Narcotráfico imparable

Manfredo Kempff Suárez

Huanchaca fue la primera voz de alerta que nos hizo comprender que el narcotráfico se había instalado con dimensiones peligrosas en nuestro país. Fue, además, la primera vez que se supo, con estupor, de asesinatos ejecutados por sicarios extranjeros a sueldo. Ya sabemos que después de Huanchaca las actividades de los mafiosos desaparecieron por un tiempo, se sumergieron cual lagartos en la ciénaga. Fue tal el repudio de la ciudadanía contra estos negociantes del vicio, que, en el caso de Santa Cruz, se acabaron sus fiestas chabacanas y su ostentación, y la sociedad les cerró sus puertas.

Pero diez años después la producción de cocaína en el Chapare ya preocupaba a los gobiernos de turno y naturalmente que al país más afectado: Estados Unidos. Los cocaleros ya tenían clientes muy importantes a quienes venderles su coca amarga, que sólo servía para fabricar cocaína. Esos clientes ya no eran bolivianos sino extranjeros. Las fuerzas combinadas de la Policía y el Ejército realizaron una sacrificada labor de erradicación de cocales – basada en la Ley 1008 – y volvieron las muertes. Los cocaleros que respondían a las federaciones del Chapare emboscaban y herían o asesinaban a las fuerzas de tarea.



Sin embargo, hasta finales del año 2000, el gobierno del general Banzer podía preciarse de haber terminado, casi en su totalidad, con los cultivos ilegales en el trópico cochabambino. El precio, repetimos, fue muy alto. Además de las muertes, los liderados por Evo Morales aplicaron un nuevo método de lucha contra las administraciones de turno que era demoledor: el bloqueo de caminos. Eso producía una pérdida económica sensible a los exportadores cruceños, lo que afectaba a la economía nacional. La carretera Santa Cruz-Cochabamba era interrumpida permanentemente por los cocaleros y abierta por policías y militares, para, sucesivamente, volver a ser bloqueada y nuevamente despejada.

A partir del año 2003, con la permisividad asustadiza del gobierno de Mesa, la cantidad de cocales volvió a poblar el Chapare. Más aún cuando en enero del 2006, los cocaleros llegaron insólitamente al poder de la mano de su jefe, Evo Morales. De ahí en adelante el reparto de los “catos” fue indiscriminado, la Ley 1008 pasada olímpicamente por el forro, y todas las autoridades estadounidenses de control de drogas (DEA, NAS, USAID) expulsadas del país o limitadas en su acción. Como era de esperar la producción de coca superó todo cálculo y entonces el gobierno masista trató de convencer a los organismos internacionales – como si esas instituciones hubieran nacido ayer – que la coca del Chapare serviría para hacer pastas dentales, infusiones, bebidas refrescantes, y hasta pasteles. El fracaso de la diplomacia plurinacional en la coca fue total y el veredicto de la comunidad de naciones no dio lugar a dudas: lo que la coca produce es cocaína.

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Ante la obstinación del gobierno cocalero de persistir en su enorme producción de hojas de coca, vinieron las sanciones que se tradujeron en la pérdida de donaciones y de ventajas arancelarias de parte de EEUU. Pero, además, la vergüenza de ser los bolivianos nuevamente manoseados y maltratados en todos los aeropuertos del mundo. Eso, para quienes se forraban de dinero vendiendo su producto “sagrado”, los traía sin cuidado. ¿Qué les importaba la Cuenta del Milenio ni la ATPDEA? Absolutamente nada ante ganancias contantes y sonantes.

Tanto debe rentar este negocio que el Chapare les quedó chico a los cocaleros. Entonces invadieron los parques nacionales en Santa Cruz, Beni y la propia Cochabamba. Se expandieron los cultivos en Yungas. Aparecieron ingeniosas fábricas caseras en El Alto. Y además se descubrieron decenas de enormes factorías de cocaína en Santa Cruz, donde, por sus inmensos espacios para poder exportarla, desde hace algunos años que se ha convertido en zona de disputa mafiosa, donde periódicamente son acribillados algunos sujetos extraños por ajustes de cuentas.

Por una casualidad nos hemos enterado en los últimos días que los narcotraficantes están metidos hasta en el “intangible” TIPNIS. Noticia desgraciadísima, porque si por ahí no pasarán ni carreteras, ni gasoductos, ni se instalarán industrias, dizque para proteger el medio ambiente, entonces convivirán indígenas con narcotraficantes. Ciertamente, el TIPNIS no había sido tan virgen si se descubre una fábrica de cocaína que produce 100 kilos de droga diarios y está protegida por sicarios armados hasta los dientes. Puede haber muchas fábricas más.

¿Quién le impondrá la “intangibilidad” del TIPNIS a los narcos? ¿No surgirá allí un negocio floreciente y seguro que luego se convierta en un dolor de cabeza para los futuros gobiernos? A este paso, lo único imparable en Bolivia será el narcotráfico, con toda su secuela de crímenes.