Renzo AbruzzeseLa historia de Bolivia se desarrolló entre la resistencia y la sublevación de su mayoría poblacional indígena. Como afirma Nicomedes Sejas, «Una sociedad profundamente dividida, étnica, social, racial y económicamente tiene escasas posibilidades de construir un destino común”, y, en consecuencia, resulta casi imposible establecer una Estado coherente.Desde la Colonia, y a lo largo de toda la República, la inestabilidad crónica, la imposibilidad de vislumbrar un derrotero común que hiciera posible una sociedad en la que todos tuvieran la oportunidad de un destino mejor fue siempre vetada por un complejo sistema de exclusiones visibles en todos los niveles de la realidad social, desde su dimensión objetiva hasta los que funcionan en las profundidades subjetivas de los ciudadanos.Las tensiones étnicas fueron así el eje en torno al cual se jugaba de forma explícita o implícita el destino de la nación. Zavaleta definió ese estado de tensión como un «abigarramiento”. Un Estado de permanente desorganización incoherente de fuerzas que tendían a tensionar el Estado y la sociedad de forma sostenida. Céspedes, que vivió en el corazón de la historia que otorgó ciudadanía a los indios, lo expresaría de una manera más elocuente cuando sostuvo que la existencia de la nación vivía (bajo el imperio liberal de principios del siglo XX) sujeta a fuerzas centrípetas y que sólo la liberación de los sectores campesinos lograría revertir esta tendencia y crear las condiciones de un Estado históricamente viable.El Estado Plurinacional ha logrado liberar las fuerzas indígenas pero, al contrario de lo que podía ingenuamente esperarse, las tensiones étnicas y raciales no han disminuido y todo indica que, más bien, se han incrementado.No sólo la polaridad mestizo/indio ha tomado fuerza de ciudadanía y amenaza el proyecto plurinacional, sino que, además, las tensiones interétnicas se han exacerbado. Su ascenso, acompañado de una década de bonanza económica que priorizó las demandas de indígenas originario campesinos, puso su cuota parte, generando una revolución de expectativas, cuyo horizonte se escurre entre los postulados de naturaleza cultural -denotados bajo el término «ancestrales”- y un desarrollo capitalista que no termina de engranar con la visión endógena de un socialismo comunitario, que en los hechos no ha pasado de ser un eslogan.El sentido de abigarramiento social que le permitió a Zavaleta prefigurar las relaciones sociales y étnicas en conflicto, marcando la historia nacional desde su fundación, ya no da cuenta de la naturaleza de las fuerzas y los atributos del conflicto social que subyace el proceso histórico desencadenado por el Estado Plurinacional. Sin duda, la libración de estas fuerzas constituye el dispositivo que le permitió a Bolivia salir de un callejón sin salida, en el que la exclusión social y la discriminación racial hubieran eclosionado en el mediano plazo.Empero, las contradicciones entre las propias nacionalidades, entre éstas y el mestizaje han diseñado un campo político y económico en el que los intereses particulares y colectivos de profunda raigambre capitalistas se enfrentan más allá de sus características étnicas. De una manera preliminar podría decirse que el proceso de cambio trastocó el sentido étnico de los agentes originario-campesinos aburguesándolos.Estos sectores, efectivamente emergentes, están ahora en la rasante del capital. Sus intereses se orientan poderosamente a los logros y beneficios que otorga el capitalismo, en cualquiera de sus grados de desarrollo, y les transfiere las mismas contradicciones y aberraciones del capitalismo triunfante.Enfrentados ahora bajo la lógica del capital, todo signo de abigarramiento tiende a diluirse en el horizonte de una identidad homogénea, que los pone más como productores versus consumidores, que como originarios versus advenedizos. La posibilidad de un socialismo desde el sur parece haber sucumbido a sus propias y nuevas contradicciones en una sociedad que se hace más plana, y que empieza a mostrar tensiones más propias de la modernidad capitalista, que de un socialismo comunitario.Página Siete – La Paz