Tocando el cielo con las manos

Maggy Talavera

La música tiene un encanto que sabe a gloria y a hacedor de milagros. Más aun cuando brota como manantial de bocas, manos y tierra fértil y ávida de vida, como las vistas en la extraordinaria décima versión del Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana Misiones de Chiquitos.



 Sólo he tenido el placer de asistir, hasta hoy, a dos de los más de 160 conciertos previstos para once días de gloria en esta fiesta que comenzó el jueves pasado en Santa Cruz, y ya puedo decir que sirvió para devolverme la fe en la humanidad, además de resucitar a almas muertas en vida.

Sólo dos conciertos hasta ahora, cierto, pero ambos extraordinarios. El primero fue el sábado y bastó para transformar la noche en día. Cómo no, si casi 100 artistas unieron sus talentos para revivir, por primera vez después de 300 años, músicas sacras llevadas por misioneros franciscanos desde Paraguay hasta el Chaco boliviano para evangelizar a los indígenas del lugar. Por primera vez después de tres siglos, sí, gracias al amor con las que fueron conservadas las partituras y al talento místico del padre Piotr Nawrot, que logró restaurarlas y darles vida nueva.

El concierto fue fantástico, no sólo por el milagroso rescate de una música capaz de hacer milagros, sino también por la conjunción de voces e instrumentos musicales venidos desde mundos muy diversos. Allí estaban, en el hermoso escenario montado en la iglesia de San Roque de Santa Cruz de la Sierra, el coro y orquesta Arakaéndar y el coro de Palmarito, el primero con voces y músicos de varias regiones de Bolivia y el segundo trayendo la esencia guaraní, ambos fusionándose con los músicos del grupo Nordic Brass de Noruega y de la Escuela Real de Música de Londres.

El director Ashley Solomon, de Gran Bretaña, condujo la magia con tal maestría, que el resultado fue glorioso y recompensado con la justa ovación de un público al que le costó trabajo resignarse con el final del concierto y pidió más. Y tuvo más, una yapa de tres interpretaciones, entre las que se incluyó a la popular canción Naranjitay, de autor anónimo. Fue suficiente para que el director y sus músicos terminaran de robarse lo que restaba del corazón de un público que los había esperado con ansias, en una fila ordenada que rodeó San Roque desde hora antes de la cita marcada para las 21:00.

Pero si lo vivido el sábado ya había sido capaz de elevarme al cielo, lo que experimenté el domingo me llevó más allá de la gloria. En el mismo escenario de San Roque, a la misma hora, el coro de niños de Poznan, llegado desde Polonia por tercera vez a Santa Cruz, nos regaló una hora y media de un canto sobrecogedor que arrancó no sólo una y más ovaciones, sino también lágrimas. No de tristezas, claro, sino de pura emoción. Hubo un momento que hasta llegué a dudar si tanta belleza era real. Pero ahí estaban los rostros de esos niños de siete a 12 años y de adolescentes de hasta 17 años, disfrutando de sus voces mágicas que iban desde un canto de pájaro hasta el son de un instrumento de percusión, guiados todos ellos por el extraordinario director Jacek Cykulski, del que doy fe que es real, porque fui a apretarle la mano.

El coro de Poznan cerró de manera mágica. Se fue cantando la popular canción cubana Guantanamera, mientras que el maestro Cykulski alentaba al  público -que también se resistía a dejar el templo- a sumarse al coro «guantanamera, guajira guantanamera guantanameraaaaa guajira guantanamera.

De verdad les digo que no es poca cosa, que no exagero, que apenas estoy siendo justa con quienes llenan de gloria los templos de la capital cruceña y de una veintena de sedes en la Chiquitania -la musa inspiradora del Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana que ya va por su décima versión-, y a partir de este año también en el Chaco boliviano. Un milagro sólo posible por el tesón de APAC que, haciendo honor a su nombre (Asociación Pro Arte y Cultura), ha logrado la conjunción de talentos tan diversos y asegurar vida eterna a un arte que despierta lo mejor del ser humano. Esto sí un milagro, porque logra todo ello con recursos realmente escasos.

Maggy Talavera es periodista y directora de Semanario Uno.

  El coro de Poznan cerró de manera mágica. Se fue cantando la popular canción cubana Guantanamera.

Fuente: paginasiete.bo