuicios ideológicos. Doña Corrupción es más avanzada que la nueva Constitución: no admite los discursos raciales ni clasistas. Y se mata de risa de muchos de los que hoy ponen cara de circunstancias como si nunca la hubieran conocido.  Lo bueno es que tampoco le importan las infidelidades y los olvidos… ¡siempre hay nuevos candidatos!

Ah, pero ¿y la sanción social? Otro cuentito… ¿cuándo, En Bolivia, se ha votado pensando en la honradez del elegido?  No sólo nuestro diccionario es diferente. También es distinto nuestro modo de ver las cosas. Al ladrón gubernamental no se le critica porque ha robado, ¡sino porque se ha hecho pescar!  En otras palabras, y en nuestros estilos nacionales, el que cae no cae por pillo… sino por cojudo.  ¡Así nomás había sido!