“El tamaño de nuestra soledad”

Susana Seleme Antelo

seleme De la que habló Gabriel García Márquez cuando recibió el Nobel, después de su muerte es más grande, aunque está acompañada por la inmensidad de sus cuentos, novelas, escritos periodísticos, memorias y lecciones de vida. Minutos después de conocer la noticia de su partida del reino de este mundo, “recordé aquella tarde remota”, no “frente al pelotón de fusilamiento” sino en su cálida casa de Cuernavaca, llena de flores amarillas cuando le pregunté que si de haber tenido una hija mujer, la hubiese llamado Remedios como la bella de “Cien años de soledad”. Esbozó una sonrisa, “con unos ojos de melancolía” como “la gente del Caribe”, según la definió él mismo, y dijo algo así como que Remedios solo podía volar.

Luego supe que con ella volamos quienes comprendimos que en “el deslumbrante aleteo de las sábanas” entre las que se elevaba, había otra metáfora: la soledad de los personajes femeninos de Gabo, más allá de la que sufrían la estirpe de los Buendía y América Latina, como afirmó en Suecia en 1982, cuando recibió el Premio.



Conocimos a Gabo y a Mercedes Barcha, su esposa, a través de amigos cubanos comunes, en México, en 1977, cuando hacía la maestría en Ciencias Políticas en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, cuyo director era René Zavaleta Mercado. En nuestro departamento de la Villa Olímpica hablamos sobre literatura, política, la soledad del poder, guerrillas, revoluciones, héroes, villanos, patriarcas otoñales y dictadores, y los Macondos al sur del Río Bravo. Nos acercó, además, la amistad de una sobrina de Mercedes, con otra sobrina y nuestra hija en esa radiante primera década de sus vidas.

Diez años antes, en La Habana, había leído la mítica “Cien años de soledad”, real y maravillosa, en la edición del Instituto Cubano del Libro. La leí quitándome sueño al sueño, entre entrenamientos, cifrados, estudios, charlas y el cuidado, más bien mezquino, que le daba a mi hija de apenas un año. El ejemplar de esa edición pasó por muchas manos, hasta que por descuido, se me traspapeló en una de las tantas cajas que mandé a la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de la Sierra, cuando me mudé de la casa grande a un departamento.

Leímos toda su creación literaria y periodística, y ahora esperamos “En agosto nos vemos”, su última obra inconclusa, dicen, porque no terminó de corregirla, pero cuyo primer capítulo ya se lee en la Vanguardia, de Cataluña. Gabo descansa en el parnaso literario de su creación, arropado por sus personajes reales y maravillosos, con luces y sombras, humanos como él.