Cardona, el coronel boliviano con doctorado al que ahora llaman ‘loco’

El militar dejó Bolivia rumbo a España para solicitar asilo político. Se sentía perseguido y era vigilado.

Germán Cardona, el coronel con doctorado al que ahora llaman ‘loco’

Pablo Ortiz, EL DEBER, Santa Cruz

Fotos:  Guider Arancibia, El Deber



imageUn nuevo rumbo a su vida en tierras españolas Germán Cardona en una de las calles de Madrid. Ahora vive con una familiar y espera completar los documentos para recibir asilo político

imageAsí lucía Cardona en sus últimas horas en Santa Cruz de la Sierra. Salió desde el aeropuerto Viru Viru hacia Barajas, en Madrid

imageAún vestido de militar, Cardona muestra algunos de los documentos que dejó antes de irse de viaje. Distribuyó varias copias

imageCardona tiene una afección cardiaca crónica, por la que se debe hacer atender en España. Pasó la noche del jueves internado.

El militar dejó Bolivia rumbo a España para solicitar asilo político. Había contado su historia a familiares y colegas docentes de la Universidad Gabriel René Moreno y la reprodujo en grupos de WhatsApp. Se sentía perseguido y era vigilado desde el año pasado

En Madrid es primavera, pero a Germán Rómulo Cardona le hace frío. Acaba de recibir el alta tras pasar la noche en el hospital por culpa de una arritmia. “El estrés de esta persecución me afectó el corazón”, dice con una voz firme, desde el teléfono, al otro lado del ‘charco’. El coronel de Ejército y doctor en Derecho es el personaje de la semana. Desde que el domingo abordó un avión que lo llevó desde Santa Cruz de la Sierra hasta Madrid, donde tramita refugio político, se convirtió en noticia: ahora las palomas matan escopetas, ahora un militar viaja a Europa en busca de ayuda por la supuesta persecución de un gobierno civil.

Pero eso no es todo. Cardona quemó las naves cuando partió. Se fue dejando una entrevista y un legajo de documentos. En ellos cuenta cómo supuestamente Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia; Gabriela Montaño, exdelegada Presidencial y actual presidenta de Diputados; y Raúl García Linera, hermano del vicepresidente, habrían supuestamente estado en la Octava División de Ejército al finalizar la tarde del 7 de marzo de 2009 para sacar unas armas que luego aparecerían en el stand de Cotas el día en que Eduardo Rózsa Flores, Árpád Magyarosi y Micheal Dwyer murieron en el hotel Las Américas.

Dijo que lo estaban persiguiendo, que su vida corría peligro, que lo querían matar por lo que sabía, que por eso le habían dado de baja del Ejército, que ya había muerto por dolor de estómago un militar que por error comenzó a investigar dónde estaban esas armas, que en cualquier momento podría aparecer tendido en la calle por un falso ajuste de cuentas, que había redactado un informe ultrasecreto informando de todo esto a su comandante, que el ministro de Gobierno, Hugo Moldiz, lo habría llamado para pedirle, para exigirle, que se retracte. Parecía un hombre desesperado.

¿Qué hace que alguien que tiene la vida hecha prenda fuego a todo y se marche del país a los 51 años? “Mi sentido humanitario. Soy muy sensible y me duele ver sufrir a la gente, aun siendo mis enemigos, peor si es por algo que no habían hecho. Yo también sufría con ellos, lo llevaba muy adentro pero no podía decir nada. De eso dependía mi sueldo, de mi profesión dependía para criar a mis hijos”, cuenta.

El niño de Tarumá

La madre de Germán Rómulo Cardona Álvarez fue a dar a luz a Trigopampa, un valle sembrado de maíz cerca de Vallegrande, para que su segundo hijo naciera cerca de su abuela. Ella ya vivía en una pequeña propiedad de Tarumá, una comunidad campesina ubicada a 50 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, sobre la carretera antigua a Cochabamba. Germán no sería su último hijo, vinieron siete más. Y siete de nueve fueron hombres y los siete comenzaron la carrera militar. Cinco de ellos la concluyeron, pero igual, los nueve hermanos Cardona Álvarez pisaron la universidad.

Y Germán la pisó dos veces. Se fue al Colegio Militar porque las historias de su hermano mayor lo sedujeron. Fue uno de los mejores cadetes durante los años de instrucción, pero solo alcanzó a graduarse como el duodécimo entre 100 alumnos. “Había mucha discriminación contra los militares orientales”, dice. Pese a que luego fue destinado como instructor de la Escuela de Cóndores, la élite del Ejército de Bolivia, Germán ya sabía que debía estudiar algo más.

No consiguió un cupo para Derecho en La Paz, así que comenzó a cursar Economía. Cuando fue transferido al Regimiento Manchego de Santa Cruz, venció la Prueba de Suficiencia Académica de la Gabriel René Moreno y consiguió un cupo en Derecho. Peregrinaba a diario desde Montero para estudiar. Logró graduarse en cinco años y podía adoptar a la titulación por excelencia, pero decidió dar su examen de grado para acelerar su titulación. Era mayo de 2000. Nueve años más tarde obtuvo el doctorado cum laude de la Universidad de Valencia.

Marzo de 2009

Germán Cardona es un militar y documenta su vida como un capitán de barco. Por eso cada una de sus agendas es como una bitácora personal en la que anota lo que hace, con quién se reúne y qué dice en cada uno de sus días. Un día antes de abordar el avión que lo dejaría en España se levanta de su escritorio, extiende la mano hacia un estante y toma la agenda de 2009. Allí está anotada la reunión del sábado 7 de marzo para la que fue convocado.

Ese día, asegura, se negó a entregar las armas que la comisión gubernamental le exigía. Pero dos días después, un oficial armero le habría comunicado que las armas salieron en una ambulancia marca Ibeco. No volvió a saber de las armas hasta que dos años después, en 2011, un teniente coronel, Reddy Olmos, le consultó dónde estaba el armamento que él había recibido.

Lo siguiente que supo es que Olmos había muerto luego de ser atendido en Cossmil. Tal vez allí, todo comenzó a cambiar para Cardona, que ya era catedrático en la Gabriel René Moreno. “Yo me callé ante la prensa, pero no ante la sociedad. Mis alumnos y los catedráticos de la universidad sabían de todo esto”, cuenta ahora desde España.

Cardona, como catedrático, era implacable. Un funcionario de la universidad lo recuerda bien.

Cuenta que unos colegas suyos abogaron para que le ponga buena nota a algunos alumnos y Cardona no reaccionó bien. No solo no cedió al pedido, sino que en la siguiente asamblea de catedráticos los puso en evidencia, los denunció frente a todos.

Una de sus colegas lo recuerda como un hombre serio, al que no le gustaba compartir en karaokes ni en fiestas de catedráticos. De hecho, lo consideraban abstemio. Lo veían como un abogado bien formado, sólido en sus análisis.

Eso sí, en el último tiempo parecía predicando en el desierto. En los grupos de WhatsApp de profesores había contado su historia sobre las armas y que creía que el caso terrorismo era un montaje. También opinaba sobre la decisión de Mario Tadic y de Elöd Tóásó de acogerse a un juicio abreviado. No los culpaba. Además, reenvió la carta que escribió Lorgio Balcázar desde Brasil y comentó todo el proceso militar al que se estaba enfrentando. Pese a ello, nadie creyó que tuviera el coraje de hacer pública su denuncia, de estrellarse de frente contra un gigante como el Gobierno. “Eso es estar loco”, dice la catedrática.

Pero no es loco lo que le dicen desde el Gobierno, sino esquizofrénico. La frase la acuñó Moldiz, al que acusó de haberlo llamado desde un celular de Entel. Eso fue justo antes de pedir licencia en la Gabriel René Moreno con una carta al vicerrector, Osvaldo Ulloa. En ella denuncia persecución del Gobierno y una afección cardiaca que debe ser atendida en España.

De la persecución no hay pruebas, pero sí indicios. En agosto del año pasado, un efectivo de Inteligencia confesó a una periodista que estaba vigilando a Cardona. Le dio su nombre completo y le pidió que lo busque en el Facebook para que vea lo que decía sobre la demanda marítima y sus comandantes. Aseguró que las Fuerzas Armadas monitoreaban de cerca al grupo de “rebeldes cruceños” y mencionó una lista que llegaban incluso a militares en servicio pasivo, a jubilados. Su supuesta misión era saber si este coronel también hablaba de eso en su trabajo como docente.

Y hablaba. Un hombre que fue su alumno en un diplomado recuerda que Cardona era muy crítico del Gobierno, que no estaba de acuerdo con el proceso de cambio y que además aconsejaba a sus alumnos nunca seguir la carrera militar “porque siempre habrá alguien por encima que los mande, siempre tendrán que acatar órdenes”.

Luego, Cardona se sintió amenazado. Tras escribir el informe ultrasecreto en el que denuncia el supuesto montaje de pruebas en el caso terrorismo, la justicia militar le cayó encima. Fue notificado con una sanción de seis meses en la letra D y estaba en la antesala de ser dado de baja. La sanción está fechada en noviembre, pero él fue notificado en marzo, 20 días después de haber mandado a La Paz su informe sobre las pruebas del caso Rózsa.

Además, le habían enviado un cuestionario con seis preguntas. Las FFAA trataban de saber si era cierto que era catedrático y si tenía permiso para serlo; querían saber si ejercía como abogado de civiles y si había tramitado el permiso para hacerlo; querían saber si era dueño de la cuenta de Facebook que llevaba su nombre, en la que se compartían fotos familiares y se opinaba sobre la demanda marítima y se criticaba políticas del Gobierno y a las FFAA.

Le preguntaban si conocía la Constitución Política del Estado, si sabía que la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas le prohibía deliberar.

Tal vez allí Cardona se sintió más inseguro que nunca. Sin el grado militar era más vulnerable y comenzó a tramitar su visa para viajar a España. Abandonaría todo: familia, profesión, carrera. Quemaría las naves: sabe que no podrá volver a Bolivia en mucho tiempo, pero esta vez sí podría gritar a los medios eso que había callado por seis años, esa verdad que, asegura, lo hacía sufrir