Jenecherú

Rolando Schrupp

SCHRUPP Uno de los equipos de Rugby que practica en Santa Cruz manifiesta en su grito de guerra El fuego que nunca se apaga: Jenecherú. Es tan interesante contemplar este fenómeno que no se puede más que tratar de entender la conjunción de sentimientos que se reflejan y proyectan a lo que significa Santa Cruz. El simple hecho de que nuestra sociedad sea tan universal que existan los espacios para todo tipo de actividades no deja de comprobar la seguridad que tiene el Camba en su propia identidad, pues solo las sociedades que ostentan una fuerte identidad tienen la capacidad de ser permeables a nuevos elementos, siempre y cuando no sean atentatorios a su esencia.

Mucha de la filosofía detrás de este deporte puede ser una analogía del Espíritu Camba. Santa Cruz necesita recordar que si todos los del equipo no empujan juntos no se podrá conseguir enfrentar al adversario. Necesitamos recordar que la victoria será no por llegar más rápido a las metas, sino cuando el último de nosotros llegue donde todos están. Nuestro pueblo necesita rescatar el pensamiento que la única manera que seremos fuertes es el día que el más débil de nosotros sea jalado por los más fuertes. Y es que el Rugby es igual que la eterna lucha de nuestro Pueblo pues la victoria se consigue con sudor y sangre, jalando todos juntos hacia el mismo lado, apoyándonos como una máquina que busca llegar al triunfo, que la victoria la merecen aquellos que están dispuestos a morir por alcanzarla, que la camiseta se podrá estirar, embarrar, romper, pero nunca se arruga, que los ganadores tienen metas y los perdedores excusas. Septiembre debería recordarnos que por nuestras venas fluye el perfume líquido del sol y por ello nuestro fuego nunca se apagará. Podrán venir noches de oscuridad, podrán venir tempestades, podrán enfriarse nuestros huesos enfrentando las adversidades y los surazos, pero nuestro espíritu es tal cual Jenecherú y sabrá renacer de sus propias cenizas para nunca apagarse.



Nuestro Pueblo Camba puede ver sus aspiraciones de autogobierno reducidas a cenizas y no puede entender que hizo mal pues puso el pecho, el alma, el corazón, los brazos y todo su amor para conseguir sus ideales más de una vez para encontrarse frustrado porque no se pudo nada. Sentimos la amargura de que la Independencia solo significó cambiar el colonialismo de ultramar por el colonialismo interno, olimos la pólvora del plomo canalla que fusilaba los ideales de federalismo e igualitarismo de Ibáñez, contemplamos velas en todas las ventanas de nuestro pueblo por una fratricida guerra con Paraguay, escuchamos el grito de los invasores y el llanto de nuestra gente cuando las milicias nos ametrallaban idiotizadas de alcohol, coca y odio, degustamos el sinsabor de la traición y del desprecio cuando se ignoró un millón de almas.

Pero el espíritu no se apagó nunca ni se apagará jamás y volverá a arder más intenso que antes. Ya hace muchas lunas aprendimos que no sirve de nada llorar sobre la leche derramada, aprendimos a no quejarnos por lo que no se pudo, aprendimos que solo depende de nosotros mismos entender que la única derrota es no seguir luchando, aprendimos que perderemos el día que nuestro espíritu y nuestra voluntad sean doblegados, aprendimos que somos orgullosos de nuestras victorias y nuestros fracasos pues templan nuestro carácter. Aprendimos a buscar en nuestro corazón, que es la colmena, y en nuestro cerebro, que es el avispero, donde radican las soluciones a nuestras penas.

En nuestro horizonte deslumbramos que si la idea-fuerza de la autonomía departamental quedó en cenizas, de estas cenizas renacerá el fuego que plantea el Principio Federal como la bandera de lucha por la autodeterminación de nuestro Pueblo, por el amor a nuestra tierra y por la esperanza de mejores días para los nuestros.

Semanario Uno – Santa Cruz