El juramento y la mamadera

Álvaro Riveros Tejada

riveros Si hay algo que sobrepasa los límites de nuestra paciencia política y ciudadana, es la inveterada costumbre que tenemos los bolivianos de jurar por cualquier cosa. Es más, lo engañoso de este trámite es no saber por qué diablos juran ya que no cumplen nada de lo que se han comprometido, incurriendo en flagrante delito de perjurio.

Empero, esta práctica se hace más obsesiva cuando de asumir un determinado cargo se trata. Desde la toma de posesión del Presidente de la República, pasando por la de los ministros, hasta la del elemento más pinche de la administración pública, esta debe venir obligatoriamente acompañada de un solemne juramento.



Dicha costumbre sería plausible y comprensible si obedeciese a códigos o normas de procedimiento bien establecidos, sin embargo, en el transcurso de nuestra vida republicana y ahora de Estado Plurinacional, vemos azorados que cada vez se trata de innovar más esta práctica de reafirmación solemne. De esta manera, las fórmulas y costumbres del juramento van variando de acuerdo al gusto y sabor de cada jurador. Los hay aquellos que ciñéndose a las añejas normas de solemnidad “cristiana” del acto, forman una cruz con el pulgar y el índice, donde proceden a depositar su ósculo, olvidando que el propio Jesucristo nos dice: “No juren…” “Baste con decir claramente “si” o “no” pues lo que se aparta de esto es malo” (Mateo 5:34-37).

Desde 1952, que marca la liberación del “indio” de las odiosas prácticas del pongueaje, la búsqueda de originalidad en el juramento se inició con la “V” de la victoria, introducida por el MNR, en un remedo flagrante del símbolo utilizado por Winston Churchill en Inglaterra, ocho años antes, realzando sus hazañas en la segunda guerra mundial. Desde entonces, hemos podido observar la proliferación de procedimientos que harían parar los pelos a un calvo.

Existen algunos congéneres que levantan el puño, sea izquierdo o derecho, como señal de un ateísmo a ultranza. Esta práctica suele venir acompañada de un ligero toque en la verija con la mano desocupada. Hay quienes se ponen la mano al pecho o la colocan sobre una Biblia o una Constitución. Están aquellos que se arrodillan o extienden la mano en un típico signo nazi y últimamente, los militantes masistas que alzan el puño izquierdo y con la mano derecha se oprimen el pecho, en una pose que semeja a la de los pasajeros de colectivo que viajan cuidando su billetera.

Como uno nunca termina de aprender y de observar actos insólitos y como en Bolivia lo que no ocurre es raro, en medio de toda esta diversidad de jureros, hace unos días atrás tuvimos la oportunidad de presenciar la toma de posesión del flamante gabinete, donde una ex ministra de cultura, en un descarado sincretismo quiso innovar la fórmula, haciendo la señal de la cruz con una mano y el puño en alto con la otra. Seguidamente, procedió a besar o mamar el pulgar en un acto que todavía concita la curiosidad de la gleba. Hay quienes sostienen que se trata del signo de una secta masónica secreta. Los hay aquellos que afirman que se trata de una enviada del Código Da Vinci y finalmente, no faltan los eternos irreverentes que aseveran tratarse de una inequívoca señal del juramento y la mamadera.