Tiempos de dudas

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 No se trata de la duda metódica cartesiana. Es algo más sencillo. Es la duda que surge por las constantes contradicciones oficiales que van minando la credibilidad que debe concitar un sistema, un gobierno y una política que se pretende clara y destinada a preservar las condiciones propicias para la continuidad democrática.

Esta reflexión viene a cuento, otra vez, porque se reincide en la negación de lo que se ofrece y de lo que se concierta. Se están buscando recovecos para ocultar la intención de incumplir la palabra empeñada.



Muchos bolivianos –en verdad, la mayoría– creyeron que 2006 marcaría un cambio del paradigma nacional. Se escuchó, con empeñosa reiteración, que se gobernaría obedeciendo al pueblo; claro que ahora se sabe que esto de la voz del pueblo solo se refería a las manifestaciones de los llamados ‘movimientos sociales’, es decir, a las huestes organizadas por el oficialismo.

Otra declaración inicial, bien recibida por una nación cansada de la violencia política, fue, por ejemplo, que en esta nueva etapa no habría “ni un solo muerto” y que los flamantes gobernantes provenían de la “cultura de la vida” y de la “cultura del diálogo”. Parecía, entonces, que se darían pasos para alcanzar la tan esperada humanización de la política nacional.

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Lo de “ni un muerto” ya es un cuento, pues suman varias decenas los que murieron por acciones de los órganos de represión del Estado. Y lo de la constante prédica de que el diálogo es el instrumento oficial para resolver los conflictos, se erige como un señuelo para imponer voluntades y caprichos.

No se trata solo de diálogo o del cumplimiento de la palabra empeñada, sino de las fábulas con las que se pretende ocultar los yerros. Aquello de que el actual déficit de energía eléctrica es provocado por técnicos infiltrados es una muestra de cómo se juega con la verdad, pues es la repetición de tantas acusaciones sin pruebas ni nombres.

Lo reciente, que tuvo caracteres de drama, fue la marcha de los originarios del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), que llegó a su fin por el apoyo a sus demandas de muchos miles de bolivianos que se expresaron pacíficamente en las calles del país; fue entonces que el Gobierno aceptó el diálogo conciliador. Parecía que se enmendaban los errores y que, finalmente, se reconocían los derechos de esos compatriotas humildes. Pero, muy pronto, se presentó la contradicción: “Después de su intervención en San Ignacio de Moxos, donde pidió que los pobladores exijan la construcción de la carretera, el presidente Evo Morales, desde el altiplano, dijo que fue ‘engañado’ por la marcha en defensa del Tipnis y criticó a la dirigencia indígena”. Nadie sabe en qué consistió el engaño, pues el planteamiento indígena fue muy claro: que no se construya un tramo de una carretera cuyo trazo provocaría daños irreversibles a la “selva más hermosa del mundo”. La ya abierta intención de revertir una ley, y aún de incumplirla, que resultó de ese diálogo, es una nueva prueba de que solo vale la terca decisión de imponer. Por lo demás, un engaño siempre requiere de un engañador y de uno que se deja engañar. El supuesto engañador no aparece y el confeso engañado está a la vista.

Los vaivenes políticos, las contradicciones, los caprichos, el desdén por las justas demandas ciudadanas, la falta de cumplimiento de la palabra empeñada y la errática gestión pública, contribuyen a que este sea un tiempo de incertidumbre y de dudas.

El Deber – Santa Cruz