Sobre la última de Sanjinés


Wálter I. Vargas

INSURGENTES La crítica especializada ha hecho algunos esfuerzos por gambetear elegantemente la necesidad de decir que la última película de Jorge Sanjinés es francamente decepcionante, decididamente mala. A uno de ellos se le escapó la lindeza de que la película era imperfecta, sin reparar en que nadie por supuesto esperaba que Sanjinés hiciera algo perfecto, supuesto que exista tal cosa como la perfección en el arte. Otra gente me dijo, un tanto sottovoce, por supuesto, que no valía mucho la pena verla, que hasta dolía observar en qué había terminado el mejor director de la historia del cine nacional.

Pero no es para tanto, yo creo. Casos más famosos de talentos echados a perder por la obcecación ideológica y el maniqueísmo histórico han sufrido la misma suerte. Brecht se pasó toda su vida creativa cerrando los ojos a la terrible realidad del socialismo ruso y europeo (prefería siempre vivir en un país capitalista) porque no entraba en sus esquemas para acusar al capitalismo de los males de la humanidad. Y del mismo modo en el que Sanjinés no vacila en presentar en su film al actual presidente como la culminación de la historia, Brecht o Neruda no dudaron de la legitimidad de hacer odas a Stalin.



Otros dieron la idea de que lo hecho por Sanjinés no es cine, así que no cabe esperar peras del olmo. Pero dado que finalmente a mí la curiosidad me hizo pagar por un ticket y me senté en el cine para ver una película, debo reclamar por habérseme dado un documental gubernamental en vez de un film. Si este documental es malo, lo es por aburrido y previsible, didactismo histórico para consumo de masas medio o mal informadas. Una vez que la mirada preclara de Villarroel aparece, ya uno sabe qué debe esperar: los mojones habituales de Túpac Katari inmolado sin piedad, Zárate Wilka traicionado sin contemplaciones, Santos Marka Tula despreciado por gente pituca; todos en la denodada y admirable lucha por vencer al mal…, con Evo Morales como remate nuevo, claro.

Lo de Sanjinés es realismo socialista del siglo XXI, y por eso no se desprende de la sociología vulgar que ya Engels aplicó a las artes narrativas como una camisa de fuerza: personajes típicos en situaciones típicas. Así aparece el mestizo rico junto a los más blanquitos igualmente ricos, en un boliche lindo y con autos lujosos; los aristócratas desalmados y vanos como ellos solos (eché de menos ver a uno de éstos encaramado sobre un indígena para cruzar un río); las masas de campesinos indiferenciados como parte de la montaña. Pero a decir verdad, hay también individuos, sólo que son siempre o héroes o antihéroes de esta historia en blanco y negro plagada de muñecos sin rasgos personales.

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Se ha dicho que el objetivo de este desfile es recuperar a los olvidados de la historia, pero a estas alturas del partido yo diría que ésta es la historia oficial del país, no la olvidada. Una historia que apenas incide un poco más allá de las generalizaciones y las efusiones igualitarias, se descubre como harto parcial o simplemente mentirosa. Por poner un pequeño ejemplo. Tan temprano como en 1901, el Estado liberal había comenzado a abrir escuelas nocturnas para indígenas en medio del reinado de la primera oligarquía más o menos seria de Bolivia; pero como este significativo matiz no entra en el esquema de la historia oficial izquierdista, hay que repetir una vez más la grosera falsedad de que fue voluntad del Estado en aquellos años prohibir (¡!) que los indígenas aprendieran a leer y escribir.

Leí hace unos años (pero ya en la era plurinacional) a un gringuito asombrado de la especie de que antes los campesinos no tenían ingreso a la plaza Murillo. También esto habría que dejar a beneficio de inventario para una investigación menos prejuiciosa; pero si fue así, la historia no deja de ser irónica con los revolucionarios, como siempre: cada vez que paso por esa plaza no puedo entrar porque está férreamente custodiada. Si antes eran algunos los que no tenían ingreso, ahora son todos los ciudadanos los vetados, ni más ni menos.

La Razón – La Paz