Me quedo con las lágrimas de Adolfo Chávez

Edson Altamirano Azurduy*

ALTAMIRANO Cuando Evo Morales asumió el poder en su primer mandato, al momento de ser investido por Álvaro García Linera con la banda presidencial, dejó entrever para el mundo, unas lágrimas diminutas que sus ojos montunos no pudieron contener. Quedo grabado en el diafragma de las cámaras de televisión y en las retinas de propios y extraños, una sensación lastimera que fue confundida como un acto reflejo emotivo, proveniente del inconciente colectivo por los quinientos y tantos años de colonización.

Años después, un indígena de tierras bajas pasara a la historia como un antihéroe del oficialismo, con la voz un tanto entre cortada, permitió que de sus pupilas manen como gotas de victoria, la paciencia inquebrantable de centenas de indígenas durante 65 días de marcha a las alturas del Chuquiago. No fue sollozo, ni queja, tampoco lagrimaría lo que Adolfo Chávez, Presidente de la Sub Central del TIPNIS, mostró en Palacio de Gobierno, mientras un obcecado mandatario firmaba con desdén y cabizbajo su derrota.



En su posesión Evo Morales, colono, lloró gotas de resentimiento, rabia y rebeldía por su condición de sufriente, de relegado, representante de aquellos que solo ven en la historia boliviana, traumas, fracturas y momentos de inflexión fatales. Las palabras que Morales imprimió en su discurso de posesión, fueron recapitulaciones lastimeras y culpabilizantes a los otros, la derecha, el neoliberalismo, la colonización, etc., por eso es que a partir de entonces y como nunca, solo en Bolivia como en ninguna otra parte del mundo, empezaron a generarse políticas en contra ruta con la realidad, solo en Bolivia, desde Morales, se hace un esfuerzo material y económico inmenso por cambiar la historia, por revertirla, como si la condición histórica del ser boliviano se remitiera al periodo de la precolonización, que da cuenta de un pasado inverosímil sobre un incario ideal, mágico y paradisiaco; como si la historia nuestra no tuviera también, su contrapartida, en el periodo republicano iniciado en 1825, con sus glorias y también sus múltiples derroteros, y como si en Bolivia solo existiera la historia del axu, la pollera y el aguayo, y no la historia de aquellos pueblos que transitan semichutos por sus parajes, que no por estar muy ataviados en sus indumentarias, carecerían de historia y fueran salvajes.

Solo en Bolivia – contradicción estructural – vivimos y trabajamos para modificar nuestro pasado y el pasado de los demás; para tal fin, hacemos uso, como panacea, de rejillas ideológicas unilaterales y monolíticas, demasiado sesgadas y poco plurales. Hablamos de interpretaciones de la realidad nacional desde lo quechua o aymara, en el plano cultural; si nos situamos en un contexto geográfico, se tienen filtros de interpretación occidentalizantes, por oposición a lo oriental; en lo ideológico/político, hacemos referencia a posiciones dogmáticas de corte sindical, caudillista con un alto contenido mestizo – criollo, de difícil disociación – sincretismo – entre lo telúrico, chauvinismo nacionalista y lo folclórico, interpretado como entidad mesiánica y universal; el uso y concentración del poder, de la administración del Estado y las decisiones últimas, son digitadas desde un centro: La Paz; a nivel académico y de ejercicio profesional, existe una hegemonía, no siempre capaz, del profesionista paceño y chuquisaqueño – sin el ánimo de incurrir en generalizaciones, ya que se tienen múltiples excepciones de exponentes en dichas regiones, sobre distintas esferas del conocimiento – éste profesional lleva consigo algunas taras: muy discursivo y excesivamente diagnosticador, fase de la que nunca logra avanzar; redundante, al extremo de creer que debe agotar el conocimiento, forzarlo, a costa de provocar tedio y cansancio a los oyentes, como si la condición del aprendizaje fuese el vómito del conocimiento; cerrado en sus ideas y rosquero en favor de los de su procedencia; por último, es intrusivo, fisgón e invasivo, devastador, semejante al migrante colono, que se asienta donde no es bien venido, se lo invita a casa por cortesía, y a los pocos días quiere adueñarse de ella, lotea todo, haciendo tabla rasa de reservas, parques y bosques y todo lo que significa vida. No conforme con ello, importa sus costumbres, no se acomoda a las nuevas tampoco las respeta, las impone y como burdo ejemplo empieza a realizar entradas folclóricas, donde antes había buri y comparsa. De igual forma el “intelectual”, se estanca en la idea rumiante de revertir el conocimiento ajeno, desvalorizándolo, es despectivo y soez a la hora de criticar, empieza a tutear a los demás y se hace atrevido.

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Esta actitud colonizadora, del migrante, el profesional, el político y el gobernante de origen occidental, tiene otra característica, está dotado de un fuerte estigma de superioridad que le impiden pensar en realidades locales con sentidos diferentes de interpretación de la vida. El oriente, para el occidental, es un lugar de tránsito, de excursión, vacacional y de diversión. La mirada que se tiene del oriente, no tiene un matiz antropológico, sino caricaturesco, superficial, banal, lugar donde no se hace política seria, conocimiento riguroso, cultura creativa, deporte competitivo, etc. Este es el gran sesgo por el que muchas veces, con intencionalidad y las más, omitiendo a esta otra región de Bolivia, se ha venido violando y vulnerando Derechos Humanos, como si se tratarán de objetos no de sujetos sociales, ciudadanos de segunda clase.

El conflicto del TIPNIS, un ejemplo de sesgo psicosocial, de limitación y carencia de análisis contextual. Una nueva forma de transgresión a la voluntad y al espacio sociocultural de una minoría étnica, concebida desde arriba proclive a ceder primero ante la descalificación, una presión mínima, luego al chantaje, al uso de influencias, la fuerza y posteriormente la represión. Equivocaciones del uso del poder que dan cuenta de una ideología invasiva y colonizadora, depredadora y de discurso esquiciado, rondando entre lo kafkiano y lo cantinflesco.

El gobierno deja entrever su desnudez y accionar simplón ante temas determinantes en política nacional y mundial: el problema del medio ambiente y el reconocimiento de la existencia de lo diverso, evidenciado en el TIPNIS, como un diverso étnico e incluso racial. Este sesgo ideológico y de administración del poder equívoco, es justamente la estrategia y punta de lanza en la que se asienta la marcha de los indígenas del TIPNIS, es decir, el sesgo ideológico es aprovechado por la minoría, como un momento de inflexión, pero también de influencia, un espacio de persuasión y ampliación de apoyo social. Es en este contexto de irrupción de afectos encontrados, donde las lágrimas vertidas por Adolfo Chávez, cobran un sentido diferente al que éste acostumbra a expresarlas; pues, no hay que olvidar que Chávez es un auténtico “corazón de pollo”, irreprimible a sus emociones, fácil de lanzarse al llanto y siempre que las cámaras lo enfocan o cuando se encuentra en una situación de desenlace, se parte y llora por todo.

En esta coyuntura, el análisis del llanto es preciso, primero porqué fueron vertidos a 3.500 metros sobre el nivel del mar, el uno en el parlamento (Morales), el otro en Palacio de Gobierno (Chávez); los dos en un momento de gloria – efímeros – hechos por indígenas, el uno de tierras bajas, el otro del altiplano; ambos líderes sindicales; ambos formados en la escuela de la vida, pero también de las ONGs.; las situaciones del llanto se debieron a momentos de inflexión, y de reconocimiento, como de influencia y materialización del poder – también efímero – por último, los llantos fueron vivenciados por gran parte de los connacionales con sentimentalismo y emoción, aunque también otra parte del resto del mundo, más racionales y de espíritu positivo, formales, fríos y “equilibrados”, habrían sentido un poco de vergüenza ajena.

Lo que hay que destacar en las lágrimas de Chávez, no es la fachada ni el acto circunstancial en palacio quemado, sino, el acto inaugural de lo que viene detrás o si se quiere, delante, la influencia de grupo minoritario autodeterminado, ejerciendo el poder. Y dentro este movimiento, con un lenguaje renovador, cálido, refrescante, ecologista e incluso post moderno, hace su aparición, primero tenue, luego triunfal un Fernando Vargas conciliador, ambientalista. Dirigente de la Sub Central del TIPNIS, antítesis del pobre discurso presidencial en la Cumbre de la Tierra realizada en Tiquipaya, un discurso con recortes de frases de internet, bufonesco y vergonzoso. Donde estaba este ecologista de sepa, natural, desprovisto de academia ¿Dónde estaba Don Fernando? ¿Por qué no lo eligieron como redactor del discurso presidencial, en la inauguración de este encuentro mundial?

Vargas, en su intervención palaciega, dio cátedra de diplomacia; nunca estuvo quejumbroso, fue cauto y certero; jamás empobreció su discurso con detalles criollescos a las maneras de Morales, Lineras y sus ministros. Elocuente, supo utilizar palabras sencillas con mucha profundidad; un natural sobrio que defendió su hábitat sin herir el ego de los otros, aunque sus palabras muy sólidas, conjugaron ciencia y sentido común, las que penetraron como dagas al corazón acorazado de un presidente tozudo, viciado en lenguaje enmarañado de justificaciones y tramoyas evasivas a la realidad. Vargas defendió la Tierra, no la Pachamama, pues la Pachamama es un mito inhumano, necesita de sacrificios para saciarse, de borracheras para reproducirse y de adictos a la depredación para dar vida a la muerte. No, Vargas defendió la Tierra, el KANDIRE, la tierra donde habita la abundancia y felicidad, aquella en la que habitan en equilibrio el hombre y la naturaleza, ambos simbióticos y partes de un proceso autopoiético, reproductor de la vida.

Por esta razón emotiva, en la que centenares de indígenas se hicieron sujetos autodeterminados, Por la sobriedad discursiva de un Vargas que enseño a oficialistas y opositores, volver a las maneras de la verdadera diplomacia y de la política del buen criterio y la ubicación, por ellos y por todo lo que nos enseñaron: Me quedo con las lágrimas de Adolfo Chávez.

*Psicólogo