¿Fin del capitalismo?

Fernando Molina

fernando_molina Al final no pudimos salir de la crisis mundial. Tuvimos la impresión de que sí, de que el dinosaurio se marchaba, pero antes de irse por completo agitó su cola una vez más, y ahora están en riesgo las cabezas de todos. ¡A agacharse rápido!

La crisis de 2008 se debió a la falta de crédito; ésta detuvo las inversiones, lo que bajó de ritmo la economía, lo que a su vez aumentó el desempleo. Para conjurar este encadenamiento fatal, los gobiernos del primer mundo gastaron ingentes cantidades de dinero, que se sumaron a las cifras también considerables que ya debían, pues eran y son demasiado pesados para las economías de sus países.



Esta forma de encarar la crisis (es decir, recurriendo a los estados en lugar de obligar a los malos banqueros a asumir sus responsabilidades) contribuyó significativamente a engendrar la crisis actual, cuya expresión es el sobreendeudamiento.

Esto sólo es aparentemente paradójico. En realidad, lo normal es que las soluciones creen sus propios problemas.

Hoy los estados del primer mundo deben demasiado y necesitan de más préstamos para pagar sus facturas. De modo que, a fin de persuadir a los inversionistas para que confíen en ellos, se han visto obligados a elegir entre recortar sus gastos o incrementar sus ingresos. Como en su mayoría están dirigidos (o bloqueados parlamentariamente) por políticos conservadores, escogieron lo primero: el ajuste.

Sin embargo, nunca recortar los presupuestos (tampoco aumentar los impuestos) es inocuo. Genera disturbios políticos como los vividos en Grecia y Gran Bretaña, alienta el espíritu anticapitalista y además, y muy importante, detiene la economía. La disminución de los gastos estatales implica una caída de la demanda general y -por tanto- acerca a la sociedad al desenlace más temido: una nueva recesión.

Bueno, todo esto ya es sabido. Más novedoso es el lado, digamos, ideológico del asunto. Si la recesión no sólo se niega a irse, sino que retorna en cuestión de dos años, y si es verdad que, como alguna vez dijo Alan Greenspan, cuanto más se aleja una economía capitalista de la recesión pasada, más se acerca a la recesión futura, ¿estamos entonces cerca del fin del capitalismo?

Los que piensan que sí tienen una idea un poco ingenua del capitalismo e incluso, si me apuran, de la vida. De lo contrario sabrían cuán inevitables es cambiar para peor. Todo lo que sube vuelve a caer. La felicidad no dura para siempre.

La economía, igual que un carro, no puede marchar a cien por hora siempre; al final la gasolina que la mueve se agota. Por una u otra causa, las cosas se enredan y entonces se produce el desenlace más temido: la recesión.

No por eso, sin embargo, hay que concluir que el capitalismo ya no funciona; todo lo contrario, significa que lo está haciendo.

Las recesiones no acaban con el capitalismo, porque la única forma de salir de ellas es con más capitalismo. Aunque el Estado tome medidas de control de los sucesos, éstas sólo sirven para evitar que la caída sea más grave o, en algunos casos, según parece, para convertir una recesión fuerte en dos recesiones débiles, una detrás de otra.

Pero lo que de verdad elimina la recesión es la necesidad del capital de salir de sus escondrijos (el dólar, el oro, los títulos soberanos) y aventurarse al mundo real, financiando una vez más la realización de actividades rentables que producirán más capital, el cual a su vez’

Para que los sepultureros del capitalismo tuvieran razón, deberían demostrar tres cosas: a) que existe alguna forma de economía moderna, es decir, una economía que no sea de supervivencia y que posea mercado, que no sufra de recesiones; b) que es preferible una curva plana pero estable en un punto primitivo, cercano al cero, o los altibajos de una economía más próspera pero que debe vivir tiempos de vacas gordas y flacas; c) que la recesión de las economías planificadas no se resuelve intensificando el capitalismo (cfr. la NPE de Lenin, el modelo chino, la experiencia vietnamita, etc.)

¿Estamos ante el fin del capitalismo? No, pero si el capitalismo se fuera a acabar, también lo pagarían, y quizá primero que nadie, los países socialistas y nacionalistas que aún existen, incluyendo Venezuela y Bolivia. Sin capitalismo, el populismo resultaría imposible. Nadie podría aprovechar la riqueza de los afortunados para financiar políticas redistribuidoras. Nadie podría vender materias primas caras a los países ricos para financiar con ellas la jauja de sus gobiernos. Nadie podría “exigirle” a los países capitalistas préstamos y donaciones.

Y en el plano personal, los líderes de la crítica al capitalismo no tendrían cómo dedicarse a los estudios culturales y la antropología radical en arboladas universidades situadas en Estados Unidos o Europa, ni adónde viajar para realizar sus seminarios tremendistas, ni tendrían clínicas a las que asistir cuando se enferman.

Si efectivamente estuviéramos viviendo el fin del capitalismo, es seguro, los capitalistas no serían los únicos en lamentarlo.

Página Siete – La Paz