El candidato oficialista califica a sus contendientes como “pichones” de las dictaduras y de neoliberales y sale por la tangente para evadir el debate.
La profunda aversión del candidato Evo Morales a los debates tiene motivos más que justificados. En primer lugar están los exiguos resultados de su gestión de cuatro años de la cual solo se pueden rescatar rimbombantes anuncios, solemnes firmas de acuerdos y promesas millonarias de inversión, nada más que promesas si dejamos de lado las canchitas de fútbol con césped sintético y los vehículos y sedes sindicales para el disfrute de los caciquillos de las “organizaciones sociales”.
Es previsible que en un debate Evo saldría muy mal parado, porque una cosa es hacer anuncios al por mayor en concentraciones de cocaleros o responder a las interrogantes de “periodistas” oficialistas que están más para elogiarlo que para llegar al fondo de las cosas y otra muy diferente es sostener y respaldar todo lo que se dice ante interlocutores que pueden no resultar complacientes.
En un debate Evo, tendría que explicar, por ejemplo el porque la nacionalización de los hidrocarburos hasta ahora solo ha sido el pretexto para la comisión de actos de corrupción al más alto nivel. Tendría que explicar también el porque Bolivia, de país que pensaba constituirse en el eje energético de la región, ahora ha empezado a importar carburantes.
Sería interesante también ver a que tipo de argumentos acude para explicar el porque no existe nada de la tan cacareada industrialización del gas, a parte de los acuerdos y convenios suscritos solo con intenciones propagandísticas y distraccionistas.
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Tendría también que demostrar que en Bolivia no hay analfabetismo y que los cubanos vinieron al país movidos por un interés puramente filantrópico y que se fueron apenas cumplida su «humanitaria» labor. Tendría que demostrar que los cheques que distribuye con tanto entusiasmo son regalos de Venezuela y que no tendremos que pagarlos después con altos intereses. Además tendría que demostrar que ni un solo centavo de estos recursos van a parar a sus bolsillos, de sus ministros o allegados, lo cual de por si es una tarea titánica y con dudosos resultados.
Se le haría también muy difícil mantener la ficción de unas reservas internacionales netas que han sido infladas artificialmente para mostrar una situación económica bonancible.
Muestra de la papeleta que se utilizara en las elecciones del 6 de diciembre. No habrá debate de candidatos. Evo no acepta la confrontación democrática de ideas. (Foto ANF)
Cabe preguntarse además si en un debate podría sustentar las innumerables denuncias de atentados contra su vida o es que acabaría delatándose a si mismo como el más grande de los mitómanos que ha pasado por nuestra historia.
Estos son hechos evidentes que lo llevan a rehuir a los debates. Es claro que a parte de una Constitución, impuesta con sangre, en la que pocos creen y que no refleja el sentir de todos los bolivianos, tiene muy poco que mostrar al país.
También existe una deficiencia intrínseca de Evo Morales relacionada con su escasa preparación que muy poco se ha preocupado por subsanar en estos cuatro años, además de su personalidad irascible e intolerante ante cualquier atisbo de crítica hacia su persona o su gobierno.
Pese a las zalamerías que le lanza su vice Alvarito sobre que es «un indígena que da cátedra sobre economía», Evo sabe que tiene problemas tanto en su gestión como en su nivel de preparación que impedirían que juegue un papel decoroso en un eventual debate, pero eso no impide que de tanto en tanto se manifieste su bravuconería innata, lance el guante y tengan que ser sus colaboradores los que tengan que ensayar grotescos argumentos para justificar su negativa a participar de un encuentro con otros candidatos a los que él mismo desafió pero luego prefirió hacerse a los del otro viernes.
Evo al calificar a sus eventuales contendientes como “pichones” de las dictaduras y de los neoliberales sin derecho a replicar su sacrosanta palabra, sale por la tangente para eludir situaciones en las que no podría ocultar su ignorancia acerca de diversos temas de Estado, de los cuales ha aprendido de memoria algunos términos como: macroeconomía, crecimiento, reservas internacionales, soberanía, autonomía, etc, pero que en un debate estaría obligado a explicar y justificar sus argumentos.
En resumen es el miedo a la confrontación de ideas y de programas con sus rivales lo que convierte al bravucón candidato oficialista en una «gallina» (sinónimo de cobarde) como le dijo Doria Medina, quién al igual que los otros contendientes esperarán en vano, porque la silla de Evo en cualquier debate que tenga lugar en las próximas semanas, siempre estará vacía.