Bolivia vive por estos días la principal convulsión social desde octubre de 2003. Esto, teniendo en cuenta que las protestas de septiembre de 2008 tuvieron un carácter marcadamente regional, circunscritas al oriente y sur del país, en comparación con las actuales que estremecen a los nueve departamentos. En todas partes el grito es unánime: “Que se vaya Evo”, dicen las amas de casa y las juntas vecinales de El Alto, los maestros de La Paz, los obreros y gremialistas de Santa Cruz, el multitudinario cabildo de Oruro, los sindicalistas de Potosí, los vecinos de Sucre, los transportistas de Cochabamba… Al mejor estilo “Goni 2003”, el ministro Sacha Llorenti (triste papel para un ex defensor de los derechos humanos) salió a los medios a tratar de minimizar las protestas, culpando a “grupos pequeños y esporádicos”. La rebelión contra una élite burocrática que echó mano al bolsillo de todos para solventar sus propios gastos se extiende como reguero de pólvora, sin solución visible a la mano que no sea la abrogación del “decreto maldito” e incluso el acortamiento del mandato presidencial. Todo indica que la estrategia de perpetuación implementada por Evo Morales durante cinco años podría haber sido en vano y que habría resultado mejor quedarse en el poder sólo un periodo, evitándole a Bolivia la violencia de un reordenamiento constitucional forzado y sin consenso. El país vive su Diciembre Negro y esperemos que a los actuales heridos no se sumen pérdidas de vidas humanas, por causa de la intransigencia gubernamental y los excesos policiales. Parece bastante evidente que estamos ante el fin del evismo, un proyecto político al que desde hoy podemos considerar completamente agotado, huérfano de apoyo popular y en franca crisis de desestructuración. Al crecimiento exponencial de las protestas hay que sumar los innegables síntomas de zozobra emanados desde el propio régimen, que anuncia medida tras medida sin dar con el elemento que desactive el descontento: al gris mensaje presidencial de anoche siguió una conferencia de Evo esta mañana, y rato después otra del ministro Arce, y luego otra de Llorenti… La pregunta a responder es si este terremoto será un octubre negro (crisis final) o un febrero negro (crisis previa). Es posible que se trate de lo segundo, lo que de todas maneras indicaría que el evismo tiene los días contados, habiendo iniciado un proceso de desgaste sin retorno. Después de empeñarse en dividir a los bolivianos durante años, Evo Morales podría lograr -paradójicamente- lo contrario. Unir a los bolivianos… en su contra.