Lo grabó, durmió y lo sentenció

La otra crónica. Los escándalos del primer ministro italiano. Patrizia, mujer rubia, alta y elegante de 42 años, nunca sale de casa sin su grabadora. 

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Patrizia D’Addario y Silvio Berlusconi. | AFP



Irene Hdez. Velasco | Roma

Patrizia D’Addario nunca sale de casa sin meter en su bolso una diminuta grabadora, por si acaso. Aunque la mayoría de sus clientes son señores bien de la mejor burguesía de Bari, en el sur de Italia, esta mujer rubia, alta y elegante de 42 años, pero que aparenta 10 menos, es consciente de que la suya es una profesión de alto riesgo. Patrizia D’Addario se gana la vida como prostituta de lujo.

El hábito de registrar sus encuentros de trabajo lo adquirió hace años. Al fin y al cabo, gracias a esa precaución consiguió que en 2006 un tribunal condenara a Spaghetto, un tipejo que además de obligarla a prostituirse la pegaba. Así que, cuando el 15 de octubre de 2008 Patrizia acudió por vez primera al Palazzo Grazioli, la residencia privada de Silvio Berlusconi en Roma, llevaba en el bolso su inseparable grabadora.

Nadie la registró al llegar a la mansión. Lo único es que el coche que la llevó allí tenía los cristales oscuros, para que nadie pudiera verla desde el exterior. «Y no se te vaya a ocurrir abrir la ventanilla», le había advertido Giampaolo Tarantini, el empresario de Bari que la había contratado para la velada a cambio de 1.000 euros. «Luego, si te quedas, él te hará un regalo. Ah… y que sepas que no utiliza preservativo, ¿eh?», le recalcó, según se desprende de las grabaciones realizadas por la propia D’Addario.

Vestida de negro y muy poco maquillada, siguiendo las indicaciones que Tarantini le había dado, Patrizia entró en la residencia de Il Cavaliere en Roma. En la mansión había varias chicas más, unas 20. La D’Addario se percató enseguida de que algunas eran también prostitutas. «Al menos cinco, dos de ellas, unas lesbianas muy vistosas». Los invitados vieron un vídeo de Berlusconi con George Bush, recibieron una lección magistral sobre el G8 por parte de Il Cavaliere y se sentaron a cenar.

En la cama de Putin

El menú: pasta con boletus, carne picada con patatas y tarta de yogur, todo ello servido por camareros con libreas. Berlusconi ejerció de perfecto anfitrión: estuvo entreteniendo a sus invitados, cantó, contó chistes, les enseñó fotos de sus villas… Pero, en un momento dado, se levantó de la mesa, empeñado en mostrar a dos de sus invitadas la fastuosa y enorme cama con dosel regalo del ex presidente ruso Vladimir Putin. Y le pidió a Patrizia que se uniera a ellos.

La D’Addario los siguió, pero comenzó a inquietarse. «Las orgías nunca me han gustado», asegura, y aquello tenía pinta de degenerar en una de ellas. Así que cuando las otras dos chicas, siempre según el relato de Patrizia D’Addario, comenzaron a hacerle carantoñas a Berlusconi y la invitaron a unirse al grupo, ella optó por meterse en el cuarto de baño. Y no salió de ahí hasta que el trío regresó al salón.

Poco después, Patrizia se despidió y regresó a su hotel. Pero tres semanas más tarde, la noche del 4 de noviembre, volvió a Palazzo Grazioli. También esta vez llevaba su grabadora. Y también en esta ocasión había otras chicas en la mansión de ‘Il Cavaliere’. Pero Berlusconi se acordaba perfectamente de ella y muy pronto la convirtió en objeto de sus atenciones. Hasta el punto de que le aseguró que iba a enviar a Bari a dos personas para que se ocuparan de conseguirle los permisos de construcción necesarios para que pudiera construir una residencia en un terreno de su familia, un sueño que para Patrizia se había convertido en obsesión. Al fin y al cabo su padre se había suicidado por culpa de ese maldito proyecto, arruinado y sin haber conseguido hacerlo realidad.

La D’Addario asegura que aquella vez sí que pasó la noche en casa de Berlusconi. Y, como prueba, esgrime unas grabaciones sonoras que asegura que realizó esa misma noche y que el semanario L’Espresso acaba de sacar a la luz a través de su página web. «Yo también me voy a dar una ducha… Y después, ¿me esperas en la cama grande si terminas tú primero?», se oye decir al que parece el primer ministro italiano. «¿Qué cama grande, la de Putin?», pregunta Patrizia D’Addario. «Sí, en la de Putin», responde él.

Maltratada

Pero Patrizia no sólo grabó los prolegómenos, también registró algunas de las conversaciones que ella e ‘Il Cavaliere’ mantuvieron la mañana después, y que dejan claro que tuvieron relaciones sexuales. «Qué dolor, al principio me hiciste un daño horrible», dice ella. «Venga ya… ¡No es verdad!», responde Berlusconi. «Sí, de verdad, un dolor horrible al principio«, insiste la D’Addario. Por no hablar de ese otro pasaje en el que ella elogia sus dotes amatorias: «¿Sabes cuánto hace desde la última vez que tuve sexo como el de esta noche contigo? Meses. Desde que dejé a mi chico. ¿Es normal?», pregunta. Berlusconi le responde: «Si me permites, deberías tener sexo en solitario… Tendrías que tocarte con una cierta frecuencia».

Después de aquello, Patrizia D’Addario regresa a Bari, a su vida de todos los días. Aunque la suya nunca ha sido una existencia fácil. Su padre la maltrataba cuando era niña. Con 14 años escapó de casa, enamorada de un rufián y soñando con triunfar en el mundo del espectáculo. Nunca lo consiguió: a lo más que llegó fue a protagonizar hace cinco años un bastante cutre calendario erótico bajo el nombre de Patrizia Brummel y a intervenir en alguna triste televisión local.

Acabó metida en el mundo de la prostitución. Primero obligada, luego por decisión propia. Había que llevar dinero a casa. Sobre todo ella, que es madre soltera y tiene una hija de 11 años que mantener. Además de un hermano muerto por negligencia médica, un padre que se quitó la vida… De su padre había heredado, aparte de deudas, el sueño de construir una residencia en unos terrenos que la familia posee a las afueras de Bari. Y por primera vez parecía que lo podía conseguir: Berlusconi en persona le había prometido echarle una mano en ese sentido…

Pero pasaban los días y no ocurría nada. La D’Addario comenzaba a recelar. Es verdad que la habían incluido como candidata a las elecciones municipales de Bari en las listas del partido La Puglia antes que nada, un movimiento cercano a Berlusconi. Pero las posibilidades de que saliera elegida eran mínimas. Además, ella lo que quería eran los permisos para poder edificar la residencia.

Cuando el pasado 31 de mayo ‘Il Cavaliere’ acudió a Bari para apoyar a uno de los candidatos a la alcaldía, intentó hablarle. Pero los guardaespaldas del primer ministro no la permitieron acercarse a él. Ni siquiera la dejaron entrar en el hotel en el que Berlusconi se reunió con todos los aspirantes a consejeros municipales. Llena de rabia, se acercó a un tipo que con una libreta en la mano esperaba a las puertas del hotel. «¿Eres periodista? Pues te voy a contar una historia sobre Silvio…». (elmundo.es)