Daniel A. Pasquier Rivero
El líder de la CIDOB lo pide, a nombre de todos sus hermanos. Emocionado, porque lo mejor de los bolivianos lo arrancó del alma la marcha por salvar el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). Miles de paceños y de residentes en La Paz salieron a recibir a los marchistas, con tintes nítidos de héroes nacionales, olvidando el color de la piel, el idioma o la cultura, edad o sexo; empleados públicos, comerciantes, empresarios, gente sencilla o encorbatada se descolgó desde las laderas de la hoyada o subió desde los pitucos barrios del sur. Todos portando el mismo ánimo, la misma convicción y las ganas de honrar a los que se atrevieron a desafiar al poder para hacer valer sus derechos. Honrar a los que se atrevieron a levantarse contra lo casi imposible, el poder del Estado despóticamente administrado. Honrar a los que supieron desmentir con sus actos y con su coraje, la información distorsionada, la mentira vergonzante propalada públicamente por autoridades del gobierno (algo inaceptable y que algún día deberá ser juzgada). Honrar a los que hicieron añicos con su sufrimiento en Yucumo, todas las amenazas y hasta el atropello inaudito de la soberbia en el poder.
El proyecto de Evo Morales y su gobierno ha sido derrotado por unos pocos bolivianos cubiertos de dignidad, dispuestos a demostrar pacíficamente, hasta el sacrificio último, de que el poder tiene límites, que los derechos se deben respetar, que la palabra se tiene que cumplir. Pasarán a la historia con esta ominosa mancha de niños, mujeres, ancianos, hombres y dirigentes indígenas vilmente masacrados, por el sencillo hecho de haberse atrevido a levantar cabeza y haber pretendido presentar sus reclamos al déspota; igual que siempre, como hacen desde hace más de 500 años. Parece que nadie creía qué el límite de brutalidad al que podía llegar el gobierno podía correrse un poco más allá. ¿Hasta dónde su alienación? Un gobierno que instrumenta durante años el discurso de la descolonización, el reconocimiento a los pueblos y culturas ancestrales y la protección a los recursos naturales, con el único y cínico propósito de alcanzar el gobierno y tomar el poder.
Las banderas eran y son ciertas, pero los abanderados, simples mentirosos. Todo apunta a que la ambición de poder se confundió con la ambición de entrar en las grandes ligas de las corrupciones mayores, donde se manejan cifras que solo registran las computadoras: concesiones del TIPNIS por veinte años a la explotación de recursos naturales, sin consulta previa ni intención de cambiar lo decidido; cientos de millones de dólares danzando en obras viales aparentemente no justificadas, situación que complica por igual a financiadores y a promotores del proyecto; y detrás, el incalculable negocio de la industrialización de la coca, dotándolo aún de mejor infraestructura, facilitando su expansión y comercialización. Ni la violencia potencial de este cúmulo de ilegalidades y violaciones a derechos constitucionales significa freno para el negocio.
Pero hay más. ¿Acaso esa manifestación espontánea, sin tickets ni billetera detrás, no expresa también el rechazo a la desafortunada gestión del Ejecutivo en otros ámbitos del Estado? El fracaso de las nacionalizaciones:, la importación de combustibles, alimentos, cortes de energía, etc. Siguen los agroindustriales repitiendo argumentos técnicos ante sordos funcionarios que mantienen coartadas las posibilidades de producir para satisfacer al mercado interno y exportar los excedentes. Sólo falta el ministro que proponga morder grano por grano cosechado para validar valor nutritivo, calidad genética y ponerle precio. Cooperativistas mineros no pagan IVA, ¿y el resto? Esto es administración a ponchazos.
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La multitud, ¿ratificaba su repudio a la injerencia del Ejecutivo sobre el Judicial? Estaba demasiado fresca la experiencia inaudita, más que inédita, de votar por algo que no se conocía. El gobierno exigía un acto de fe: creer que los elegidos por ellos eran mejores de lo que cada ciudadano podría elegir por su cuenta. Una vez más, apropiación indebida de la voluntad popular y desconocimiento de derechos constitucionales. El abrumador “nulazo”, mas los blancos y las abstenciones fueron la respuesta. Tras el resultado, el presidente ha necesitado tomarse unas vacaciones en el reducto cocalero y, de paso, “se pierde” la oportunidad de estar en el recibimiento apoteósico a los marchistas. Genio y figura, hasta la sepultura.
¿Qué hará el pueblo boliviano frente la denuncia y evidencias de la presencia en Yucumo y en Plaza Murillo de extranjeros portando uniforme? Como en el escandaloso caso del Hotel Las Américas en Santa Cruz, hasta ahora cubierto de neblina espesa. ¿Hasta dónde llega la amistad, o los compromisos, de Cuba y Venezuela? La dimensión de la indignación, ¿se la reprimirá con fuerzas caribeñas? ¿Está en sus manos la seguridad del Estado? Es hora de releer la CPE, Art. 124, ¿aplicable sólo en tiempos de guerra? I. “Comete delito de traición a la patria” el “Que tome armas contra su país”, su pueblo; “se ponga al servicio de estados extranjeros”; el que “viole el régimen constitucional de recursos naturales”; el que “atente contra la unidad del país”. II. “Este delito merecerá la máxima sanción penal”.
En La Paz se ha demostrado que el TIPNIS no es cuestión de unos cuantos, es de todos, y que a los hermanos indígenas no les dejaremos solos. El MAS ha perdido convocatoria en la capital, en función a reclamos fundamentales, más allá de los intereses partidarios. Que la ciudadanía hastiada exige mayor respeto; todo el respeto que le garantiza la Constitución y el Estado de Derecho. Que el odio promovido por el gobierno durante seis años para enfrentarnos a los bolivianos no caló tan profundo. Que la justicia y la paz pueden retornar a Bolivia, si el Presidente escucha. ¿O habrá que recurrir al Señor de los Milagros?