Cambiar la mentalidad

Por Jorge V. Ordenes L.*

Rafael Correa, presidente de Ecuador, insiste en cambiar la mentalidad del suramericano de modo que éste acepte el socialismo y se olvide del capitalismo sobre todo el de empresas de periodismo. Seguramente también ha de querer deshacerse del capitalismo en general y reemplazarlo con el estatismo centralizado a lo Luis IX, Rey de Francia del siglo XVIII, que proclamaba que el Estado ¡era él!

Fidel Castro postuló algo parecido excepto que su estatismo ha tenido nimios resultados porque, después de medio siglo de poco menos que reinado de los Castro, ha tenido que aceptar un capitalismo dosificado que clama mayor dosis tanto de libre empresa como de libertades civiles que ojalá lleguen como aceptación de un fallido experimento comunista. “Errar es humano y perdonar es divino”, pero la contumacia en el error de medio siglo poco tiene que ver con perdones sino con los emuladores que por razones clínicamente inexplicables ¡los hay!



Un socialismo sin capitalismo que lo ayude a financiarse fue en buena medida lo que hundió a la Unión Soviética… y todavía mantiene en limbo el futuro de Corea del Norte, Cuba e Irán. Y un capitalismo desbocado y corrupto, sin un socialismo que proteja a la población relativamente menos dotada, fue el que gestó la inmensa crisis de EEUU sobre todo a partir de 2008, que hoy representa un reto sin precedentes en proceso de planteo y posible solución. Como ejemplos de equilibrios entre capitalismo y socialismo están Alemania y los países escandinavos. En Suramérica Brasil, Chile, Uruguay y Perú.

Al respecto, quizá no haya duda de que Su Excelencia (S.E.), el presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, esté de acuerdo con el Sr. Correa y con los Castro en eso de querer cambiar mentalidades de la población pero ¡ojo!, ahí radica el problema de mentalidades dictatoriales porque cualquiera que lea no 20.000 libros, sino una relevante docena, se dará cuenta de que el encomiado “socialismo” y el vilipendiado capitalismo son vectores paralelos que no pueden separarse porque se necesitan y hasta se añoran para repartirse responsabilidades, culpabilidades y logros.

De ahí que el uno sin el otro, en soledad, jamás perdure. Son como los rieles del tren: siempre juntos por conectores durmientes o quizá no tan durmientes, pero nunca separados anárquicamente porque entonces no hay tren posible que ruede sobre ellos, ni el del Estado ni ningún otro. Hay caos inamovible de lustros y, como ejemplos ahí están en Bolivia, entre otros: la falta de un Poder Judicial independiente y aceptado; el asilo político de bolivianos en países vecinos; la desatinada ley del desacato; YPFB y su falta de inversionistas privados; la demagogia marítima y Chile como “tema difícil“ para S.E.; la inseguridad alimentaria de Bolivia; las protestas de los ciudadanos de Mallku Khuta; la IX Marcha de Protección del TIPNIS; la huelga de hambre de cónyuges de policías; los bloqueos de la Fed. Nac. de Cooperativas Mineras de Bolivia, FENCOMIN; el entrevero de Colquiri; el desasosiego de las FFAA y, para colmo de desatinos, las acusaciones de S.E. a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de no ocuparse de los DDHH en EEUU cuando en este momento hay más de veinte instancias dirigidas a EEUU por concepto de violaciones o posibles violaciones de los DDHH.

El que EEUU no haya firmado la Convención Interamericana de DDHH (Canadá tampoco) en ningún momento ha sido óbice para que la Comisión no actúe cuando debe. Menos hablar de fustigar el capitalismo en África como postuló S.E.; más de un líder africano le respondió cortés pero categóricamente que la inversión privada ha sido, es y será bienvenida en África.

Hablar de “cambiar mentalidades” es tan quimérico como el romanticismo del siglo diez y nueve donde la imposibilidad de “cambiar mentalidades” llevaba al suicidio, como el del gran articulista, narrador y mejor dramaturgo español, Mariano José de Larra. Arturo Borda viene a ser un ejemplo boliviano. En esas estamos.

*Miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua