Contraproducente comodidad

Andrés Canseco Garvizu

CANSECO Una de las características de algunos seres humanos es la terquedad. Si bien en ciertas cuestiones es necesario que el individuo sea intransigente y que defienda hasta el límite su manera de pensar, existen también situaciones en las que, notando su repetitivo y nocivo error, debe dejar el empecinamiento; mucho más si estos fallos arrastran a otras personas hacia un espiral descendente. Este tipo de errores puede notarse a través de nuestra historia reciente al momento de rememorar ciertas estrategias políticas que rozan la estulticia.

En circunstancias de peligro, el ser humano busca en el sentido de pertenencia cierta clase de protección ante las agresiones, sin embargo esta reacción no deja de tener un componente demasiado primigenio, pues no es la razón la que lo incita, sino una simple respuesta instintiva.



El afirmar que los atropellos de la clase gobernante en Bolivia tienen un sentido centralmente destructor hacia una cultura o únicamente a los habitantes de una región, departamento o ciudad en concreto es una falacia atemorizante por su magnitud.

Las épocas eleccionarias son fecundas en cuanto a producción demagógica. Esto permite que muchos personajes, quizás agitando alguna bandera y empleando algún modismo molesto para el oído, puedan ganar empatía con las masas y puedan ser electos y reelectos en cargos políticos sin, a veces, cumplir requisitos mínimos de liderazgo.

El peligro se acrecienta cuando los abusos del Poder son cada vez más constantes e ilegales, y esa estrategia de quienes deberían guiar una oposición política y una defensa racional de principios y valores no es más que una escasa “identidad común”, una identidad que en algunos lugares no es más que una forzada, cómoda y hasta conveniente ficción imprecisa en el tiempo y espacio.

Las detenciones ilegales, los excesos de la represión, los juicios viciados y la vulneración de los derechos fundamentales por parte de Juan Evo Morales Ayma y sus seguidores no tienen como objetivo específico y/o exclusivo a los oriundos o habitantes de ninguna latitud del país exclusiva; estos abusos apuntarán a quien sea un potencial obstáculo en el control del Poder total, o algún freno en el derroche.

Es mentira que se atente contra una identidad, contra una “tierra”, contra una nación o contra un pueblo en específico. Prueba irrefutable de esto es que las autoridades enjuiciadas y retiradas de sus cargos, los heridos e inclusive los muertos de este y del anterior periodo de gobierno se esparcen y se cuentan a lo largo y ancho de todo el territorio. La insuficiencia de estos postulados puede ser algo más perjudicial aún si la defensa ciudadana de la legalidad y la democracia es simplemente accesoria de un “amor a la tierra”. A estos incautos, no les interesa que la institucionalidad democrática se rompa, no se escandalizan tanto si los procedimientos legales no son seguidos; lo único que los mueve es el aprecio a un terruño que los "vio" nacer.

Vergonzosa es la limitación de ciertas figuras políticas que hacen del relativismo cultural su bandera política, pues evidencian que sus afirmaciones y sus verdades están circunscritas a un determinado territorio, en lugar de tener un valor universal. No es a “nosotros, los de un determinado lugar”; es a todo aquel que se oponga sobre quien caerán las arbitrariedades. Hay ilegalidades cometidas e impulsadas por el Movimiento al Socialismo contra personas de Beni, Chuquisaca, Cochabamba, La Paz, Oruro, Pando, Potosí, Santa Cruz y Tarija. No hay ficciones colectivas perseguidas; hay individuos con sus derechos fundamentales vulnerados. Las genuflexiones de jueces y fiscales no conocen departamentos, mucho menos se impiden por alguno.

Quienes deseen seguir usando su fe para creer en “pueblos perseguidos”, que lo hagan. Yo, como liberal y propugnador de Derechos Humanos válidos universalmente (valga la redundancia), me alineo al puñado de ciudadanos que asume que en todo lugar y región debe defender estos derechos, pues con ellos se nace; no son dádiva ni del Estado ni de alguna cultura o lugar, cualesquiera que éstos sean.