Carlos Alberto Montaner
Crece la ira. A los “indignados” les parece bochornoso que ciertos ejecutivos o propietarios de empresas ganen hasta cien veces más que los trabajadores corrientes; especialmente, ahora, cuando el 10% de la población está desempleado.
¿Tienen razón? No. En una economía libre, los ingresos personales, en gran medida, los fija el mercado. Por ejemplo: los televidentes que ven el programa de Oprah Winfrey propician que esta acumule anualmente 290 millones de dólares, mientras el ingreso promedio del que limpia el estudio de TV es de veintinueve mil dólares por año. ¿Deben condenar a Oprah por avaricia porque ingresa diez mil veces más, aunque sea el resultado de la decisión del consumidor soberano?
Nacemos con una innata percepción de la justicia distributiva. Al niño le molesta que el otro tenga más papilla que él, pero disfruta mucho cuando sucede a la inversa. Entre los adultos, ocurre lo mismo.
Michael Moore, apóstol de los “indignados”, gana, con sus documentales, libros y apariciones públicas, treinta o cuarenta veces lo que ingresan sus fanáticos, pero en su caso esa superioridad económica es percibida como la confirmación de su talento y no como una injusticia del sistema. ¿Hipocresía? Ahí tiene un buen tema el orondo personaje para hacer una necesaria película contra sí mismo y contra la industria de la denuncia social.
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La economía libre no busca la distribución equitativa de los ingresos, sino el éxito material de quienes, por su talento, suerte o conexiones, siempre que cumplan las leyes, resulten beneficiados, fenómeno que unas veces irrita a la mayoría, pero otras parece complacerla.
Por ejemplo; la muerte de Steve Jobs, el creador de Apple, despertó una ola de simpatía por él y aumentó la devoción por la firma, especialmente entre la gente joven, incluidos quienes protestan contra Wall Street y la desigualdad, sin advertir que, gracias a la codicia de los inversionistas, que veían en la compañía de gadgets electrónicos una posibilidad de ganar dinero, esa empresa se convirtió en la segunda más valiosa del mercado norteamericano, con una capitalización bursátil de más de 319.000 millones de dólares, cifra mayor que el PIB de Colombia o de Venezuela.
Naturalmente, lo que está muy mal es que los gobiernos rescaten a las compañías que han perdido el favor de los consumidores y, además, les paguen sus salarios a los ejecutivos con dinero público. Eso es ir contra el mercado.
Tienen razón los “indignados” al protestar cuando se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias. No la tienen cuando se irritan por las diferencias de ingresos. El mercado es así. Donde funciona, la sociedad, en su conjunto, es mucho más próspera, aunque a veces sea más desigual.
La Prensa Popular – Buenos Aires