De la sana envidia al ‘se puede’

NORANorah Soruco de SalvatierraCuando tenemos el privilegio de visitar otros países, ver su organización, sus avances y la sensación de que se piensa en el ciudadano, nos inunda el sentimiento de lo que llamamos la ‘sana envidia’ y, naturalmente, nos preguntamos cómo es que en ciudades de alta complejidad, con una población igual a la del total del país, esto es posible y en la nuestra, con solo un tercio, no.Esas ciudades tienen hermosos paseos, llenos de vegetación y jardines cuidados que, a tiempo de recrear a sus habitantes, son un gran atractivo para el turismo; mercados ordenados y limpios donde se expenden las obras de sus artesanos y artistas; plantas, flores, semillas o comidas típicas que hacen las delicias de sus visitantes y un transporte público con trenes subterráneos, metrovías, ciclovías, pasarelas artísticas y aceras con texturas especiales para los invidentes. Sin duda, todo ello denota que hay ciencia, hay interés y hay responsabilidad en la gestión urbana y en la ciudadanía, la valoración de que las autoridades merecen su preferencia por lo que hacen en el ejercicio de sus funciones. Tampoco dudamos de que debe haber problemas invisibles a los ojos de los visitantes, pero esto también resulta siendo una virtud.Nuestra capital, en la opinión de quienes afuera la conocen, es una ciudad cálida y atractiva por su gente, por su alegría, por su naturaleza exuberante y por su pujanza, pero no por la modernidad y el confort. Cómo sería de bella si lográramos incorporar los elementos básicos de lo urbano, el interés por ‘pensarla y planificarla’ con racionalidad y tecnología, priorizando al ciudadano y, por supuesto, atrayendo al turismo, que genera trabajo y vigoriza la economía.Hay dos factores básicos que podrían viabilizar este sueño, el primero corresponde a unas autoridades caracterizadas por el deseo de avanzar, comprometidas con su población y perseguidoras de la excelencia. El segundo es la propia población, educada en la cultura de la consideración a los demás, del respeto a las normas y obligaciones, y, sobre todo, que exprese en su conducta el amor a su ciudad. Los profesionales y funcionarios tienen la palabra.El Deber – Santa Cruz