Solo queda una salida

2SemanarioUno343-2 Editorial de SemanarioUno

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Hace unas semanas, leíamos con entusiasmo una opinión de un escritor chileno sobre los cambios en democracia que se han ido sucediendo en su país desde el fin de la dictadura militar. Nos entusiasmó lo que él describía como evolución de las conciencias y cambio de mentalidad, procesos centrales para avanzar en la construcción y consolidación de una sociedad democrática. Tal fue nuestro entusiasmo, que osamos comparar lo vivido en Chile con lo que está ocurriendo en Bolivia. Vaya osadía. La frustración provocada por lo que rescatamos de nuestra experiencia boliviana fue tan grande, que estuvo a punto de dejarnos sin aliento. Ni evolución de conciencias, ni cambio de mentalidades, fue el resultado contundente de una realidad que nos llegó entonces como bofetada.



Y si así estábamos ya a inicios de enero, antes de ver en acción a los nuevos actores políticos que asumirían la representación de todos los bolivianos en la llamada Asamblea Plurinacional, ¡imagínense cómo quedamos luego de ser testigos de la bochornosa inauguración de esas representaciones! En la lona, con los ánimos en los talones. No sólo por la farsa actoral protagonizada por lo más selecto del oficialismo en Tiawanaku, en la que se fueron cientos de miles de bolivianos, y que continuó luego en la toma de juramento presidencial, sino también por la vergonzosa actuación de una pobre bancada de opositores que, lejos de iniciar partida con buen pie, lo hizo a tropezones, atropellándose por una absurda y vergonzosa disputa de pinches cargos dejados como migajas por los oficialistas. ¿Lo más triste? Comprobar que los absurdos no se circunscribieron al escenario de la Asamblea nacional, sino que se reprodujeron como virus malignos en las asambleas departamentales, como nos ha tocado ver en la de Santa Cruz.

Por eso dan ganas de hacer nuestras las palabras del editorialista de Los Tiempos, publicadas en su edición de este jueves pasado, a propósito de los opositores: “Lejos de hacer acopio de las pocas fuerzas que les quedan, del mínimo de dignidad que podrían esperar de ellos quienes aunque de mala gana les dieron su apoyo en las urnas para nombrarlos sus representantes, se han entregado con una voracidad propia de perros hambrientos a pelear entre ellos por las pocas migajas que ponen a su alcance los nuevos invitados al banquete del poder. Es tan patético el espectáculo que brindan, tan grotescas las dentelladas que intercambian en medio de mutuas acusaciones y agravios, que se diría que bien merecido tienen el lugar que la historia les ha asignado como últimos exponentes de una actitud ante el país que ha llegado a extremos indefendibles”.

Pero como bien dice Los Tiempos, “desgraciadamente, no es sólo su suicidio el que se consuma con cada uno de sus actos. Lo terrible es que con ellos están llevando a la tumba lo poco que queda de esperanza en un futuro que no sea el impuesto por el régimen totalitario que tan eficientemente están contribuyendo a construir”. La pregunta que nos resta formular es: si este es el panorama que nos ofrecen de uno y otro lado los que actuarán en nombre nuestra en las Asambleas nacional y departamentales, ¿seguiremos esperando y llevando en sentaditos, mientras vemos pasar de largo las oportunidades de vivir mejor, que tan bien merecidas las tenemos? Acá, en esta comunidad que alimentamos a diario desde el SemanarioUno, decimos ¡NO! Está de buen tamaño tanto abuso. Así que a rebelarnos, a riesgo que nos acusen de delinquir…


Sin vueltas

Que al menos ochenta personas hayan encontrado la muerte en las carreteras y calles del país en menos de un mes, debido a accidentes de tránsito, es sin duda alguna un dato que debe llamarnos no apenas la atención, sino también llevarnos a iniciar acciones ciudadanas que tengan remate estatal y que apunten a evitar, de manera efectiva, tantas muertes absurdas. No es una exageración, ni una cifra inventada. Es más, el número ochenta queda corto para lo que debe ocurrir en realidad en todo el país, ya que las muertes sumadas en enero están referidas únicamente a los informes oficiales de las oficinas de Tránsito. Y ya sabemos que, por lo general, éstas nunca son fiel reflejo de la realidad.

En todo caso, es una cifra real y alarmante en sí misma, y no necesitamos seguir sumando para darnos cuenta que estamos frente a un problema muy grave: son muertes que, en su mayoría, podrían haber sido evitadas si apenas cumpliéramos como ciudadanos, y como autoridades otros, algunas normas básicas que tienen que ver con pautas para una convivencia humana, respetuosa de la vida. Normas como la de no conducir borrachos, no aventurarnos por calles y carreteras con vehículos que no guardan las mínimas condiciones técnicas adecuadas (frenos, luces, cinturón de seguridad, etcétera), no creernos los Fitipaldi ni los Hamilton en circuitos de Fórmula 1. ¿Por qué nos cuesta tanto cumplir esas normas?

Y del otro lado, contar con autoridades y funcionarios públicos que ejerzan como corresponde con las obligaciones que les compete, sin estar haciendose el de la vista gorda, dejando sin control a conductores y vehículos, a cambio de unos sobornitos que no son nada a la hora de hacer el balance de la vida y de los muertos. Estos son los asuntos cotidianos que deberían estar entre nuestras prioridades, que están además a nuestro alcance, y de cuya atención podríamos sacar buenos frutos. Para comenzar, salvar vidas, evitar muertes.