Las barbas en remojo

Honduras renegó de uno de los repudiados instrumentos a quienes abrió cargos por graves manejos dolosos de los intereses públicos que nadie se ha atrevido a negar…

laPrensa Editorial La Prensa

Hechos trascendentales, aunque se trate de disimularlos mediante el aparato espeso del silencio que se tiende cuando conviene a ciertos soberbios en el ejercicio del poder político, se han dado y con una contundencia tal que tiene que haber movido a los todopoderosos supuestos a poner las barbas en remojo.



Lo fuertemente detonante, que seguramente tiene estremecidos y zurrados a esos personajes de averías que aún se sargentean en nuestra pacífica América hispana con rótulos restallantes de presidentes, procede de un país centroamericano, pequeño en extensión y de no significativa densidad humana, pero de un sentido heroico, de una fortaleza moral y espiritual a toda prueba, vale decir Honduras, que con potencia imbarajable de Cíclope se atrevió a tomar el toro por los cuernos, sin vacilaciones.

Desde esa Honduras, que se ganó sobradamente o en el que se confirmó con bravura un lugar en la historia, se alzó vibrante de entereza y de coraje un pueblo que abominó sin alternativas de sus falsos redentores, de sus fementidos apóstoles. Éstos, los falsos y fementidos, muy malacostumbrados a engatusar con fuegos de artificio, con discursos babosos mientras hollaban territorios regalando plata a manos llenas que, por supuesto, no era de ellos ni contaban con autorización debida para tirarla dispendiosamente, manipulaban y montaban según su humor el quehacer socio-político del entorno, a través de instrumentos humanos a los que seducían, en unos casos a punta de vozarrones o de melifluos halagos, y en otros de chaquiras y espejitos, amén de chucherías por el estilo.

Honduras renegó de uno de los instrumentos a quienes abrió cargos por manejos dolosos de los intereses públicos que, tan graves deben de ser, que nadie se ha atrevido a negar, ni siquiera los que, a título de una democracia que es blanco frecuente de usos y abusos, aún se mueven como verdugos del anhelo renovador hondureño. Honduras, pues, se alzó contra corrupción y corruptos socapados por soberbios ya ampliamente conocidos, y dio una medida inusual de su integridad.

Este hecho protagonizado por un pueblo pequeño pero irreprochable desencadenó la reacción de los burócratas de la OEA que, aparte de darse la gran vida, disfrutando de sueldos extraordinarios y de franquicias diplomáticas, sólo se mueven al son que les tocan los detentadores del poder, ignorando por completo a los pueblos, a las masas ciudadanas que un bledo les importan, así estén en trances de asfixia bajo las suelas de los zapatos de los encasillados en las alturas gubernamentales.

La reacción hondureña plena de valor civil estremeció a la OEA y sus burócratas que en un antes y quizás mañana, en un después, intentarán reacomodarse, pero sin disimular la mácula que han desnudado y los tiene expuestos en calzoncillos y en medio de las salmodias de los falsos redentores y apóstoles que para bien de todos han empezado a vivir sus últimos cuartos de hora.