La OEA y UNASUR

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 De tiempo en tiempo, surge la intención de sustituir la Organización de los Estados Americanos (OEA) por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

A la OEA se le atribuye falta de capacidad para resolver conflictos y de estar al servicio de EEUU. Pero, “¿qué puede hacer la Unasur que no pueda hacer la OEA en caso de un intento o golpe de Estado? No mucho, más allá de condenar, repudiar y llamar al retorno de la institucionalidad democrática” (Rubén M. Perinapara. La OEA frente a Unasur. La Nación, 23/11/2010). En efecto, este es el resultado de la limitación de las facultades de los organismos que los propios miembros imponen.



En 1954, el primer secretario general de OEA, el eminente colombiano don Alberto Lleras Camargo, luego de completar su periodo dejó grabada una conclusión inobjetable: “La OEA no será ni más ni menos lo que sus estados miembros quieran que sea”. En efecto, si los americanos hemos construido un sistema débil, esto se debe a nuestra propia debilidad. Lo pasado y lo actual es compartido por todos los estados miembros.

Lo que sucede ahora es la expresión de fallidos afanes populistas de usar el organismo hemisférico para sus fines divisivos. Sin embargo, habrá que convenir en que Unasur pudo ser un organismo de coordinación entre los sudamericanos. De hecho, en el Consejo Permanente los miembros de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) constituyeron un grupo con este fin. Si así se entendiera, Unasur reforzaría la organización continental; es decir, para que la OEA sea “los que sus estados miembros quieren que sea”.

Pero hay intereses que nacen de la molestia por ciertos instrumentos, como la Carta Democrática Interamericana. Se pretende, entonces, que la Carta solo sea aplicable en determinados casos –los de los supuestos adversarios–, dejando pasar otras violaciones de los principios consagrados. Por eso, cuando salen a relucir los atropellos a las libertades democráticas, las reacciones son virulentas. En este sentido, hay una larga historia de declaraciones agresivas del presidente de Venezuela.

Cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos incluyó con razón al Gobierno ‘bolivariano’ en un informe anual como uno de los países de la región donde se violan sistemáticamente los derechos humanos, la reacción fue torpe: “Váyanse –vociferó Chávez– largo y al cipote”, lo que en Venezuela significa: “Váyanse al diablo”. Y una vez más amenazó con retirar a su país de la organización. En mayo de 2010 Chávez volvió a la carga: “Algún día la OEA, yo creo, debe desaparecer. Hay que crear nuestra organización de estados latinoamericanos y caribeños”, dijo.

La inquina se desata cuando el populismo no logra imponerse; cuando hay diferencias, cuando se discrepa y, por supuesto, cuando algún organismo interamericano muestra la esencia antidemocrática de ese bloque.

Ahora hay otro germen de desavenencia: “…a partir de este año, la OEA tendrá competencia en América del Sur: la Unión de Naciones Suramericanas anunció que a fin de año enviará sus propios veedores a tres países que realizarán distintas consultas populares” (Verónica Smink. BBC Mundo, 27/08/2011). Los veedores de la Unasur participarán en un referendo en Paraguay, en las elecciones de magistrados en Bolivia y en las presidenciales de Guyana. Está claro que será en tres países que son miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la organización que lidera Chávez. Se trata, entonces, de reforzar el esquema populista: elecciones y luego desconocer su esencia, la democracia.

El Deber – Santa Cruz