Hay más de 150 locales en donde el comercio sexual es el plato fuerte, pero de ellos, solo 38 están autorizados para operar en la ciudad. La Alcaldía anuncia empadronamiento.
Quilombo, burdel, lenocinio, casa de citas y foco rojo. Así se refieren las personas a los boliches donde el sexo es el plato fuerte de la noche cruceña. El negocio carnal, creciente y rentable, a decir de autoridades municipales, está en cada esquina de Santa Cruz y muchos locales trabajan amparados en la sombra de la ilegalidad. Por cada uno que se encuentra en regla, existen por lo menos cuatro clandestinos.
Ángel Joaquín Monasterio, jefe de Patentes del Gobierno Municipal cruceño, tiene los datos en la mano. Son 38 los lenocinios registrados con todas las de la ley, afirma.
Pero Monasterio sabe que hay muchos más en la ciudad, que son entre 150 y 200 los que trabajan en el abismo de lo clandestino. Entonces, como esto no puede seguir así, dice que el 2 de febrero empezará un empadronamiento y reempadronamiento para saber quiénes deberán pasar a la vereda de las leyes, ¡ya!
Por dentro
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Los focos rojos son el referente más visible de que adentro hay muchachas que ofrecen un ‘momento de amor’ a cambio de dinero. En la avenida Che Guevara y sus inmediaciones, existen por lo menos 15. En uno de ellos está ella, delgada y risueña. Saluda con ademanes, le pregunto cuántas muchachas trabajan aquí y ella si quiero hacer pieza. Hacer pieza es sinónimo de ‘hacer el amor’ y ‘hacer el amor’ aquí, con ella, durante media hora, puede costar Bs 120. Como en todos lados, el dinero lo mueve todo. A ella le hizo cambiar de rumbo. Hace un par de meses, trabajaba en una ‘pollería’ y atraída por una mayor ganancia, decidió cambiar de rubro.
Ahora está en este mundo: luces de neón afuera y adentro un salón con techo de calamina y un olor a sexo guardado, a cerveza derramada y varios sofás donde aguardan las mujeres sentadas como unas gatas, con las piernas cruzadas y al acecho de los clientes.
Al frente, en otro local, una mujer voluptuosa revela los números del negocio. Por cada sesión de amor ella cobra 120 y de esos, 20 van para el dueño. Cuando un cliente compra una cerveza en Bs 20, ella gana Bs 5. Las más bonitas, dice, son exigentes porque en vez de cerveza piden a sus clientes que le inviten el whiski que cuesta Bs 30 y la mitad va para ellas.
A otra le pregunto que si entre las 20 señoritas que trabajan aquí no hay ‘pildoritas’ (las que con una tableta en el trago hacen dormir a los hombres). “Solamente hay dos”, dice, sin espantarse y remata con un: “Solo actúan así cuando están drogadas”.
Afuera los vehículos transitan y las lucecitas de los lenocinios son testigos mudos de una actividad pujante. El dueño de un local, dice que tiene todo en regla, que ya aprendió la lección del año pasado, cuando gendarmes municipales entraron con malos modales y le cerraron el negocio.
La propietaria de otro centro, dice que aún no ha regularizado la situación legal porque primero prefiere probar si el negocio le dará ganancias. “Hay mucha competencia y los tiempos no están como para arriesgar capital”.
José Canudas, secretario de Defensa Ciudadana, dice que controlan no solo la higiene en los prostíbulos, sino también que no existan menores trabajando y consumiendo, y que los boliches no operen hasta más de las 3:00.
“Hay cualquier cantidad (de lenocinios). Sin previo aviso se abren. Por eso nos cuesta hacer los operativos. En todos los rincones existen e incluso funcionan dentro de casas. A cada rato se abren, quizá la gente por necesidad de ganarse unos pesos los abren, porque concurre cualquier cantidad de clientela”, dice la autoridad, sin ocultar la preocupación constante
Las cifras
38
Lenocinios
Es la cantidad de estos locales nocturnos que fueron registrados en la Alcaldía Municipal de Santa Cruz de la Sierra
150
Prostíbulos
Es la cantidad que se estima existen de forma clandestina y que no están registrados en el municipio cruceño
3:00
Horario de cierre
Es en teoría, la hora en que deben cerrar sus puertas y no vender ni bebidas alcohólicas y despedir a toda la clientela.
Fuente: El Deber