La frustración de Copenhague

A manera de aviso o ironía, en el último fin de semana, toda la región este de EEUU, desde la cálida Miami hasta la frontera con Canadá, sufrió de intensas nevadas. Lo mismo que en Europa, donde hay ya muertos de frío. Y en Latinoamérica los desastres no son menores.

laRazon Editorial La Razón



En la mayor parte del mundo causó estupor que la reunión cumbre de Copenhague, destinada sobre todo a proteger la vida en el planeta, hubiera concluido en un gran fiasco. Las cinco naciones que más pesan en el calentamiento global han dado la espalda al resto de los 192 países concurrentes; tomaron un acuerdo de intenciones, pero sin asumir compromiso alguno.

Se dejó de lado la urgencia que existe de reducir significativamente la contaminación ambiental, el eventual control sobre el que tendría que aplicarse a dicha reducción y tampoco fijaron plazo para hacerlo en un plazo determinado. O sea, que esos países —mejor dicho sus gobiernos— optaron por actuar, en un asunto que involucra a la humanidad entera, sólo a su voluntad.

Prefirieron proteger sus grandes industrias, el exceso en el consumo de elementos contaminantes y no evitar la deforestación, como si fueran ajenos a los desastres que pueden sufrir la totalidad de sus intereses y, peor aún, a sus propias poblaciones.

A manera de aviso o ironía, en el último fin de semana, toda la región este de Estados Unidos, desde la cálida Miami hasta la frontera con Canadá, sufrió intensas nevadas —se acumularon a una altura superior a los 50 centímetros— que paralizaron el tráfico aéreo, bloquearon las carreteras e impidieron que la gente común pueda hacer sus compras de Navidad.

En Europa, el hecho patético fue la paralización del tráfico férreo en el canal de la Mancha, atrapando en sus vagones a cientos de pasajeros, que viajaban de Francia a Inglaterra, por más de 24 horas. Se cuentan ya los muertos de frío.

Éstos son —de momento— los efectos perceptibles del cambio climático en el hemisferio norte. En el sur, los desastres son mayores. En Honduras, el 30% de la población de su capital no tiene agua para el consumo humano —se la está auxiliando con carros cisterna— con la perspectiva de que en mayo alcance al 50%. La sequía dañó las cosechas de maíz y frijol, alimentos básicos en aquella latitud.

En Bolivia, la situación empieza a ser crítica. Las poblaciones que viven alrededor del nevado Illimani no tienen agua pura para el consumo humano, tampoco para el regadío de sus sembradíos. En la ciudad de El Alto la escasez de agua, por el deshielo de los glaciares vecinos, deja vislumbrar lo que puede pasar. Y en poco tiempo sucederá otro tanto en La Paz. La sequía afectó a los cultivos de papa en el altiplano y a la ganadería en el Chaco.

El Ministerio de Salud tuvo que declarar la Alerta Nacional porque, al reducirse la capa de ozono por la contaminación, se están filtrando los rayos ultravioleta, amenazando la salud de los bolivianos, con daños a la piel —cáncer— y a los ojos.

Por estas razones de previsión y aporte —propio y a los demás— corresponde al Gobierno nacional diseñar cuanto antes un plan sobre la forma de enfrentar los fenómenos que produce el calentamiento global. Así, la voz contestataria que asumió el presidente Evo Morales en Copenhague tendrá plena coherencia.

De igual forma, le dará la autoridad suficiente de convocar a una movilización mundial el próximo 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, declarada por las Naciones Unidas, para protestar por el fracaso de la Cumbre de Copenhague y exigir que se tomen acuerdos formales contra los impactos del cambio climático.