Resurrección

José Gramunt de Moragás

GRAMUNT Cuando uno relee la narración evangélica de la Resurrección del Señor, queda impresionado por la sensación de pasmo que embarga a los testigos de ese pasaje. Tanto más cuanto que la muerte y la resurrección de Jesús, marcan la plenitud de la historia de la salvación. Pues, si Cristo no hubiese resucitado de entre los muertos, como él mismo lo había anunciado, vana sería nuestra fe.

Empezaré fijando mi atención en las primeras personas que vieron a Cristo resucitado. Fueron, María Magdalena y otras mujeres que seguían de cerca de Jesús. No deja de ser digno de especial atención, el hecho de que, en un tiempo y en una cultura en los que el testimonio de la mujer no era considerado válido, María Magdalena y las demás mujeres fueron las que anunciaran a los apóstoles, sin ninguna duda, que Cristo había resucitado. Esta primicia confiada a las mujeres fue una recompensa por haber permanecido fieles durante el doloroso trance de la Pasión.



Pero hay más, mucho más en la lectura reposada, especialmente del Evangelio de San Juan. Trataré de explicarlo por si alguno se desalentara, porque la fe en Jesús Salvador es a veces difícil de entender. Es el caso de no pocas personas de buena voluntad que, ante tan profundos misterios optan por abandonar su empeño en creer. El Evangelio de San Juan apunta una respuesta a los desconfiados y dubitantes. Uno de los primeros fue el apóstol Tomás, quien no estaba presente cuando el mismo Jesús resucitado se presentó ante los discípulos que se habían reunido, entre desalentados y acobardados por lo sucedido el viernes de la pasión y muerte de Jesús. El mismo Salvador ya les había advertido de su “poca fe”. Entre ellos Tomás, quien tan desconfiado estaba que les dijo a sus propios compañeros: “si no veo en sus manos la señal de los clavos, no creeré”.

Pues bien, ocho días después, estando los discípulos reunidos y Tomás con ellos y estando las puertas cerradas por miedo a los judíos, de nuevo se presentó Jesús con este saludo tranquilizador: “la paz con ustedes”. Y dirigiéndose al incrédulo Tomás le dijo: “aquí tienes tu dedo y aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente”. Ante la evidencia inequívoca del cuerpo lacerado del Salvador, “Tomás le contestó: Señor mío y Dios mío. Dícele Jesús: has creído porque me has visto. Dichosos los que, aún no viendo creen”. (Jn.1, 28) Éste es pues el paso que está al alcance de cualquier increyente o dubitante. Jesús muerto en la cruz y resucitado al tercer día es el testimonio fidedigno capaz de devolver la fe al que nunca la tuvo o la dejó perder.

Entretanto, los apóstoles se reunían, bajo la presencia amorosa y maternal de María, la madre de Jesús, fortaleciendo sus ánimos para distribuirse por el mundo entonces conocido, predicando el Evangelio a todas las gentes.

Interrumpo aquí el comentario bíblico para dedicar un recuerdo entrañable al amigo Salvador Romero Pittari que se nos fue para reunirse con su “homónimo”, el Salvador. Quiero acompañar con la oración, a su esposa Florencia y a sus hijos, por el dolor que les embarga, pero también en la esperanza de la resurrección y del gran encuentro en el que nos volveremos a reunir todos aquellos que nos amamos en Cristo. Por último, quiero también desear a todos mis diligentes colaboradores y a mis amables lectores, que la Pascua les consolide la fe, la esperanza y el amor. Que así sea.

ANF