Santa Cruz, imagen que se deteriora


Desde que tenemos uso de razón, -y eso equivale a remontarse a mucho tiempo atrás-, nuestra Santa Cruz de la Sierra figura como hito poderosamente atractivo. Y aún hoy se percibe a esta Grigotania revestida de atractivos únicos, aunque se hacen cada vez más indisimulables las sombras que opacan los que fueron legítimos y galanos esplendores.

eldeber Editorial El Deber



En ese pasado no lejano, pues, la Santa Cruz de nuestros amores carecía de servicios básicos, de los que ya estaban bien dotadas ciudades del interior del país, por decir algo, de agua potable, luz eléctrica y ni qué decir, pavimento, alcantarillas y teléfonos automáticos. Y no obstante tales carencias, llegar hasta las cálidas llanuras cruceñas, a cientos y miles de kilómetros de los centros de poder, era una inquietud que animaba a medio mundo.

Santa Cruz de la Sierra era ante todo ciudad tranquila, patriarcal, sin mengua del espíritu de su gente que además de fraterna, cálida en el afecto, era alegre, franca, dada sin reservas a los buenos goces terrenos. Consideración aparte merecía la tan predicada y nunca desmentida belleza de las mujeres cruceñas, que desbordando gracias y simpatías al natural, eran y lo serán por siempre un poderoso imán enclavado en el centro de propios y extraños. Reiterando conceptos, nuestra cálida urbe, aún careciendo de servicios básicos, era plaza que cautivaba a los viajeros de todo porte.

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Sin las turbulencias de la política, refundida ésta a planos secundarios, sin el obsesivo mercantilismo ni la banalidad propios de estos tiempos, la llegada hasta nuestra Santa Cruz de entonces venía a ser algo así como el encuentro con el ansiado paraíso terrenal.

Porque aparte de paradisiaca, la Grigotania empezó a manifestarse como un emporio de riquezas materiales, la gente, ahora de manera sostenida y multitudinaria, inició una imparable convergencia hacia nuestras vecindades. Acogedores el cruceño autóctono y su medio, aceptaron  por igual a todos los que se descolgaron desde los cuatro puntos cardinales y en ningún momento los discriminó y menos todavía, los postergó.

Sensiblemente, con la mucha gente buena que vino de fuera a ocupar nuestros espacios, vino asimismo especie de avería, malandantes que hicieron escuelas o que perfeccionaron las que tal vez teníamos ya operando aquí, pero en pequeña escala. Y tal especie de avería, de malandantes, se aplicó a fondo y trasminó de criminalidad, de ocio, de vicio, un ambiente, un pueblo más bien que empezó a comportarse de espaldas a sus normas viejas, pero muy saludables, de conducta.

Hoy tenemos una Santa Cruz de la Sierra con una imagen deplorable que día a día se deteriora más y más, si es que no ha llegado aún a su punto culminante. De la criminalidad y otras desdichas de su diario vivir, estamos propios y extraños espantados y en medio del fenómeno repulsivo, no se deja sentir la presencia de los llamados a restablecer la seguridad y sobre todo la paz y el orden.