El día después…

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo Muhammad Hosni Sayyid Mubarak, ha renunciado dejando la administración de su gobierno a los militares.

Engañado, o simplemente sordo a las demandas ciudadanas, el ahora ex presidente egipcio tardó mucho en darse cuenta de que su régimen ya estaba agotado. Estuvo ciego durante 18 días, mientras el pueblo se había volcado a las calles para exigir su salida del poder. Nuevamente un dictador mimado, aislado y rodeado por cortesanos que procuraban seguir medrando a su sombra, fue el último en enterarse de que había llegado la hora final de su imperio pretendidamente hereditario –se había mencionado que el sucesor virtualmente designado: Gamal, hijo de Mubarak.



Pero la ceguera ante el fin que se acerca, no sólo la padecen los autócratas: el cercano fin “Francia no lo vio venir en Túnez y EE UU tampoco pudo imaginar lo que se avecinaba en Egipto” observa José Ignacio Torreblanca (“Marruecos debería preocuparnos”. El País. Madrid, 11.02.2011). Y añade: “¿Le ocurrirá a España lo mismo con Marruecos y tendrá que lamentarse a posteriori de haber ignorado las señales que apuntaban a lo que finalmente terminaría ocurriendo?”.

Pero, por qué lamentarse si, por lo menos aparentemente, los levantamientos responden al propósito de deponer a los autócratas y abrir las puertas a la democracia. Al parecer, hay diversas causas para la preocupación; una de ellas –la más importante para Occidente– es que esos regímenes autoritarios fueron vistos como freno al avance del fundamentalismo islámico del estilo de los ayatolas de Irán, que tanto inquieta a Europa y a Washington.

Los temores y dudas se acrecientan en el caso de Egipto, ya que se trata del país árabe más poblado del Medio Oriente (más de 83 millones de habitantes), con una enorme influencia en la política de Medio Oriente. Pese a que fue beligerante en todas las guerras árabe–israelíes, es el país que hizo posible, desde la era de Anwar El Sadat –Mubarak fue su vicepresidente hasta el magnicidio de 1981 perpetrado por islamistas radicales–, la paz con el estado hebreo, con el patrocinio de Estados Unidos. Desde entonces, Egipto recibe una ayuda anual de Washington de mil quinientos cincuenta millones de dólares, cantidad nada despreciable cuando hay una ostensible pobreza y no pocas desigualdades.

Según Bernardo Ptasevich (“Sin Hosni Mubarak será más difícil conversar con los árabes” Aurora. 11.02.2011), “El mundo árabe extremista nunca vio con buenos ojos su acercamiento a Occidente”. Y señala: “Para Israel, Mubarak ha sido quizás el interlocutor más importante en el camino hacia la paz en la región. No solamente ha mantenido su postura que permitió ese período tan largo de tranquilidad sino que ha colaborado abiertamente en poder dialogar con los palestinos siempre que la situación lo ha requerido. Si hay alguien que ha estado comprometido con la idea de un Medio Oriente en paz, tenemos que pensar en su figura”.

La caída de Mubarak, abre la incógnita. La Sociedad de los Hermanos Musulmanes, fundada en 1928, la principal fuerza opositora egipcia, es una organización política con un ideario basado en el Islam. Si, con estas credenciales, esta Sociedad se convierte en decisiva en la política egipcia, podría peligrar la paz en la región. Es que “los Hermanos Musulmanes están al acecho, (el presidente iraní) Ahmadineyad está al acecho, los extremistas de todo el mundo lo están” (B. Ptasevich. Cit. ut supra).

Y no parece que el cambio en Egipto es un tema acabado. “Los acontecimientos de estos días en Egipto y otros países árabes plantean una vez más la inquietante pregunta: ¿cómo evitar que las revoluciones hechas para la libertad terminen en nuevas tiranías?” (Luciano Álvarez. “Transiciones, revueltas y revoluciones”. El País, Montevideo, 12.02.2011).