Tragedia en el Carnaval de Oruro

Editorial – Página Siete

ORURO La tragedia de Oruro pudo haberse evitado. Mejor, nunca debió producirse. La razón por la que ocurrió tiene que ver con algunos rasgos de la gestión pública boliviana, como son la improvisación y falta de profesionalismo; ciudadanos que son renuentes a aceptar instrucciones y seguir normas.

El hecho se produjo cuando se desplomó sobre músicos, danzarines y público una pasarela de metal desmontable destinada al paso de peatones, lo que causó cuatro muertos y más de 90 heridos, seis de ellos de suma gravedad. ¿Por qué decimos improvisación y falta de profesionalismo? Porque la obra debió haber tenido características mínimas para resistir el peso de los peatones. Segundo, porque se debió capacitar adecuadamente al personal destinado a evitar que la gente se quede en la pasarela y la utilice como un mirador, en vez de lo que era, un puente de paso. Los ciudadanos tienen una parte importante de responsabilidad porque incumplieron la orden de no mantenerse en aquel sitio e hicieron huecos en la lona que cubría la pasarela para observar la entrada. Al permanecer por mucho tiempo sobre la pasarela, ayudaron a ocasionar este drama.



La Alcaldía de Oruro, responsable de esas obras, decidió -como primera medida- cubrir todos los gastos médicos y de otro tipo resultantes del accidente. La responsabilidad política de la alcaldesa de la ciudad, Rossío Pimentel, todavía está por debatirse y establecerse. Más allá de eso, el incidente demostró las graves carencias en el área de salud que tiene la ciudad de Oruro y, en general, el país. Los servicios médicos se vieron rebasados la noche del sábado por la llegada de los heridos a los centros hospitalarios. Cundió el caos y las limitaciones de personal y recursos se evidenciaron con claridad.

No es posible que la ciudad que acoge a un evento cultural como es el Carnaval de Oruro, declarado Patrimonio de la Humanidad, primero permita un hecho así y, luego, demuestre no estar preparada para atender la emergencia, cuando la fiesta moviliza a decenas de miles de personas y un hecho luctuoso de proporciones importantes no puede nunca descartarse.

La tragedia del sábado demostró que Oruro no está preparado para un evento así. Considerando la importancia nacional e internacional que tiene esta fiesta, que motiva la llegada de unas 200 mil personas, las autoridades y los organizadores deben repensar, por completo, cómo llevarla adelante de manera más segura. Y enfrentar de paso problemas largamente desatendidos, como la incomodidad de las graderías (y su precariedad), la falta de baños públicos, el exceso de consumo de alcohol y otros aspectos.