Nada de lo que ahora se conoce puede sorprender

Joaquín Morales Solá

MORALES SOLÁ Cristina Kirchner podrá sentirse dolida, con razón, por el intento de vulnerar su derecho a la intimidad. ¿Qué necesidad tiene una potencia extranjera de preguntar sobre su estado de salud, sobre los métodos que usa para combatir el estrés o sobre los medicamentos que ingiere, si es que ingiere alguno, para mermar la ansiedad? Las versiones sobre la salud mental de la Presidenta fueron siempre meros rumores que circularon por la orilla de la política. Fueron potenciados por grupos de adversarios en un país donde también los Kirchner contribuyeron demasiado a demonizar a los críticos con falsas etiquetas. Sabe a extraño, no obstante, que el gobierno de los Estados Unidos haya considerado creíbles tales rumores como para preguntar sobre su veracidad.

Es probable, sin embargo, que la Presidenta no se haya sorprendido con nada de lo que dicen los cables que se filtraron sobre la relación política entre ambos países. Es una lástima, por otro lado, que no se conozcan aún los mensajes intercambiados entre la embajada norteamericana y el Departamento de Estado los días inmediatamente posteriores a la asunción de Cristina Kirchner. Tres días después de su llegada a la presidencia se conoció en los Estados Unidos el proceso abierto en Florida por el caso Antonini Wilson y su valija voladora con 800.000 dólares. Esos dólares aterrizaron en el aeroparque metropolitano en un avión fletado por el gobierno argentino desde Caracas, lleno de funcionarios argentinos y venezolanos.



El proceso se abrió en Florida porque la inteligencia norteamericana detectó a espías venezolanos trabajando en suelo norteamericano para hacer callar la boca de Antonini Wilson. En diciembre de 2007 gobernaba todavía George W. Bush. Ese momento marcó definitivamente la relación de Cristina Kirchner con Washington. Esa misma tarde, pocos días después de su bautismo presidencial, tomó el micrófono del Salón Blanco y culpó al FBI de lo que había sucedido en el aeropuerto de su país; lo calificó de "operación basura". La Presidenta disintió de su marido en aquellos días y optó por una política más dura con Washington. "Nunca se olvidará", dijeron entonces en la Casa Blanca.

Del mismo modo, la relación de Néstor Kirchner con Washington dio un giro espectacular luego de la cumbre de presidentes americanos en Mar del Plata, en 2005. El propio Kirchner le reprochó entonces públicamente a Bush las políticas de Washington, mientras ayudaba a financiar y a organizar una contracumbre en esa misma ciudad balnearia. Kirchner se había sentido más cómodo con Bush en tiempos populares para éste; había pedido verlo y el mandatario norteamericano los recibió en el Salón Oval al presidente argentino y a su esposa. Kirchner cambió cuando Bush se convirtió en el líder más impopular del mundo luego que descerrajó una guerra ilegal en Irak.

A pesar de todo, la relación secreta entre ambos gobiernos fue más intensa de lo que se advierte a primera vista. La estabilidad de Bolivia y la contención de Evo Morales fueron un tema recurrente entre las dos administraciones. Eso se supo aquí en su tiempo, de parte de diplomáticos argentinos y norteamericanos. El papel de los gobernantes argentinos frente a Hugo Chávez fue, en cambio, un problema que llegó a convertirse en un conflicto de traducción entre un idioma y otro. Los argentinos prometían "contención" a Chávez, pero "contención" en inglés tiene un significado mucho más severo ("frenar") que el dulce y cordial sentido del español.

Otra coincidencia fue la política internacional en materia nuclear y, aunque se habla poco en los mensajes conocidos hasta ahora, también hubo una intensa cooperación en materia de intercambio de información sobre terrorismo internacional. Las asignaturas pendientes de la Argentina, que tampoco se consignan en la información de ahora, son el lavado de dinero y un trabajo poco entusiasta sobre el narcotráfico.

De todos modos, hay una queja permanente de los norteamericanos en los cables que vieron luz por el discurso oficial argentino sobre Washington, que lo traducen como una visión "paranoica sobre el poder". Si había interés de parte de Cristina Kirchner en acercarse a Barack Obama, como queda claro en varios mensajes, ¿por qué esa actitud y ese discurso de permanente distancia con Washington? ¿Por qué los ciudadanos argentinos son unos de los más críticos en el mundo de los Estados Unidos? ¿Puede existir esa amplia cultura social sin un cierto apoyo de parte del discurso gubernamental? Estas son las inquietudes que subyacen en los textos cruzados entre la embajada en Buenos Aires y el Departamento de Estado.

También es cierto que Cristina Kirchner no se mostró indiferente ante esas suspicacias de los norteamericanos y, por el contrario, se mostró ofendida por la prioridad que Washington les dio a Lula y a los dirigentes chilenos. "¿Qué pasa conmigo, que ni siquiera puedo ser como mi marido, al que Bush recibió poco después de asumir?", preguntó la Presidenta con formas más indirectas. Obama no la recibió aún en el Salón Oval. Sólo intercambió con ella algunas conversaciones telefónicas. La primera conversación tuvo un resultado fatal. La Presidenta argentina gastó casi 20 minutos en hablar de ella y no de la relación bilateral; Obama se quejó luego de esas vaguedades argentinas ante su equipo de colaboradores en la Casa Blanca.

Cristina Kirchner tiene fama de no perdonar jamás una ofensa. Ese sesgo de su carácter es lo que la alejó aún más de Washington cuando destrató al flamante subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Arturo Valenzuela, un académico que antes había opinado críticamente de los Kirchner. Es raro, pero los Kirchner se llevaron mucho mejor con el antecesor de Valenzuela, Thomas Shannon, una expresión cabal del cuerpo permanente del Departamento de Estado. Para peor, Valenzuela alertó en público al gobierno argentino sobre la poca seguridad jurídica que existe en el país, aunque aclaró que ésa había sido una queja que recibió de empresarios norteamericanos con inversiones en la Argentina.

Cristina Kirchner mezcló los antecedentes críticos de Valenzuela con esas declaraciones, ya como funcionario, y nunca aceptó conversar con él a solas. Ella y su esposo, en cambio, hablaron mucho con Shannon, quien consiguió hasta que intercedieran ante Evo Morales. Valenzuela tampoco descubrió nada cuando percibió que el entonces matrimonio gobernante era alérgico a las críticas de cualquier extracción. Valenzuela es un hombre de Hillary Clinton, la secretaria de Estado que luego pidió información personal y política sobre los Kirchner.

La única pregunta que nadie ha respondido hasta ahora es si la diplomacia seguirá siendo como fue después del derrumbe de cualquier reserva en los cables secretos de las cancillerías. La información y la reserva han sido históricamente las armas más poderosas de las relaciones internacionales. El fenómeno de Internet las acaba de fulminar con un golpe devastador, único y preciso

La Nación – Buenos Aires