Hemos pasado ya una semana de los Idus (mediados) de agosto. Estamos prácticamente a un escaso mes del Bicentenario cruceño. El aniversario libertario del 24 de septiembre de 1810 merece ser celebrado en plenitud. Recordemos que en su momento esa gesta nos dio la independencia local. Luego fue posible sostener con el auxilio de próceres argentinos como Warnes y Arenales –que lucharon y vivieron aquí como si fuera su propia tierra–, sumando hijos nuestros como Cañoto, Mercado, Saavedra, Salvatierra y otros valientes, una guerra de guerrillas continua, valiente e implacable contra el imperio español hasta que Santa Cruz decidió –voluntariamente– en 1825 pasar a ser parte de la nueva República de Bolivia, una vez definidos los grandes lineamientos sudamericanos establecidos por Bolívar y Sucre tras el triunfo de Ayacucho.
Por múltiples razones el Bicentenario cruceño debería ser objeto de una profunda concienciación. Sin ir muy lejos, generar fervor ante el Bicentenario es una manera positiva e inteligente de reencauzar el alicaído sentimiento autonomista tan caro al pueblo cruceño, pero venido a menos últimamente por diversos factores que sería largo analizar. Pero no, nada de eso sucede. Salvo unos cuantos admirables entusiastas, hay silencio o frialdad ante el tan cercano magno aniversario.
Hasta el Gobierno central –con claro sentido oportunista– brindó su homenaje al Bicentenario de la gesta de Santa Cruz al celebrar acá los fastos del pasado 6 de agosto. Mientras, la dirigencia local permanece muda o hace muy poco y si algo hace, no lo divulga como corresponde. La ciudadanía no sabe tampoco casi nada de los festejos y actos que se están gestando. La falta de fervor cívico es evidente. Triste en verdad. Ojalá que en el escaso tiempo restante se estimule ese tan necesitado fervor y se alimenten con actos concretos las legítimas expectativas de la gente en torno al histórico evento. No hay que negar la historia ni tergiversar los hechos; tampoco temer al estallido legítimo de un sano fervor regional en el marco global de un sentimiento de pertenencia a Bolivia que siempre hemos tenido, aunque injustamente nos acusen muchas veces de lo contrario. Sí, Santa Cruz de la Sierra se merece más, mucho más. Cruceños: ¡A las cosas! Como nos hubiera arengado el filósofo español José Ortega y Gasset.
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