Waldo Peña Cazas contra la corrupción

Mauricio AiraMAURICIOAIRAOK_thumb11Acaba de dejar el mundo de los vivos, Waldo descansa en paz para jolgorio de los corruptos a los que combatió desde sus columnas en Los Tiempos y al menos  desde  dos de sus obras, “Con Escalpelo” subtitulada Biopsia Social sin Anestesia y su ensayo sobre la corrupción en Bolivia y el Mundo, que tituló “Teoría y Práctica de la Corrupción”.Mantuve una relación de potosino a potosino, desde cuando su padre Nicolás Peña fuera mi profesor de Filosofía en el Colegio Nacional Pichincha de la Villa Imperial. Adusto, serio hasta la parquedad, “el maestro” se empleaba a fondo para que pudiésemos entender de qué trataba su materia, esto es el estudio del psiquis esa forma invisible que habita en el ser y que motiva nuestra conducta, nuestros afectos y tendencias, nuestras virtudes y defectos, vaya si lo lograba, no en vano obtuvo tantas distinciones. Waldo heredó esa rectitud indomable origen quizá de la misión que se impuso en su labor comunicacional el combate abierto y despiadado contra la corrupción y por ende los corruptos.Con frecuencia condenaba a los políticos a los que clasificó como los corruptos virtuales, su furia se volcó contra los líderes de todos los partidos a los que denostaba sin cesar, aunque también supo distinguir a personajes de probada honestidad como don José Granda, uno de los extraordinarios españoles que tomó por morada nuestra Patria después de su periplo por Cuba, Panamá, Colombia y Venezuela según lo refirió Waldo confiriéndole una aureola, bien merecida de héroe.Modesto y sencillo consigo mismo, se lamentó muchas veces de la circunstancia del comunicador que “se ve obligado a picar de todo un poco” cuando aborda temas generalmente complejos en su tarea periodística, aun cuando sus méritos en lingüística, inglés, historia y narración así como en la cátedra que regentó por décadas lo muestran como un estudioso, sus textos comprimidos en sus obras resultan un deleite y repasándolos nos trasportamos a otros momentos de nuestra historia y hasta logramos hacer nuestras sus percepciones a veces puntillosas otras también jocosas.Son frecuentes y enriquecedores sus aportes lingüísticos no sólo en el castellano, sino en el inglés que estudió en Estados Unidos y que dominaba plenamente, o los de historia, matizados con anécdotas relativos a la Villa Imperial, a la creación de la República, al hecho político que desentrañaba a cabalidad. Sentía un sano desprecio por los que detentaban el poder, juzgándolos corruptos o muy cerca de ello.Siempre supo que sus críticos le culpaban de ser agrio, sardónico, despreciativo y odiador, no tenía empacho en admitir su naturaleza crítica, sobrio en el aplauso, se enfrentó sin pudor al poderoso desafiando la furia de los mandamases, cerca estuvo de ser encerrado, expulsado o silenciado aunque también contó con amigos sinceros  y conscientes de su honestidad, valentía y desparpajo. La única vez que aceptó un cargo público en el Ministerio de Finanzas fue a invitación de Gloria Sánchez de Barrientos por entonces Directora Nacional de la Aduana, condicionando su participación a una administración prístina del más conflictivo instrumento de Recaudación de Impuestos que ha tenido y tiene Bolivia. Como era de esperar Waldo Peña pronto regresó a la realidad del columnista, su máquina de escribir y sus visiones. La administradora de Aduanas tampoco perduró en el cargo, la corrupción y el elitismo corrupto y contagioso terminaron por desalojarla de su sitial.Por último si algo tienen en común Alfredo Medrano, Ramón Rocha y Waldo Peña es, o fue  su afición por la comida criolla y su gran desprecio por la chatarra, incluidos chorizos y embutidos de dudoso contenido, quizá por ello Waldo apreciaba tanto que nuestras tertulias transcurrieran en “el restaurant Cantinflas de Sacaba” en medio de una chanka de conejo o un costillar de cordero rociados de una “paceña” entre el sonar estrepitoso del cubilete.