Cómo usar tinder cuando eres conocido

«Hola», saludo. «¿FOTO?», me pregunta. La envío como un jabato. El otro me reconoce. Se sabe de memoria mi filmografía. Cree que no soy yo, que le estoy vacilando.

El arte de ligar con los dedos.

Hace año y medio que no tengo pareja. Ni siquiera una relación “a tiempo parcial”, en la que comparta cines, cenas y cama con alguien, sin que ello implique exclusividad. (¿Eso de verdad existe? ¿Cuánto tiempo puede mantenerse algo así?) Lo cierto es que encuentro rematadamente complicado conocer a alguien.¿Cómo se hace?Se da por hecho que, cuando todavía se es relativamente joven y atractivo, es fácil tener un encuentro y desarrollar a raíz del mismo un vínculo afectivo. Pero la realidad es que, cuando hablo del tema con mis amigos más cercanos, escucho casi siempre un parecer bastante similar al mío: ¡A partir de cierta edad, resulta difícil conocer a alguien!Entiéndanme, no hablo de establecer con otro ser humano un cordial y superficial vínculo que le permita a uno compartir mesa y vino, de tanto en tanto, poniéndose al día. Hablo de intimar con alguien. Intimar de verdad.–Sal de noche –me dice mi madre.Debe de ser que los sitios que yo frecuento son muy aburridos. Siempre he tenido la sensación de que lo “verdaderamente divertido” sucede en la habitación de al lado, o empieza justo después de que yo haya dejado la fiesta.–Apúntate a un gimnasio, ¡allí se conoce gente! –vuelve a la carga mi madre.–Mamá, hace años que voy al gimnasio.En serio, ¿qué piensa la gente que ocurre en los gimnasios? ¿Será que el mío es un gimnasio tedioso? ¿Me estoy perdiendo algo? Creo que, al contrario de lo que pueda parecer, las redes sociales y la adicción a los universos unipersonales que construimos en torno a nuestro smartphone solo agravan toda esta dificultad… Pero, visto lo visto, temo que para coquetear solo nos quede recurrir al mundo 3.0.Las redes.¡Ay!Aquellas que, en teoría, no están hechas para ligar me resultaron entretenidas durante un tiempo. Con instagram la cosa iba medio bien. Era relativamente fácil, incluso podía ser entretenido flirtear a través de sus “likes” y sus mensajes privados… Y al no ser una aplicación hecha para eso (¡ja!) todo generaba la sensación de ser más elegante.Me viene a la cabeza un viaje que realicé a Formentera el otoño pasado. El amigo con el que fui me encontró una mañana frente a la mesa del buffet del desayuno, con el plato vacío en la mano, mirando obnubilado el surtido de tortitas, sandwiches, bacon, huevos, zumos, bollos y más delicias que se extendían ante mí.Me resultaba imposible decidirme.Bien, exactamente eso es lo que creo que pasa cuando tonteas a través de una red social. Puede ser divertido, pero hay tanta oferta que se corre el riesgo de caer en la saturación y que la cita finalmente nunca se concrete.Vayamos un paso más allá: las aplicaciones creadas específicamente para el asunto. Delicado, sí, pero también lo he intentado. Hay unas cuantas app que se encargan concretamente de facilitarnos el flechazo.A priori no resulta “apropiado” que, alguien de mi profesión, utilice este tipo de herramientas. (¡JA!, otra vez.) En realidad lo que “no mola”, lo que está mal visto, es utilizar aquellas que nos mezclan con ‘la chusma. Con el vulgo. Tanto es así que, de hecho, existe una aplicación de ligoteo destinada exclusivamente a “personas con profesiones artísticas”. ¿Lo sabían?RAYA, se llama.Le he echado un vistazo, pero me resulta una idea tan enfermizamente endogámica, aburrida y clasista que tampoco me parece la solución.Así pues, una vez de vuelta en el mundo real y vencidos el miedo al qué dirán, el prejuicio, el pudor y la vergüenza, hay que superar el escollo de ser semiconocido, y afrontar la decisión de exponerse (o no) con una fotografía.Tengo un amigo –actor también– usuario de estas redes que, ni corto ni perezoso, planta directamente la foto de su rostro en primer plano.Despierta toda mi admiración. Yo, debido a esa ridícula convención, no me sentiría cómodo.Entonces, ¿qué? ¿El torso? ¿Un paisaje?Finalmente, opto por no subir ninguna imagen.Inevitablemente, mientras llevo a cabo toda esta operación, me siento la versión masculina de Bridget Jones en su primera entrega.Y por fin, veo el retrato de alguien que me resulta apetecible. Saludo. Obviamente, me responde pidiéndome que me identifique. Titubeo. Resuelvo que lo mejor es hacer una breve introducción.–Verás, mi trabajo es un tanto delicado.–¿FOTO? –insiste.La envío. Por supuesto la otra parte , al ver mi foto, no tiene la más mínima idea de quién soy.A los pocos segundos recibo una serie de instantáneas de contenido explícitamente sexual y carácter sadomasoquista. Cada uno tiene sus parafilias y las mías pueden ser, vistas desde fuera, tremendamente risibles. Pero, personalmente, no me siento seducido por el dolor.Vuelta a empezar.Me topo con otra mirada que me parece atractiva. Se repite la operación, el timing es más o menos el mismo. Consigo establecer cierta química tras media hora de conversación; enseguida propone quedar. Nos encontramos en un bar y la cita resulta tan rotundamente prefabricada y artificial que parece una audición. Un casting.No siento absolutamente ninguna apetencia.Le miro y me pregunto qué estarán emitiendo en televisión a esa hora. Echo de menos el libro que estoy leyendo.Decido irme.A pesar de la decepcionante experiencia, unos días después repito y vuelvo a aventurarme.–Hola.–¿FOTO?En esta ocasión la envío así, a saco. Como un jabato.El otro me reconoce perfectamente. Se sabe de memoria mi filmografía.Cree que no soy yo, que es una broma, que le estoy vacilando.Finalmente consigo convencerle de que, efectivamente, soy yo.Quedamos.Y el deseo, de nuevo, brilla por su ausencia.Para desear a una persona, para anhelar enredarse en el cuerpo de alguien, hace falta un poco de tiempo. Tener la oportunidad de observarlo; de contemplarle incluso de manera diagonal, mientras no se sabe mirado. Mientras no posa. Es necesario poder oler a esa persona, conocer su sonrisa, su carcajada, la cadencia de su voz, el aroma de su aliento, sus expresiones, sus movimientos, la manera en la que su mejor pantalón le sujeta el culo…. Todo eso.O al menos se requiere, para desear, un escenario en el que no esté todo pactado de antemano. Una dosis de incertidumbre. Puedo enamorarme de alguien que veo en el metro; pero no puedo desear de manera programada.Mi amiga J. siempre me dice: “Hay que follárselo todo. Principalmente a la gente que no te pone, ese es el mejor sexo.” Me encantaría ser un tipo de libido fácil. Sería más divertido, seguro. Pero yo funciono a fuego lento.Mientras escribo todo esto, llego a dos conclusiones: No soy nada moderno y soy una tía.Suelten el hacha, no es machismo.Una vez escuché que la sexualidad de una mujer es como la cabina de un avión, mientras que la de un hombre es como el botón de un ascensor.A eso me refiero. A mí me cuesta. El “aquí te pillo, aquí te mato” no se me da bien. Obviamente he tenido escarceos fugaces, la mayoría de las veces ayudado por la desinhibición que genera el vodka. Alguno de ellos serviría como material para una película pornográfica de lo más exótica; pero no recuerdo más de dos o tres que fueran verdaderamente placenteros.Suelo necesitar intimidad para relajarme, dejarme llevar y abandonarme al placer.Si están empezando a sospechar que follo muy poco, aciertan.A veces pienso que he nacido en una era que me viene mal; en la época equivocada. Esto me pasa fundamentalmente cuando escucho hablar a mis abuelos –que acaban de celebrar su sexagésimo aniversario de bodas– acerca de cómo fue su noviazgo. Después recuerdo que, de haber nacido en esa época, me habrían aplicado la Ley de vagos y maleantes; pero ustedes me entienden.Hace unos días leí una preciosa y tremendamente valiente entrevista a David Delfín, en la que decía algo así como: “Empecé a disfrutar realmente del sexo casi a los cuarenta”.Yo acabo de cumplir treinta y seis. ¡A ver si tengo suerte!Fuente: revistavanityfair.es