De alegrías e imposturas

Agustín Echalar Ascarrunzint-46740Ilya Fortún está muy, pero muy feliz de que La Paz sea una de las siete ciudades más maravillosas del mundo, y ha escrito un emotivo artículo explicando por qué está tan dichoso. Concuerdo con él en la mayoría de aseveraciones que hace, La Paz, dependiendo de los ojos con los que se la mire (dependiendo de las experiencias que se vivan en ella, este es un añadido mío) puede ser una ciudad maravillosa.De hecho, todas las características que Ilya describe: la altura – que literalmente te deja sin aliento – la hoyada, la cordillera, el Illimani, las cuestas, los cerros, esa topografía arrugada, las casas colgando de las laderas, hacen de La Paz una ciudad excepcional.Pero, vayamos a más, La Paz es la única capital sudamericana (bueno, no de acuerdo a la Constitución) donde conviven, entre las mujeres, dos formas de vestir: la del siglo XVIII, con sus variaciones y la moderna. Que un importante porcentaje de las mujeres paceñas no le haga caso a la moda del primer mundo, y decida seguir vistiendo y peinándose como sus abuelas, es un fenómeno interesantísimo y  casi único.La Paz, para un turista, para alguien que la ve por primera vez desde La Ceja de El Alto, es fascinante. Y sí, si hacen los recorridos al interior de la urbe, evitando en lo posible el espantoso tráfico, mirando con condescendencia la colección de poluciones que distorsionan la imagen de la ciudad, puede encontrarse uno con algunos detalles, si bien no magníficos, por lo menos, que causan una muy buena impresión.Pienso en el mercado Rodríguez, tan grande, tan colorido y tan plácido, porque la gente no ofrece sus productos a gritos, ni regatea. Pienso en el Montículo con su fuente de Neptuno, que se me antoja como la más estética de las nostalgias hacia el mar, (la única a la que no soy alérgico,  por cierto),  o en el monumento a Beethoven, no donado por el país de origen del gran compositor, sino por los vecinos melómanos de un barrio de clase media, perdido en el último rincón del Ande. Por supuesto que La Paz puede ser fascinante.Pero lo que hay que disculparle a Ilya es que él no ha captado el extremo de que el concurso, que sí es de pacotilla, corona a La Paz como una de las siete ciudades más maravillosas del mundo, y eso es algo diferente. (Aclaremos que hasta ahora sólo nos estamos refiriendo al aspecto cosmético de la ciudad, no de lo que verdaderamente significa vivir en esta «maravilla” de ciudad o, peor aún, vivir en El Alto y trabajar en La Paz).Ciertamente, y por razones también topográficas, culturales, y relacionadas a los contrastes,  La Paz no puede ser una de las siete ciudades más maravillosas del planeta. Una gran ciudad tiene que tener ofertas de distinta índole, que La Paz no las tiene, y esto nos lleva, en realidad, a sentir lo que se siente cuando las lisonjas son exageradas: éstas se convierten en impertinencias.Ilya dice que hay ciudades monumentales y perfectitas, que no le dicen nada, a mí tampoco, pero no estamos hablando de esas ciudades. Ilya caricaturiza a quienes ponen en duda el título, usando a París como ejemplo, pero, por favor, estimado lector, haga usted mismo un ejercicio, separado del chauvinismo, de cuáles cree usted que son las ciudades más maravillosas del mundo, y no necesita incluir a Paris si no quiere.Lo penoso es que los paceños todavía tengamos que alegrarnos con engaños, peor aún, con autoengaños, y que no podamos amar a nuestra ciudad así nomás, sin un título tan precario como el que acaba de recibir. No deja de tener un retrogusto colonial, el que ahora estemos más felices porque una pinche organización suiza certifica cuán maravillosos somos.El creerse lo que no se es, el alegrarse de apariencias, es una muestra de profunda inmadurez. Tanto los individuos como las sociedades tienen que combatir esas actitudes, por su propio bien. Dicho sea de paso, uno de los grandes problemas de estos nuevos tiempos, es la impostura en la que hemos sido arrastrados.Página Siete – La Paz