Washington Beltrán Storace
Tabaré Vázquez inauguró su mandato con un mensaje a los "uruguayos y uruguayas", lo que marcó el nuevo camino de lo políticamente correcto en materia de género o de génera de la población, sin importarle un ardite las enseñanzas de la gramática castellana. Le aplicó un KO a la Real Academia. Lo peor es que su ejemplo cundió y el que más o el que menos en el gobierno adoptó esta maravilla: ahora no somos más "todos los uruguayos" los que festejamos la atajada (elijo un término femenino, porque si de un gol se trata ya empezamos mal) de Luis Suárez, sino "todos los uruguayos y todas las uruguayas".
Siguiendo esa línea, la ex intendenta de Montevideo, Hyara Rodríguez -suplente de Ehrlich- en su último acto en el cargo dejó como legado a la también intendenta Ana Olivera, una resolución que declara preceptivo "el uso del lenguaje inclusivo en (…) esta intendencia". Es decir, un lenguaje no sexista que contaría con el respaldo del Congreso de Intendentes (habrá que cambiarle el nombre). Propone "desaprender lo aprendido" porque los hábitos y costumbres nos inducen a "pensar en masculino", fija normas y da ejemplos para la construcción de una sociedad igualitaria de "ciudadanos y ciudadanas" (no explica por qué nombra primero a los "ciudadanos").
Este desdoblamiento -cada vez más continuo- de masculino y femenino olvida la regla de que el género (no el sexo o la sexa) masculino es la forma no marcada o inclusiva del plural, en tanto el femenino es la forma marcada y por tanto resulta excluyente. También otra que aconseja decir todo lo posible con el menor número de palabras posibles ("el día" incluye también "la noche"). Y ello ocurre porque el desdoblamiento es algo artificial: es el fruto de un lenguaje político que el lenguaje común no acepta. El patriotas-patriotos, periodistas-periodistos y todos los disparates que pueden surgir de esas repeticiones bisexuales, han resultado ser un arma política útil para quien busca votos de minorías fundamentalistas, rayanas en este caso con el ultrafeminismo, por un cálculo interesado o por el miedo a que le endose el mote de machista. Ese lenguaje es el que usan los políticos frente a un micrófono, pero no lo hacen en el mano a mano y tampoco lo utiliza el ciudadano común.
El ultrafeminismo parte de la base que las normas de la Real Academia son redactadas por el enemigo y hay que derrotarlo; porque crean barreras sexistas que atentan contra la igualdad. "Lo plantean como si la academia pudiera imponer tal o cual uso de una palabra- dice el periodista, escritor y académico Arturo Pérez Reverte-, cuando lo que hace es recoger lo que la gente, equivocada o no, justa o no, machista o no, utiliza en su habla diaria. La Academia va siempre por detrás, orientando sobre la norma de uso, y no imponiéndola".
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Siguiendo con Pérez Reverte, en España se ha ido más lejos y se ha nombrado una ministra de la Igualdad y la Paridad de los Sexos. Bibiana Aído se llama ella, que tiene "un bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado". Y allí surge Caperucita y el lobo machista. (La siguiente es una síntesis. La versión completa en www.perezreverte.com/prensa/patentes-corso/
"Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante sin papeles, tirando a afroamericana de color, musulmana, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la ONG Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin".
El País – Montevideo