Otra ley a la carrera

Demetrio Reynolds*

LOGO_PAGINA_SIETE Por conminatoria de la autoridad competente (léase Órgano Ejecutivo), la magna Asamblea Plurinacional deberá aprobar sí o sí, hasta fines de este año, la nueva ley de la reforma educativa, denominada “Avelino Siñani – Elizardo Pérez”. No hay otra alternativa. La sumisa obediencia de los honorables es proverbial en este tiempo del “proceso de cambio”. Tampoco el ritmo se alterará: ¡a la carrera!

Cual si fuera una extraña procesión que avanza a medianoche, ya se escuchan voces destempladas, como aullidos a la luna, de los sempiternos disconformes. Puede que ahora tengan razón al observar muchas aberraciones, pero la postura tradicional es no estar de acuerdo con ninguna reforma. Ésas son las reglas del juego. Del juego de la supervivencia dirigencial, obviamente.



Y los días corren. La paciencia no está como para dar largas al asunto; tampoco hay motivo para retrasar. El paquete estaba listo desde hace rato. Sólo se aguardaba el momento oportuno. El último detalle no de mucha importancia es sancionarla. Eso se hace en dos palitroques. Luego, al Palacio Quemado. Y punto. Nunca fue tan fácil promulgar una ley, y nada menos que para una “revolución educativa”; o tal vez precisamente por eso, como parte de la tal revolución.

Según voceros oficiales, el susodicho proyecto goza ya de amplio consenso. Hubo mucho tiempo para eso, dicen aquéllos. Estarían ya convencidos de lo bueno que es, los dirigentes nacionales de ambos sectores del magisterio (¡Quién creyera!). También la Iglesia para sus centros de “convenio” y otras ramas anexas, entre ellas seguramente las universidades autónomas. El silencio otorga, dice una máxima conocida. Salvo error u omisión.

Para los que se resisten, el presidente Evo ha lanzado una advertencia severa. Categórico y contundente ha manifestado: “Si alguien rechaza este proyecto’ es racista, y quiere decir, además, que no acepta una educación descolonizadora”. ¡Cuidado! No había sido difícil caer en el fatídico racismo; sólo un desacuerdo, uno solo, puede ser fatal. Y también el no serlo, claro. Basta con callar en siete idiomas. Y para más garantía, en las 36 lenguas del Estado Plurinacional, mejor. El que no habla nada teme.

Es riesgoso entrar en detalles; pero la tentación es grande. Del vetusto Código del 52 se han exhumado varios términos, como “revolucionaria”, “liberadora”, “antiimperialista”: clichés gastados. Y estos otros: “tronco común y ramas diversificadas”, “currículum regionalizado”, “participación social e interculturalidad”, ¿a qué experiencia anterior nos remiten? Por supuesto a la que entonces se la tildó de “ley maldita”, la 1565 de 1994. Por razones desconocidas, está siendo rescatada del olvido. Sólo el marbete de “neoliberal” ha sido retirado.

Pero además es “descolonizadora”. ¡Gran desafío! Al referirse a los 500 años, se estigmatizó mucho el colonialismo español. Y como es sabido, el más significativo legado de éste, entre los pueblos de habla hispana, es el idioma. Ahí está el enclave de la mentalidad colonial del conquistador. Ahora, no se piensa sino en el idioma que uno habla. “La lengua es la sangre del espíritu” (Unamuno). Entonces, ¿para qué andarse por las ramas? Al toro por las astas. ¡Hay que descolonizar el castellano! Urgente, un decreto: “Por tanto, se resuelve: a partir del próximo 22 de enero, en justo homenaje al aniversario de fundación del Estado Plurinacional, queda terminantemente prohibido hablar en castellano; sólo se hablará la lengua de cualesquiera de las 36 nacionalidades descubiertas, so pena de ser considerado racista el renuente, hasta las últimas consecuencias”.

* Pedagogo

Página Siete – La Paz