Paula Andrea Soliz estaba en la ‘promo’. A pesar de su embarazo, no soltó sus estudios con el sueño de hacerse profesional. Un hombre la atropelló, junto con sus compañeras, al intentar dar un giro en ‘u’. “Se llevó toda mi vida”, dice desconsolado su esposo, Yeral
La pequeña movía los brazos como queriendo aferrarse a este mundo. Su primer suspiro llegó de una forma abrupta y trágica. Su madre, de 18 años, acababa de fallecer entre las ruedas de un vehículo que la arrolló. La bebé, de apenas siete meses de gestación, padecía la lucha entre la vida y la muerte dentro de una incubadora, mientras el cuerpo de su mamá, Paula Andrea Soliz Flores, yacía en la morgue.
Su padre, Yeral Jiménez Cuéllar (25), alcanzó a ver los movimientos de sus manitas, mientras los paramédicos trasladaban a la recién nacida en una ambulancia hasta el hospital de niños Mario Ortiz Suárez. Para él era una señal de esperanza, aunque nada estaba dicho. Paula Andrea y Yeral habían dejado pendiente la elección del nombre de su hija hasta que se aproxime el parto, pero después de la tragedia su nacimiento fue interpretado como un milagro, al punto que su padre –en medio del dolor- asintió en llamarla María.
Él todavía traía en su mente el recuerdo del rostro destrozado y sangrante de su pareja, que acababa de ver sobre la losa fría de la morgue. Cerca de las 22:00 de ese lunes 3 de agosto, casi 12 horas después del hecho de tránsito, Yeral llegaba con el ataúd de su mujer a la morada donde habían decidido formar su hogar, un lote con reja y cuartos de madera alrededor de un tinglado que sirvió para velar los restos de ella. Paula Andrea era la “nuera” de la casa de doña Elfrida Mary Cuéllar, que acogía a más de un miembro de su familia en su vivienda del barrio 4 de Octubre, en medio de calles de tierra.
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Una hora después, el joven padre decidió volver por su hija. Regresó al hospital de niños y apenas entró le retumbaron las palabras del médico: “Su hija está en peligro de morir, solo le está latiendo el corazón”. Él insistió en verla. “Tenía los ojitos medio abiertos, pero respiraba, estaba entubada dentro de la incubadora. Era bonita, tenía un colorcito bonito, era cabelluda”, recuerda con la voz entrecortada, mientras los ojos se le nublan por las lágrimas.
Yeral salió de la sala de Terapia Intensiva y en menos de media hora su hija falleció, como si solo hubiese estado esperando por su padre. Los golpes habían dañado uno de los pulmones de María. “Por lo menos miró el mundo un ratito”, atina a decir y luego calla, a pocas horas de su muerte.
Mira el suelo cabizbajo, sin ganas de nada. Una gorra amarilla disimula su dolor en el rostro. “Ya no hay remedio, se llevó toda mi vida”, murmura sentado a pocos metros de los ataúdes de Paula Andrea y de su pequeña María. Encima, debía soportar el ver cómo al mediodía del martes 4 sacaron el ataúd de su hija de la casa para ponerlo en el maletero de una vagoneta y llevarlo a la morgue, donde le harían la autopsia a pedido de la Fiscalía. La muerte de su hija postergó el entierro hasta la mañana del miércoles 5.
Una joven deportista
Paula Andrea era parte de la selección de fútbol femenino de la promoción del colegio San Francisco de Asís, Fe y Alegría. Su embarazo, desde finales del año pasado, interrumpió sus prácticas de este deporte, al que soñaba volver una vez tenga a su hija.
Mientras tanto, esperaba con ansias, junto con su pareja, el nacimiento de su primogénita. Yeral, con quien convivía desde noviembre del año pasado, tras un noviazgo de casi un año, recuerda que con Paula Andrea iban a un punto internet para buscar nombres de bebés y hasta habían convenido que, si su hijo era hombre, se llamaría Amisbal, inspirados en una película que ambos vieron. Para sorpresa de ellos, hace dos semanas los médicos les dijeron que el bebé era mujer. “Yo la acompañé a todos sus controles en el centro médico del barrio. Cuando me apegaba a su barriga, sentía las patadas de la bebé. Mi hija estaba bien, nunca tuvo problemas”, dice desconsolado.
Yeral es bachiller desde 2010, pero eso no le garantizó mucho. A mediados de junio apenas había conseguido un trabajo de ayudante de albañil en la refinería de Palmasola, por Bs 3.400 al mes. El 10 de agosto le prometieron pagar su primer sueldo entero, con el cual pensaban comprar la cuna para su hija. Incluso tenían previsto que el pasanaku que Yeral iba a recibir el 20 de septiembre, día en que el embarazo cumpliría nueve meses, serviría para los demás gastos.
Paula Andrea era hermana gemela de Paulo Andrés, un joven de estatura mediana, tez morena, cabellos lacios y labios gruesos. “Cuando ella se enfermaba o le pasaba algo, se me adormecía el brazo (derecho)”, dice Paulo Andrés. Y es que él también había leído eso de que a veces los gemelos sienten lo que le pasa al otro. “No siento en mi mente que mi hermana se haya ido. Parábamos juntos, siempre me hablaba y me aconsejaba”, recuerda el joven, que hasta hace dos años estaba en el mismo curso que su hermana.
Eran los dos últimos de una familia de ocho hermanos. Hoy trabaja de día en una pensión y por las noches estudia en un CEMA, de otro colegio.
A Yeral no le queda aliento para nada, aún así debe trajinar a la Casa Judicial del distrito para la audiencia del hombre acusado por la muerte de su esposa, Emilio Cazón Rivera. Ahora él está entre rejas, como detenido preventivo, pero eso no llena el vacío que siente en su cuarto de madera, donde todavía guarda las cosas de Paula Andrea y un pequeño trajecito que una de las amigas les regaló para la bebé.
Ni el sueldo ni el pasanaku ahora tienen sentido para él. Ni siquiera los días lunes de libre que tenía en la empresa, porque precisamente un lunes vio salir contenta a su esposa, Paula Andrea, para luego recogerla en un frío cajón de madera.
El pastor ‘también lloró’
Paola Aguirre, abogada del acusado, que dice ser pastor de una iglesia, aunque en el expediente figura como pintor, asegura que el hombre no tiene ningún familiar que responda por él y que su único hijo, de 15 años, está en Argentina. “No estoy defendiendo a ningún delincuente, es un accidente, una desgracia que no se puede remediar ni con cárcel ni con todo el dinero del mundo.
Les respeto el dolor, pero el pastor también ha llorado”, dice y admite que Cazón no tenía su licencia de conducir en el momento del hecho. “Presumo que se puso nervioso”, atina a responder ante el reclamo de los familiares de por qué se bajó y dejó el vehículo. Sin embargo, niega que hubo omisión de socorro
Fuente: eldeber.com.bo