Juanes, Miguel Bosé ..o cualquiera de los participantes podía haber tratado de visitar cualquiera de las cárceles abarrotadas de presos políticos, para que el gesto humanitario en el que pretendían convertir el concierto fuera algo más que retórica.
EDITORIAL
elmundo.es
Pocos conciertos han tenido tanta repercusión internacional y han despertado tanta controversia como el ofrecido este domingo por Juanes y un nutrido grupo de artistas en La Habana. Más ajenos a la polémica dentro de la propia Cuba que fuera -mérito exclusivo de la férrea censura del régimen-, un millón de personas disfrutaron del evento cultural más multitudinario en la historia del país.
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A nadie se le escapa que se trataba de mucho más que un maratón. El acontecimiento estaba marcado por la dimensión política que subyacía y por las enormes expectativas que se habían generado tanto entre partidarios como entre detractores de que se celebrara, éstos últimos -sobre todo, parte del exilio en Miami- por considerar que sería aprovechado como un lavado de imagen por el Gobierno castrista. Al final, ha quedado un sabor agridulce. Porque si bien es cierto que Juanes y sus amigos han tenido un comportamiento íntegro y no le han hecho el juego al régimen, antes lo contrario, produce tristeza que artistas con tanta proyección no hayan ido un paso más allá en el rechazo a la dictadura.
No se trataba, obviamente, de que lanzaran proclamas desde el escenario que hubieran podido desencadenar un grave problema de orden público. Pero había muchas formas de hacer patente la oposición al régimen. En primer lugar, sobraba el leitmotiv -Concierto por la Paz-, puesto que si algo no suele faltar en ninguna dictadura -y tampoco en la cubana- es la paz, la paz de los cementerios, a cambio, claro, del estrangulamiento de la libertad. Además, el concierto debería haberse aplazado hasta lograr un levantamiento del veto a muchos de los artistas a los que no se les ha permitido actuar. Porque todo apunta a que, al final, los organizadores del evento se han plegado en exceso a las exigencias del régimen para confeccionar el cartel.
Y, sobre todo, Juanes, Miguel Bosé, Aute, Víctor Manuel o cualquiera de los participantes podía haber tenido algún encuentro, antes o después del concierto, con miembros de la oposición cubana, o incluso haber tratado de visitar cualquiera de las cárceles abarrotadas de presos políticos, para que el gesto humanitario en el que pretendían convertir el concierto fuera algo más que retórica. Pero nada de ello se ha producido, por lo que nos encontramos ante una magnífica oportunidad desaprovechada.
Sin embargo, cabe reconocer que este histórico concierto ha estado trufado de algunos momentos positivos, en los que se trataba de tender puentes de reconciliación entre ciudadanos de la isla y ciudadanos en el exilio. Y no han faltado los mensajes encriptados, pero absolutamente reconocibles, en favor del cambio y la deseada transición en la isla. Sólo así cabe interpretar el apoyo expresado por Juanes a todos cuantos carecen de libertad «estén donde estén», o el grito de Bosé por «la paz, la libertad y la fraternidad entre cubanos». Tal vez por eso organizaciones que se habían opuesto al concierto en las últimas semanas, como el colectivo Cuba Democracia ya, elogiaron ayer el «honesto comportamiento» de Juanes, considerando su actuación como una importante aportación a la transición pacífica en el país.
Hay razones, por lo tanto, para celebrar la que ha sido lo más parecido a una manifestación de libertad en 50 años de Revolución -eso sí, a varios líderes de la disidencia se les prohibió asistir-. Ahora convendría a nuestros artistas recuperarse pronto de la euforia del momento y ponderar lo sucedido. Sobre todo para no escuchar a algunos, como Miguel Bosé, decir cosas tan exageradas como que «Cuba no volverá a ser la misma tras el concierto». Por desgracia, las dictaduras no caen sólo por las buenas intenciones. Bien lo saben los miles de represaliados que llevan cinco décadas luchando para conquistar la democracia.