Algo más sobre las coplas

Salvador Romero Pittari

SALVADOR "Solo faltó la tuna”, es decir, una estudiantina española, dijo con ironía un observador de la challa oficial del edificio que rematará el Palacio de Gobierno, juzgado por los gobernantes como extraño a la cultura boliviana. ¿A cuál? No hay respuesta. En la casa recién comprada, que data de 1821, se pretende construir algo monumental, alejado de la arquitectura occidental, expresión del nuevo Estado Plurinacional.

El motivo de la sorna del comentarista fue la contradicción entre las políticas culturales anticoloniales del Gobierno y el canto de las coplas, en una ceremonia que, hecha con el afán de preservar una tradición andina, se acompañó de una modalidad de festejo en extremo española, que sin dejar de sorprender ingratamente por el contenido machista, burdo, provocando un tsunami de indignadas críticas, revela la fuerza viva en las tradiciones locales de aquello que se quiere extirpar. ¿Acaso la celebración no fue promovida por la próxima demolición del edificio, cargado de elementos de la época colonial?



Hay pocas expresiones poéticas de raigambre tan hispana como la copla. Ésta es una forma métrica corta, de viejo origen, que llegó y se enraizó en América. Bolivia no fue la excepción. Se popularizó y difundió en el país, particularmente en la región del sur, como parte de nuestra vertiente española, aunque también fue común en la periferia urbana de casi todos los pueblos y ciudades, mestizándose inclusive con lenguas nativas como en Cochabamba, donde en algunas fiestas se cantan coplas en quechua.

Pertenece a la esencia de la copla el contrapunteo, la competencia entre los cantores, cada uno de los cuales intenta mostrar mayor ingenio, malicia, astucia que el adversario. Se empleó menos en forma laudatoria, cortesana. Esa actitud caló hondo en la sociedad urbana de Bolivia y está lejos de desaparecer. El verso rápido, desbordante de insinuaciones, punteado en la guitarra o dicho de viva voz caracteriza muchas reuniones en estas tierras, inclusive en las altas esferas de los gobernantes descolonizadores.

El malestar que ocasionaron las coplas, con sobrada razón, se debió a su torpe machismo, porque su prosapia española pareció pasar inadvertida, en despecho de la voluntad expresada por acabar con esas manifestaciones. Las coplas, a pesar de las controversias, continuaron produciéndose en otras actividades públicas actuales. Hace tiempo que ya no estaban de moda en esos actos, descubriendo las contradicciones e inconsistencias en las que están sumidos los gobernantes, y que afectan asimismo a numerosos bolivianos.

Bolivia, como otras sociedades coloniales con fuerte presencia de poblaciones indígenas, tiene una identidad y una cultura que resultan de la mezcla de las dos corrientes de su origen actual. Sin duda hoy no todos asumen este mestizaje, pero el precio a pagar resulta elevado en las conductas, por las fuertes dosis de ambivalencia que las envuelven. La sorprendente vuelta de la copla, más allá de su extravagante expresión, muestra la vía correcta en el armazón de una política cultural distinta que no busque mellar ninguno de sus ingredientes básicos, y que acorde con las sensibilidades modernas, exprese en el mundo contemporáneo un ejemplo de una cultura cósmica, tan propenso a entregarse a integrismo de toda laya.

La búsqueda de originalidad basada en uno de los componentes no es nueva. Temprano, los latinoamericanos, con el arielismo, tratamos de diferenciarnos de los vecinos del norte, recalcando nuestra espiritualidad, idealismo frente al materialismo de los últimos. Ese afán de originalidad no se ha perdido; pero, qué sentido tiene en un mundo que se proclama multicultural, multinacional seguir en ese propósito. Las coplas llevan nuestra imaginación hacia las nuevas síntesis de lo pasado y de lo por llegar.

La Razón – La Paz