Naciones Unidas premia a un depredador de la naturaleza

La coca le quita a la tierra los nutrientes dejando inservible el suelo para otros cultivos; el narcotráfico contamina los ríos, flora y fauna. Quien incentiva la siembra de coca ¿puede ser un defensor de la naturaleza?

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El Presidente Evo Morales fue declarado como «Defensor Mundial de la Madre Tierra», por Miguel d’Escoto, Presidente del Sexagésimo Tercer Periodo de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en un acto celebrado en días pasados en La Paz. (foto Abí)



La última distinción que ha recibido el presidente Evo Morales, es la de Héroe Mundial de la Madre Tierra de manos del presidente de la Asamblea General de la ONU , el nicaragüense y excanciller sandinista, Miguel D´Escoto. Anteriormente recibió otras de algunas universidades a pesar de que Evo no se caracteriza por sus inclinaciones académicas.

Sin embargo esta última distinción resulta particularmente llamativa por cuanto al presidente boliviano, al margen de discursos alusivos a la “pachamama” no se le conoce acción alguna que esté dirigida a preservar el medio ambiente o el habitat. Es más, si se toma en cuenta que continúa siendo el máximo dirigente de los productores cocaleros, la distinción resulta a todas luces una broma macabra.

Es conocido que la siembra de la coca es una de las más depredadoras que existen por cuanto el arbusto consume grandes cantidades de nutrientes lo que inhabilita a los suelos para acoger otros cultivos por varios años. Son testigos de ello grandes extensiones de terreno en el Chapare convertidos en eriales en los cuales no es posible cultivar ni la misma hoja de coca, lo que obliga permanentemente a buscar otros suelos amenazando incluso las áreas protegidas en los parques nacionales y una similar situación se da en los Yungas de La Paz.

El cultivo depredador de la hoja de coca viene aparejado a otro más grande. Nos referimos a la fabricación de cocaína. Las fábricas de cocaína se asientan por lo general en las orillas de los ríos y vierten en ellos sus desechos con gran perjuicio para la flora y la fauna.

Lástima que los jerarcas de las Naciones Unidas no hayan sido informados, para citar uno de varios casos, del drama que soportan los campesinos de Pantipata en el departamento de Cochabamba, que pierden cosechas enteras, se les mueren sus animales y están enfermos por la contaminación causada por centenares de fabricas de droga que echan su basura química a los ríos de la región. Los campesinos se enfrentaron a los narcos y clamaron por ayuda al presidente de la república y al prefecto, pero como ambos son cocaleros, el asunto quedo en nada y sigue el auge de la «industria» delictiva.

Todo ello nos mueve a pensar que la “defensa de la tierra” de la que tanto habla Evo, no es más que otro componente de una estrategia dirigida a publicitar una imagen del “indígena” consustanciado con la madre tierra o «pachamama».

Sin embargo la realidad es otra y muy dramática. Para Evo cualquier interés, particularmente político, está por encima de los de la tan mentada y vapuleada “madre tierra”. Por ejemplo no dijo nada a su colega Lula da Silva sobre la construcción de las represas Jirau y San Antonio sobre el río Madera que se sabe producirán un gran desastre ecológico en la amazonía boliviana y afectará también a los grupos étnicos de la región de los que el presidente dice ser defensor.

Por tanto los méritos de Evo Morales para hacerse acreedor a la distinción que le confirió D´Escoto resultan dudosos y existen razones más que suficientes para suponer que se trata de una nueva acción de respaldo político en etapa electoral que le brinda esta vez un ex canciller sandinista.

Sin embargo como conocemos a Evo y lo mucho que incentivan su ego este tipo de distinciones y “reconocimientos” por de pronto ha instruido a sus colaboradores que reactiven la campaña para que le sea conferido el Premio Nobel de la Paz, que muchos consideran se lo tendría muy bien merecido si se tiene en cuenta los más de 50 muertos ocurridos durante su gestión y la forma conciliadora y el “guante blanco” con el que trata a la oposición y a la prensa independiente de Bolivia.