José Jimenes Jimenes
Un titular de prensa informa: “Insulza felicita por procesos electorales en Nicaragua y Guatemala”. Esto, que parecería simplemente una forma protocolar, muestra otra de las inconsecuencias y la parcialidad manifiesta del Secretario General de la OEA. Es conocido que el candidato sandinista a la reelección, el “comandante” Daniel Ortega, ha forzado a la máxima instancia judicial de Nicaragua, a que acepte una grosera violación de la constitución de ese país. Se sabe que el proceso electoral nicaragüense, a imagen y semejanza de los que son administrados por lo populistas, plagado de irregularidades para favorecer al sátrapa del sandinismo. Esto lo han comprobado los propios integrantes de la Misión Observadora de la OEA destacados en Nicaragua. Insulza lo sabe, pero no tiene pudor y aplaude la mañosa reelección del ex guerrillero ahora vasallo del “comandante” Hugo Chávez, Por eso, “Insulza consideró que en Nicaragua ‘avanzó la democracia y la paz’”.
¿Qué busca, con esta reprobable conducta, el más alto funcionario de la organización continental que no duda en incumplir sus deberes de ser imparcial y de cuidar lo que establece la Carta Democrática Interamericana? Sería un misterio, si no se supiera que este personaje narcisista y a la vez temeroso, siempre está dispuesto al disparate y a la tropelía.
Insulza ostenta un historial político poco honrado. Fue, inicialmente, demócrata cristiano, luego integró el MAPU, liderado por el que era entonces su suegro; un desprendimiento de la democracia cristiana y que irrumpió como grupillo ultra extremista. Luego del golpe militar de Pinochet, salió al exilio. Ya divorciado, pasó a integrar el Partido Socialista y, en sus filas, prosperó. Es la notoria historia del tránsfuga.
Su cinismo es ya proverbial. Antes de la aprobación de la constitución del Movimiento al Socialismo de Evo Morales, Insulza visitó Bolivia y, con desparpajo insultante, dijo que no veía ningún peligro para la democracia en ese texto. No habría nada de objetable de que piense y opine de esta manera; al fin y al cabo él tiene mucho en común con el populismo que pretender ser la izquierda en América Latina. Esa es su posición. Lo despreciable fue que hubiera opinado sobre lo no conocía, pues era imposible que haber leído el voluminoso texto que llegó a sus manos solo a su llegada a La Paz.
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Este Insulza pretende, nuevamente, ignorar lo evidente. Quiere evitar que otro le repita que es un “pendejo” (se lo dijo Hugo Chávez). Y en su cobardía, ya clásica, ha dejado de ser el “Panzer”, blindado por un gobierno sólido como el de la Concertación de Chile.
Ya no se atreve a ser el agresivo anti-boliviano.
Teme al populismo, y lo defiende. Ahora es un funcionario internacional asustado que solo espera, al final de su vida pública, retirarse, confiando en que no se acuerden de lo que fue: una vergüenza continental.