La cultura política del Presidente

radicalAndrés Torrez Villa GómezEvo Morales llegó al poder en 2006 con la esperanza de la mayoría de los bolivianos en que este proceso de cambio sería el punto de inflexión entre la política del siglo XX y la política del siglo XXI. Muchas cosas se hicieron bien aprovechando la bonanza del momento económico más extraordinario de la historia de Bolivia.La economía se ha manejado con relativa responsabilidad manteniendo un sistema liberal estable y  con certidumbre. Se ha invertido en infraestructura caminera, que a pesar de los malos manejos y la corrupción, son inversiones que quedan en el tiempo. Los paradigmas de movilidad social se han transformado gracias a más de 34 años de democracia y se ha conquistado una madurez del pueblo que ya no discrimina y le da la oportunidad a todos para competir políticamente por el poder y empresarialmente para ejercer en la economía emprendimientos en todos los ámbitos posibles. Estos cambios ya no tienen que ver con el color de piel o el estatus social. Triunfa quien más se esfuerza y trabaja. Queda mucho por hacer pero los avances son extraordinarios.Sin embargo, el pensamiento político e ideológico de Evo Morales no acompaña los avances culturales de la sociedad boliviana. El Presidente piensa en blanco y negro, en buenos y malos, pero las nuevas generaciones piensan y sueñan en una Bolivia unida y para todos, se piensa en colores, en 3D y 4D. El pensamiento y accionar del Presidente están basados en la desconfianza. Responde a una cultura tradicional boliviana del pasado y se caracteriza por ser autoritario, hegemónico, vertical y poco tolerante. Desprecia la cultura política de la concertación y el diálogo. No cree en las soluciones ganar-ganar donde para triunfar se necesita ceder. Cuando cede lo hace porque no le queda otra, mientras piensa como recuperar el terreno perdido y arremeter aunque sea a costa de romper acuerdos, compromisos o palabras empeñadas. Creció en la cultura política de la confrontación donde siempre hay ganadores y perdedores. No le gusta perder, no sabe perder y menos ahora. Es un luchador permanente, se fortalece en la confrontación y el conflicto, se debilita en el dialogo y la concertación.Para entender como piensa el presidente Morales vuelvo a revisar mi experiencia en Sudáfrica en 2006 cuando el presidente sudafricano le expresó a Evo que el legado de Mandela estaba basado en construir un proceso constituyente inclusivo para todos, lograr una alianza productiva incluyente entre Estado y empresarios para luchar juntos contra la discriminación y la pobreza, aprovechar la visibilidad del presidente para atraer inversiones y socios para el país, gobernar para todos y no sólo para un grupo de aliados políticos, promover la renovación de lideres en su partido y en el país para garantizar la continuidad del proceso de transformación global de la nación, eliminando la re-elección presidencial de la constitución.Estas lecciones no tuvieron eco en el presidente Morales quien me dijo personalmente que Mandela había traicionado las causas del socialismo y se vendió a los blancos empresarios de Sudáfrica. Durante el gobierno de Morales se hace referencia constantemente a la política de concertación y reconciliación de Nelson Mandela como “La basura mandeliana de Sudáfrica”. Se desprecia su legado permanentemente en las reuniones de gabinete por ser, según ellos, una política inmoral para el socialismo. Con Sudáfrica el único interés del Gobierno fue conseguir el apoyo de ese país para la postulación de Evo al Premio Nobel de La Paz.Para Evo la democracia es un instrumento de poder y no un fin en sí mismo. No es un demócrata. Por esta razón es muy difícil esperar un respeto a la institucionalidad democrática y a los resultados del referendo. La cultura política radical está oculta en el pragmatismo extraordinario que lo ha obligado a ceder varios temas estratégicos como el tipo de cambio, manejo macroeconómico y alianzas con empresarios para seducir a las clases medias. Es inocente pensar que respetará el resultado del referendo del 21F. Desde el poder buscarán todas las argucias jurídicas, políticas y extralegales posibles para evitar la salida. Sin embargo, el empoderamiento ciudadano es tan grande que cada intento por mantenerse en el poder agudizará la crisis política nacional desatando una descomposición de la popularidad e institucionalidad del Estado y el Gobierno, como está sucediendo en Brasil.La desorientación de los últimos meses causada por la borrachera de poder en el Gobierno hace muy sombrío el panorama. No hay indicios para pensar que el Presidente recapacite y acepte dejar el poder en 2019, ni que la corrupción y el tráfico de influencias disminuyan. Por el contrario, se empeñan en ver una realidad del país que no existe y en convencerse de sus propias mentiras.La borrachera de poder es mayor a la del alcohol. El borracho de poder se comporta como cualquier borracho común que se siente único e importante sin darse cuenta que está babeando y caminando chueco. Pide más trago sabiendo que ya no puede controlarse a sí mismo, miente, exagera, grita, se empeña en manejar el coche aunque sus amigos le digan que no está en condiciones. El poder emborracha más que el trago o cualquier otra droga. Es deber de la sociedad velar por la paz social. Por eso y por mucho más el pasado 21 de febrero ganó el NO. Fue un voto para pedirle al cantinero que deje de servirle copas de poder al poderoso.Los Tiempos – Cochabamba