Karen ArauzLa semana pasada un día antes del fin del bloqueo de los cooperativistas mineros en involuntario acto de premonición, apuntaba lo pasmoso que resulta el modo como esta administración maneja las crisis. Todos los gobiernos, siempre, tienen una especie de gabinete «sombra» que en reducido número, hacen análisis de situación, miran históricos resultados de crisis similares, y por supuesto, se plantean alternativas para conjurar delicadas coyunturas de la manera más rápida, inteligente y seria posible.Lo que no entraba en los cálculos del país, era que la crisis se solucione prácticamente sola, pero con un costo humano que nos ha dejado a todos no sólo perplejos, sino también lastimados e inmersos en profundas dudas, sobre hacia dónde realmente apunta la administración de Evo Morales. La salida presidencial referida a que «se conjuró un golpe de estado» es un poco mucho en esta oportunidad. Similares maneras de sacar provecho no es nuevo para nosotros y no es ni curioso que sea un patrón calcado de otros gobiernos dizque socialistas-populistas. Recordar a Correa, a Chávez ni hablar, Cristina Kirchner y Dilma Rousseff, (cuyo apego a la corrupción ý maniobras de inmolada no le sirvieron finalmente), forma parte del folklore a lo que nos tienen habituados en esa victimización que por un lado, busca la conmiseración de sus adherentes y por el otro, la excusa perfecta para deshacerse de unas cuantas piedras de los zapatos.Pero esta vez, las cosas fueron muy lejos. Cuando livianamente comunican al país que no tenían un plan «B», para encarar la tremenda situación que enfrentaba el vice ministro Illanes en manos de mineros que conviven con la muerte -sobre todo cuando están perdidos en el alcohol- hemos sido muchos, demasiados los que hemos sentido un estremecimiento helado a lo largo de nuestra médula espinal. Es más, preferimos ni pensar en cuál pudo haber sido su plan «A».Y esto no es como en el fútbol, donde treinta mil hinchas, se convierten por noventa minutos en eximios dirigentes y estrategas técnicos. Esto es apenas cuestión de sentido común, experiencia propia o adquirida en hechos históricos leídos o un mínimo de conocimiento de la idiosincrasia de los que están al frente. Tantos los textos de Maquiavelo como el Arte de la Guerra de Sun Tzu a las que es tan afecto inútilmente el vice presidente, no pueden ser interpretados al antojo del consumidor y menos aún, cuando el caos es el fin que se persigue para lograr resultados con un afán meramente revanchista y aleccionador. Se necesita sabiduría para captar la sutileza de estrategias que aporten buenos resultados, algo que este régimen está muy lejos de poseer.Ya se ha dicho mucho sobre lo mal que les va a los gobiernos, el hacer uso de prerrogativas del poder solo para poner a ciertos movimientos sociales electoralmente de su lado. A la larga da por resultado, masas inmanejables e inevitablemente confrontadoras. Hay tanto de chantaje emocional en ello, que es natural que conscientes de lo que representan, tiren de la cuerda lo más que se pueda. Y hay que tener capacidad de sopesar cuando una retirada es estratégicamente conveniente, lo que pueda dar como resultado una reagrupación de fuerzas. Los gobiernos, sobre todo este, que ha tenido la nociva capacidad para quebrar la institucionalización del país, no percibe que el romper todo, si bien les aporta réditos en el corto plazo, es un bumerán de puntas envenenadas que indefectiblemente los golpeará.La incapacidad absoluta de autocrítica, distorsiona -sobre todo a ellos- la realidad y trae aparejada además de la desconfianza ciudadana, el convencimiento que la reserva moral de la que se vanaglorian, es exactamente lo contrario de lo que se no se necesita.Ha sido muy trágico el desenlace de la protesta. Hemos sido titulares en el mundo entero por el salvajismo como se ha «resuelto» la situación. El mensaje no puede ser más perverso. Tus muertos son tuyos nomás, los míos son de todos y por supuesto, yo no pago ninguna de las dos facturas. Y no sólo es superlativamente funesto por el costo en vidas humanas, sino por las implicaciones que por mucho que se esfuercen los voceros oficialistas, deja una carga muy pesada en la conciencia colectiva. Estamos retrocediendo y nadie está dispuesto a poner sus fichas en un país que es incapaz de poner los intereses del país por delante y encontrar soluciones inteligentes y positivas en la solución de los conflictos.No es propiciando división y enfrentamientos -menos amenazando-, como el gobierno se transformará en lo que el país esperaba. Hace mucho que se perdió la esperanza de un golpe de timón que rectificara el cúmulo de errores nunca aceptados como tales. Su cantaleta acusadora a la prensa, redes sociales e injerencia externa, no convence a nadie. Es probable que los tres años que aún quedan, sean difíciles para el ciudadano común. Pero por los síntomas, no será menos para los no tan diestros estrategas del poder.