Durmiendo con el enemigo

Álvaro Vargas LlosaALVARO-VARGAS-LLOSAObama representa con Irán la famosa película de Joseph Ruben, sólo que aún no está claro el desenlace. Sus detractores creen que ha capitulado; los entusiastas de su acuerdo con Teherán creen que el pacto ofrece la mejor posibilidad de evitar la bomba nuclear chiita.Obama necesita un “legado”, objetivo que obsesiona a todo Presidente estadounidense. Aunque ya había lanzado una rama de olivo a Ahmadinejad, el fanático Presidente anterior, la posibilidad de una negociación surgió en serio cuando tomó las riendas Rohani, lo más cuerdo que puede producir una teocracia demencial como aquella para sobrevivir. Obama intuyó que era posible lograr lo que una década de conversaciones inútiles no habían conseguido: un acuerdo para que cesara la dimensión militar del programa nuclear.El resultado es el acuerdo marco ya anunciado, al que habrá que llenar de contenido de aquí a junio. Implica lo siguiente: el cese del enriquecimiento de uranio por encima de una pureza de 3.67%; la reducción de las centrifugadoras a la tercera parte; la conversión de la planta de Fardow en un centro de investigaciones; la reducción del “stock” de baja intensidad de 10 mil kilos a 300 y el acceso de los inspectores de Naciones Unidas.Todo esto tendrá en principio una vigencia de 10 años, a cambio del levantamiento de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa.Para los republicanos, Israel e incluso los aliados sunitas de Washington en el Golfo Pérsico, el acuerdo deja demasiadas cosas en pie y carece de una verificación eficaz. Ponen en la balanza las promesas frente al despliegue de fuerzas chiitas apoyadas por Teherán en Siria, Irak, Yemen. Para estos críticos, Irán busca ganar algo de tiempo, quitarse de encima las sanciones y congelar su programa temporalmente para reanudarlo después. De allí que Israel pida la destrucción total del programa nuclear, aun el de fines energéticos.Es cierto que Obama busca un legado para compensar el desastre, para su lugar en la historia, del imperialismo de Putin y el desmoronamiento de la Primavera Árabe. Pero sería injusto negar que nada más llegar al poder Rohani supo reconocer que había surgido dentro del régimen una corriente reformista que buscaba una “détente”.Comprendió que Rohani enfrentaba la arremetida de un “establishment” poderoso y que el Líder Supremo, Alí Jamenei, no era su mejor amigo aun si se había resignado, por la catástrofe económica, a dar algunos pasos atrás. Por eso jugó la carta de reforzar a Rohani.No hay manera aun de saber si la apuesta es correcta en el largo plazo. Lo es en el corto. Rohani y los moderados de un sistema inmoderado salen beneficiados; Occidente hace retroceder la principal amenaza, junto a Pyongyang, contra la paz mundial.Pero nada de esto impedirá por sí mismo que Irán retome el programa militar más adelante o siga peleando vicariamente, a través de milicias y grupos terroristas chiitas, diversas guerras. Caso típico en que lo posible es enemigo de lo ideal.Los ganadores serán los de a pie. Irán es un país con una clase media sofocada por la dictadura y la escasez, pero educada y más sofisticada que la de otros países de la zona. El ambiente de deshielo en las relaciones con el exterior dará al gobierno iraní, tal vez, la posibilidad de relajar un poco las condiciones dictatoriales. Ya Rohani ha dado pasos tímidos.Falta medir cuánto ahondará todo esto el enfrentamiento de Obama con Israel y si lesionará sus relaciones con las seis monarquías del Golfo, empezando por Arabia Saudita, que lidera una ofensiva anti chiita en países donde las milicias proiraníes están activas.La Tercera – Chile