Hoy, pese a que estoy de malhumor (mi mal genio no debe ser la excepción en este singular y caprichoso país), me voy a portar bien. No voy a mandar al infierno a quienes nos están haciendo la vida imposible, aunque no voy a resistir la tentación de comentar sus burradas y de señalarlos como auténticos burros. En verdad, hay muchos que tienen el diploma de jumentos y algunos están formando fila para ser recibidos en esa numerosa cofradía.
Hay burros buenos e inocentes y burros malos y taimados. Los primeros son los ingenuos que creen sinceramente que lo hacen bien y, cuando llegan a una alta función pública, se esmeran, sin conseguirlo, en mostrarse avispados, inteligentes, informados y tolerantes. Estos son usados, vilipendiados y abusados por sus jefes; siempre hay un burro mayor que los mandan y que se mofan de los otros burros buenos no pueden borrar sus caras de estúpidos.
Yo no tengo la culpa de que el canciller sea parte de los burros buenos. Él quiere y se empeña en mostrase asno. Avisa que cree en el sexo de las piedras y, bobaliconamente, dice que llevarse la mano al pecho y levantar el puño izquierdo es un signo ancestral de… los aymaras. Este es el burro que, suavemente (cual falso y melindroso diplomático) y con el arrobamiento que le da su peinado partido al medio, repite los furiosos ataques de su jefe a los Estados Unidos, al Perú y a todo los que han “merecido” agravios, provocaciones y bravatas. Y, cuando el vendaval de insultos arrecia, este canciller afirma que todo va, que sólo son malos entendidos.
Otros burros son acartonados. Hablan en difícil y son audaces. Pretenden que se olviden sus antiguas obsecuencias. Levantándose sobre el piso un poco más de metro y medio, creen que ya son generales y aun mariscales entorchados, y quieren comprar aviones, enriqueciéndose todavía más.
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Otros se enamoran del micrófono. A través de este adminículo, se liberan de sus complejos machistas, y lanzan amenazas a todo y a todos. Ven guerreros armados con el aire comprimido de los juguetes infantiles y quieren derrotarlos.
Otro es jefe de la bancada oficialista en el Senado, y con enorme dedicación repite burradas. Senador y burro despistado, todo completo.
Para identificar mejor a un burro malo, intrigante y tránsfuga, nada mejor que recurrir a lo que leí de alguno: “tiene cara de cura bueno y nombre de bailarina”. Es el burro de la viceministerial y atiplada voz. Se cree popular y respetado, admirado y atractivo. No. Es solo un burro trepador y de los malos. Es obsecuente al burro mayor.
Uno que también se distingue, es el burro llocalla, ya consagrado como tal por el viejo dirigente Filemón, que lo conoce bien. Sus huestes de “Satucos”, no han conseguido ocultar a este burro malo. Claro que él no ayuda.
Y qué decir del palaciego burro furioso. Por ahora, es exitoso como favorito del burro mayor que le dio piedra libre para el contrabando. Claro que es burro: muchos se acordarán, por largo tiempo, de sus tropelías. ¿Será que le espera una celda en el penal de los burros malos?
Fuera de la recua gobernante, también hay burros oportunitas. Son los eternos candidatos de partidos imaginarios. Alcalde, prefecto, loteador en su tierra adoptiva, usurero y aprovechador, es el burro que ahora pelea por encabezar una coalición para enfrentar al burro mayor que lo defenestró en el revocatorio. Es capitán sin tropa, sólo tiene a burros seguidores, los que ya son escasos.
Hay muchos más, pero ni el espacio, ni el tiempo, ni las ganas, alcanzan para seguir con este cortísimo inventario de los asnos… Y sigue mi mal humor.