Wikileaks y yo

Salvador Romero Ballivián

ROMERO Creía que los cientos de miles de cables que el sueco Julian Assange puso a disposición de todo el mundo a través del portal informático Wikileaks revelaban exclusivamente secretos militares en países en los cuales jamás he puesto los pies, por ser demasiado peligrosos para mi integridad, negociaciones diplomáticas de alto vuelo sobre asuntos cruciales para el futuro de la humanidad en el siglo XXI y, lo que resultó la comidilla de un planeta deleitado con chismes como cuando las amigas adolescentes echan mano del diario de una de ellas, datos curiosos sobre los poderosos, ricos, famosos, pero no siempre lindos del escenario internacional. Pero no, hay más que eso.

Un gran amigo mío, definitivamente con un espíritu más curioso y aventurero que el mío, tuvo la ociosidad de escribir mi nombre, evidentemente después de haber puesto el suyo, en el célebre Wikileaks. Me comentó que él aparecía citado dos veces y yo 14. ¿Yo en Wikileaks? Sonaba a broma, pero las pruebas no admitían discusión. Entre ambos no sabíamos muy bien si era mejor aparecer, como él, un par de veces, casi con alivio de estar al margen de los terribles acontecimientos mundiales, o mejor 14, porque de pronto, anónimo mortal, uno comparte un poquito los créditos de la película con los grandes de este mundo. Por supuesto, en el papel de figurante de la última categoría, como aquel que intenta que sus amigos lo distingan en la pantalla, en la fracción de segundo en la cual aparece como náufrago a punto de ahogarse en “Titanic”, y coloca en su currículum que actuó en la misma película que Leonardo di Caprio, lo que no es nada, y de Kate Winslet, lo que ya es algo más.



No me quedó otro camino que explorar los mentados cables para saber qué papel me había sido reservado en la Historia mundial, aquella que revisarán los historiadores de lejanos siglos por venir. Por supuesto, todo fue una suma de desilusiones y una que otra noticia alentadora.

Definitivamente, mi investigación fue exhaustiva, los cables no reportaban que organizaba o participaba en fiestas que evocasen los esplendores decadentes del Imperio romano, como el pretendido dueño del norte del Mediterráneo. Entonces, ¿para eso me esfuerzo en ser el centro de la fiesta, el trompo que no se agota? Todo ¿para que nadie informe ni una sucinta línea al Departamento de Estado, y menos aún al mismísimo Presidente? ¡Qué desperdicio de energía! Con más alivio, mi investigación fue exhaustiva, no señalaban que sufriese algún tumor, ni en la nariz ni en ninguna otra parte, como se especuló sobre un presidente de los Andes. Eso me ahorra un chequeo médico anual, pues no vale la pena desconfiar de la medicina más avanzada del mundo. Nada es nada. Tampoco, mi investigación fue exhaustiva, sugerían que podía ser un déspota con inclinaciones autoritarias, como si fuese un zar redivivo, o, bueno, en este campo, la lista es extensa. Supongo que es el reconocimiento, al menos implícito, que soy un “buen tipo”: no añado otros calificativos, pues más de uno ha sido catalogado como vanidoso y ególatra por andar echándose flores por demás. Mejor nos ponemos a salvo de un segundo lote de cables. Por último, mi investigación fue exhaustiva, no consta que me haya lanzado en la carrera nuclear, por cuenta propia, al servicio de una potencia extranjera, ni siquiera de mi propio país. Prefiero no creer que el trabajo fue incompleto, por lo que lo doy por bien recibido, lo que tendría que facilitar el paso por los aeropuertos: ya en condiciones ordinarias es moroso pasar los controles de seguridad y migración, inútil añadirle suspicacias.

La verdad es que aparezco en el famosísimo Wikileaks citado 14 veces, pero, por Dios, siempre en unos papeles anodinos, desprovistos de heroísmo, poesía, suspenso, aventura. Fríos como un cable no clasificado como “confidencial”. Me encuentro harto molesto, lo confieso. Dice la prensa que Hillary Clinton en persona llama para disculparse; yo no exijo que ella se encargue de ese trámite, pero por lo menos que delegue esa tarea a alguien de voz simpática. Prometo disculpar rápido y, por favor, ¡la próxima vez colóquenme con un papel más emocionante para que mi paso por la Historia no quede tan deslucido! ¿O si no, cómo se justifica uno ante sus nietos?

Página Siete – La Paz