Agustín Saavedra Weise * en El Deber
Según nos recuerda La Nación de Buenos Aires del pasado 7 de septiembre, en el imaginario brasileño hay una frase atribuida al legendario general Charles De Gaulle que no ha dejado de resonar durante cuatro décadas. “Brasil no es un país serio”, habría dicho el entonces presidente francés tras una crisis política sostenida por ambos países en la década de los 60 del siglo pasado. Ahora, en septiembre de 2009 y si alguna vez se pronunció esa frase, no hay duda alguna de que quedó sepultada. El acuerdo militar franco-brasileño –con la contundencia de los hechos concretos– afirma que el Elíseo, habitado ahora por Nicolas Sarkozy, considera a Brasil un país serio, muy serio. Los casi 13 mil millones de dólares asignados por el Gobierno de Luiz Inácio (‘Lula’) da Silva para la compra de armas y tecnología bélica durante la reciente visita a Brasilia de su colega galo, son el aspecto monetario y protocolar de lo que significa el inicio de una nueva alianza estratégica entre los dos países. Esta flamante ecuación sacude el espacio geopolítico continental y traerá repercusiones de múltiple naturaleza.
El gigante sudamericano deja empequeñecidas así las transacciones de material similar realizadas por Venezuela con Rusia e incluso minimiza al controvertido Plan Colombia. Al mismo tiempo, este acuerdo levanta susceptibilidades en el Pentágono, hasta hace poco proveedor y ‘veedor’ casi monopólico para el hemisferio occidental de equipos de guerra, tanto por sí mismo como mediante autorizaciones concedidas a las transnacionales que trabajan para el Departamento de Defensa de EEUU.
Se ha reiterado en varias ocasiones que los equipos, aviones, submarinos y helicópteros que entregará París son para fines ‘disuasivos’ y estarán orientados a la defensa de los recursos naturales brasileños. Esto es algo muy en boga actualmente. Recuérdese que el Ejército argentino ya proclamó abiertamente –en marzo de 2007– su nueva doctrina militar, basada justamente en la posibilidad de impedir que ‘fuerzas extrañas’ ocupen o utilicen los recursos naturales del país platense. Brasil sigue hoy el mismo camino, pero en una dimensión mucho mayor, dada su enorme extensión territorial y el contundente hecho de ser la décima potencia económica del planeta.
Brasil trasciende el plano latinoamericano y pretende convertirse en jugador de primera división en las ligas mayores de la política mundial; ya no se conforma con ser potencia regional, aspira a tener un rol importante en el plano global. Es más, los convenios con Francia permitirán a Brasil desarrollar su tecnología nuclear, de suyo avanzada y con posibilidades de llegar a niveles superiores capaces –incluso– de fabricar una bomba atómica.
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Sarkozy afianza la relación francesa con Brasilia y expande su influencia en el resto de Latinoamérica. Asimismo, Francia adquirirá diversos bienes brasileños, incrementando considerablemente el comercio bilateral.
El camino de esta alianza estratégica tenderá a ampliarse en función de intereses comunes. Implica además un alejamiento brasileño de la tradicional hegemonía estadounidense. Cabe recordar aquí la expresión que Henry Kissinger puso en boca de Richard Nixon –durante la visita a Washington en diciembre de 1971 del entonces presidente Emilio Garrastazú Médici– y que luego repitió por sí mismo: “Hacia donde se incline Brasil, se inclinará América Latina”. Pues bien, Brasilia optó por París y tal vez otros estados de la región sigan su ejemplo. Esto no gusta ciertamente en EEUU, pero refleja realidades geopolíticas y geoeconómicas del actual contexto internacional.
* Ex canciller, economista y politólogo, www.agustinsaavedraweise.com