Agustín Saavedra Weise*
Según un conocido mito animal, se dice que los cisnes emiten una melodía durante su agonía como lúgubre anuncio de su propia muerte. Sobre esa base, el compositor Antón Chéjov creó la obra “El Canto del Cisne”, referida a un viejo actor en decadencia que se acerca al fin de sus días. Algo parecido ocurre hoy con el euro, más allá inclusive de los últimos acuerdos logrados recientemente en el concierto europeo, aunque sin la participación del Reino Unido.
Tras diez años de su puesta en práctica, el euro no camina. La casaca de fuerza fiscal resultó insostenible y las restrictivas políticas monetarias complicaron el panorama, agregando a ello excesivos gastos y endeudamientos soberanos de varios países, particularmente Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Parece que será mejor que cada país siga con lo suyo: Grecia con el dracma, España con la peseta, Italia con la lira, etc. El tema del gasto siempre se podrá controlar -o acelerar- si cada cual maneja su propia moneda y tal vez sea necesario estimular ese gasto ahora, a fin de evitar una crisis social de proporciones incalculables.
No en vano el Premio Nobel Paul Krugman expresa que hay que expandir el gasto. Al respecto, señala que “en Estados Unidos también necesitamos desesperadamente políticas fiscales y monetarias expansionistas para sostener la economía mientras estos deudores tratan de recuperar la salud financiera. Así y todo, al igual que en Europa, la retórica pública está dominada por los cascarrabias del déficit y los obsesos de la inflación." En otras palabras: en aras de la ortodoxia se llegará a tensiones de tal magnitud que igual romperán el pretendido monopolio del euro pero lo harán en mala forma, con un desastre del que se tardará mucho tiempo en salir. Es por eso que hay que “matar al euro”, pese a que tal expresión tiene ribetes actuales casi de mala palabra o de sacrilegio. Los procesos de integración nunca son lineales. Si salir controladamente del euro refleja un retroceso, al mismo tiempo será un avance europeo, algo así como los famosos “dos pasos atrás y uno adelante” de Vladimir Lenin. Como se sabe, muchas veces –erróneamente- esta cita se la hace al revés.
Que sin la presencia del euro habrá devaluaciones y distorsiones, es un hecho, pero al menos cada nación podrá controlar autónomamente su gasto sin que la gente en Atenas y otras capitales -en su desesperación- siga protestando, con “indignados” tumbando gobiernos, rompiendo plazas o edificios públicos. Asimismo, ese dosificado gasto podrá mitigar el desempleo, tal vez hasta haga crecer a las economías hoy tambaleantes. Con el euro como ancla, tales políticas no podrán realizarse. Y si hay “default”, que así sea. Los bancos europeos deberán cargar con el peso de su irresponsabilidad. Argentina es un claro ejemplo de que es posible la recuperación y crecer económicamente -mitigando crisis sociales- luego de una cesación de pagos, cuya negociación a futuro siempre será factible.
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Resulta fácil para los alemanes exigir disciplina –los franceses lo hacen a regañadientes para no quedarse atrás en su rezagado liderazgo frente al gigante teutón- e imponer simultáneamente políticas frugales; desde la perspectiva, tradición y prácticas germanas, ellas son usuales. Así lo predica también el pensamiento ortodoxo. La realidad heterodoxa concreta nos señala que a partir de un manejo soberano de políticas monetarias flexibles y con manejo propio del gasto público, cada país de la UE podrá lidiar mucho mejor con el problema a nivel individual. Un cisne llamado euro canta su última canción. Correcta o errada, es mi modesta opinión.
*Ex canciller, economista y politólogo
El Deber – Santa Cruz