Álvaro Vargas LlosaUna de las formas de definir un resultado electoral indefinido es decir que todos ganaron y que todos perdieron.En el caso de España, puede decirse que el partido gobernante ganó porque obtuvo la primera mayoría, pero perdió porque, a juzgar por la negativa del socialismo a facilitar la investidura de Mariano Rajoy como Presidente, todo apunta en este momento a que no podrá formar un nuevo gobierno.También puede decirse que el PSOE perdió porque obtuvo su peor resultado en democracia, pero ganó porque está en condiciones de impedir que Rajoy forme gobierno e incluso de gobernar él mismo si pacta con Podemos y varios grupos nacionalistas.Podemos, a su vez, ganó porque es la tercera fuerza política y en voto popular casi empató con el PSOE, su gran competidor en la izquierda, pero perdió porque con 20% de los sufragios y 69 escaños está lejos del resultado que le auguraban las encuestas en su mejor momento; además, tiene muy difícil convencer al PSOE de que acepte su política de referéndums para determinar si las regiones con movimientos separatistas como Cataluña pueden optar por la secesión.Ciudadanos, que aspiraba a derrotar a Podemos como fuerza emergente, perdió porque quedó con 29 escaños menos y es poco lo que puede conseguir con los 40 diputados que colocará en el Congreso, pero ganó porque ha coronado su meteórica carrera en la pista nacional convirtiéndose en un factor a tener muy en cuenta.Este laberinto al que por ahora es imposible encontrarle una salida refleja a la España bifronte de hoy.Una quiere bipartidismo dominante (PP y PSOE sacaron, juntos, algo más de 50% de los votos), con lo que ello implica en términos de estabilidad y de dique contra los separatismos y la irrupción del populismo de izquierda radical. Esa España intuye que la mejor forma de consolidar la recuperación económica que ya se siente es pedir a los partidos tradicionales que corrijan sus prácticas, no acabar con ellos.La otra España, levantisca, asambleísta y necrófila en su amor a ideas caducas, quiere cargarse la unidad territorial, algunas instituciones tutelares, una cierta manera de encarar la relación entre poder y sociedad, y muchas de las cosas de la globalización. No suma 50% (entre otras cosas porque un componente de la antipolítica lo representa Ciudadanos, que es un partido de centro derecha moderado y constitucionalista), pero sí suma lo bastante como para enredarlo todo. Por lo pronto, una de las razones por las que el PSOE no está, a estas alturas al menos, dispuesto a permitir la investidura de Rajoy es su temor a que Podemos, actuando en solitario como fuerza importante en la oposición, termine de destronar a esa organización centenaria como referente de la izquierda española.La pregunta, a estas alturas, es si puede más este temor en Pedro Sánchez, líder del PSOE, o el temor, en caso de que Rajoy no pueda ser investido y el socialismo no logre formar gobierno con las fuerzas de izquierda y nacionalistas, a unas nuevas elecciones en las que podría perder muchos votos en favor de un Podemos envalentonado. Porque es realmente el PSOE el que tiene las llaves de la investidura de Rajoy… y el que puede provocar esos nuevos comicios.Un resultado “raro” como este hubiese tenido sentido en el momento más caótico de la vida española en años recientes. Pero ha ocurrido cuando la economía mejora, las instituciones recuperan cierta estabilidad y la calle anda menos revuelta. Un caos electoral, en cierta forma, a destiempo. Pero caos al fin y al cabo.El Diario Exterior – Madrid