Las paradojas del ‘Bukowski boliviano’

Freddy ZárateEl filósofo boliviano Guillermo Francovich (1901-1990), indicó en su estudio sobre los mitos que los seres humanos no son naturalmente racionalistas sino románticos, poéticos y mágicos, y tienden a dar a la realidad atributos misteriosos y fantásticos. Están siempre predispuestos a otorgar sentido celestial o temor sobrenatural a su vida cotidiana, lo que explicaría el éxito de las leyendas urbanas encumbradas a través de la literatura marginal o minimalista, que irradia el aura de la clandestinidad del submundo urbano.Periodistas, catedráticos universitarios, profesores de colegio y espíritus acríticos buscan vislumbrar secretos en la obra de Víctor Hugo Viscarra (1958-2006). Esta pulsión está de moda y tiende en gran medida a sobrevalorar lo marginal en la literatura. Entre sus fieles seguidores se extiende la creencia de que Viscarra es el precursor de esta corriente minimalista. El misticismo del personaje hizo que algunos periodistas lo apodaron gustosamente como el Bukowski boliviano, el Viskarrowski o el narrador de los márgenes.Muchos fervorosos partidarios de Viscarra aseguran que él es autor del crudo relato El cementerio de los elefantes, (parte del libro Borracho estaba, pero me acuerdo: Memorias del Víctor Hugo, publicado en 2002). Según la leyenda urbana, el cementerio de los elefantes está situado en la zona de Tembladerani. Viscarra señala que allí se encuentra “la mayor cantidad de cantinas que venden los tragos más infames”. El cementerio de los elefantes está destinado a los que buscan perecer ingiriendo alcohol. Es una cantina sombría, sin música ni alegría. En la habitación solamente hay un balde de licor y el parroquiano tiene que beber y beber. Si termina su bebida, tiene que pedir una tras otra hasta fallecer. A decir de Viscarra, “gran parte de los cadáveres que la Policía recoge en la zona, a causa de intoxicación alcohólica, son sacados en la madrugada de este traguerío y arrojados a alguna callejuela alejada para que sean recogidos por la furgoneta de homicidios”. El relato finaliza con la posible existencia de otros cementerios en el mismo barrio.Pero se pueden encontrar antecedentes de la leyenda urbana y cuestionar al Bukowski boliviano. El poeta Jaime Nisttahuz publicó en 1984 un relato sobre El cementerio de los elefantes en el suplemento Presencia Literaria. Seguidamente, Nisttahuz recogió la narración en el libro Fábulas contra la oscuridad (1984). El poeta describe la ceremonia exitencial de un alcohólico en el cementerio de los elefantes: “Abre una gorda que huele a cebolla. Entras. El canchón parece mirarte de costado con su hilera de cuartos empuñados por candados. La mujer te pregunta si has ido sólo. Le responde moviendo la cabeza. Te lleva hacia de los cuartos (…). Estás metiendo la mano al interior del saco, cuando entra la mujer con un balde pequeño de alcohol aguado y un jarro de aluminio (…). Hundes el jarro en el balde, y con la mano temblando lo sacas lleno, para vaciártelo desesperadamente cloqueando la garganta”. Este relato del Cementerio de elefantes es semejante en su trama al mito urbano adjudicado cómodamente a Viscarra y sólo varía sustancialmente en su epílogo: “No era tu hora. Qué más puedes hacer si te sientes alegre. Tendrás que decirle además, convencionalmente que otro día vas a volver. O tal vez no sea necesario que le digas nada, porque tal vez mueras sin saberlo y no tengas oportunidad de llegar hasta este lugar con tus propias fuerzas”.También el escritor René Bascopé Aspiazu (1951-1984) describió de forma fragmentaria El cementerio de los elefantes en su novela La tumba infecunda. Se publicó de manera póstuma tras ganar el Premio Erich Guttentag. La novela alcanzó tres ediciones: la primera edición en 1985, la segunda en 1997 –ambas en Los Amigos del Libro– y la tercera en la Editorial La Mariposa Mundial en 2014. “Invadida por una maleza de musgos que había logrado vencer hasta los últimos resquicios de las tapias de adobe viejo, aquella casa llamada el Cementerio de Elefantes era una prolongación misteriosa de la ciudad (…). A la casa llegaban los miembros de la logia de vagabundos que sentían próxima la muerte y, alguna vez, los cansados de la vida que veían en el Cementerio de los Elefantes la forma más digna y al mismo tiempo libre de acabar sus días”. Una vez dentro del cuarto oscuro se produce el ritual de beber y beber en soledad: “Nunca se supo cuánto duraba el ritual, pero la mujer sabía que a los siete días debía abrir la puerta y, luego de constatar la muerte del habitante, esperar la llegada de los funcionarios del anfiteatro del Hospital General que, acompañados con estudiantes de medicina ávidos de conocimientos, recogían el cadáver para llevárselo, radiantes de alegría, en una camilla sucia y envuelto en un sudario de color impreciso”.Tras el breve recorrido de la leyenda urbana El Cementerio de Elefantes, se puede advertir que son los publicistas literarios de cada época los verdaderos artífices que envilecen o embellecen a los libros. Los que olvidan arbitrariamente a unos y enaltecen injustamente a otros. Como toda percepción humana de las cosas puede ser artificial y hasta absurda en algunos casos. El caso del personaje mitificado Viskarrowski abre la siguiente interrogante: ¿Hay plagio de Víctor Hugo Viscarra o es una realidad latente; es decir, una constelación humana extendida a través del tiempo?El Día – Santa Cruz